No. 13
soy el hombre más desgracino que pisa la tierra.
A.—Y ¿por qué dises eso?
Don L.—Porque sí, porque lo soy; porque yo debería estar en un presidio. . . ahora mismo.
A.—¡Ave María! No ligas eso compaure. Tú estás loco; to tiene arreglo menos la muerte.
Don L. (con resolución.)—Oye, Alejo; ¿tú eres mi amigo
A. (casi ofendido).—¡Compadrel
Don L.—Sí, ya sé que lo eres; tu eres mi mejor amigo, Alejo, y tienes conmigo un sacramento sagrao (. asiente con la cabeza); por eso tienes que aconsejarme, sacarme de este atolladero onde estoy metío, porque yo me vuelvo loco, y cojo y me guindo en el primer palo que encuentre.
A.—¡Oh, compadre! No ofendas a Dios con esas cosas. Parese mentira; tu eres un hombre ... lo ha probao veinte veses.
Don L. (lúgubre).—Sí, pero tengo que ir a un presidio; estoy desgrasiao pa el resto e mi vía.
A.--¿Cómo un presidio? ¿Tú estás loco? ¿Tú sabes lo que estás disiendo?
Don L.—No estoy loco; digo la verdad: he matao un hombre y tengo que pagar su muerte.
A.—To el mundo sabe que tu no eres un asesino, to el mundo está convensío que de tí no salió ...
Don L. (abatido).—¡To el mundo! Entonse no eran figurasiones mías: la gente toa sabe que yo lo maté. Bueno; pues te juro por esa lus que nos alumbra (señala a la luz), que no me pesa (exaltándose): era un perro, un sinvergüenza que quería engañar a mi hija, (transicjón). Pero hay un un inosente que va a pagar lo que no cometió, que va a morir enserrao ... ¡Yo no pneo consentirlo!
A. (comprendiéndolo todo, gravemente).—Tienes rasón: tu eres un hombre de consensia, y no pues consentir eso. Yo lo sabía y venia a hablar contigo d'eso. . . (conster nado). Pero, dime: ¿cómo pasó?,.. ¡Dendito sea Dios!
Cuando un hombre se va a perder ...
Don L. (refiriéndose a Florensio).—Tu sabes el cuento de las relasiones con mi hija; yo no podía llevar a gusto: to el mundo sabia quien era Florensio.
A.—Que en pas descanse.
Don L. (continuando)—jugador, pendensiero ... perdió a una muchacha. . . siempre por el pueblo metío con mujeres malas. . . ¡Iba a ser la desgrasia de mi hija!
A.—Sí, es verdad.
Don L. Me opuse a las relasiones y le prohibí que pusiera los pies en mi casa; pero él sonsacó a Lolita, la engatusó, y el día del santo (¡el día de mi desgrasia!) le dió una sita pa verse mientras to el mundo estaba divertío aquí. Me dí cuenta cuando vi que Lolita se había ido; salí pa llá sin saber pa qué; estaba hablando con Saragosa; al llegar yo llegaba mi hija; me sequé, le dije veinte cosas; me empesó con roncás, hasta hasta que se me fué arriba con el cuchillo… Me tuve que defender, saqué el revólver y. . . ¡qué sé yo lo otro!. . . Era su destino morir así, como un perro, y desgrasiarme a mí p 'al resto e mi vía.
A.—¿Y cómo cogieron a Saragosa? ¿El no ha declarao?
L. (por Saragosa).—Na, no ha dicho na, sino que él es inosente y que no sabe quién fué.
Á. (con convicción).—Saragosa es un hombre, un amigo.
Don L. (continuando) .—Tu sabes que él había tenío un pleito con Florensio. . . Por· eso le han acumulao la muerte; y porque le cogieron el revólver con dos cápsulas disparás.
A.—Sí; el tuyo lo recogí yo; en casa lo tengo; lo encontré en la caña al lao del camino, cuanclo fuí corriendo pa ya.
(Hay un silencio. Los dos hombres se han sentado; dou Lico mira hacia el campo con mirada vaga, en tanto que su rostro revela la lucha que sostiene; Alejo, fijos los ojos en tierra, medita, mientras, maquinalmente, golpea el suelo con el pie).
Dn L.—(sin abandonar su actitud ul mirar a A.)—Y la gente por ay ¿qué dise?