No. 22
vendrá porque mañana o pasao entrego yo el potrero.
A. (extrañada).—¡No me diga!
J. A.—Sí, desde ayer estamos recogiendo el ganao pa entregar, y ya está ahí el nuevo mayoral a haserse cargo (sombrío) más vale así: de quedarme por estos parajes, también yo iría pa un presidio.
S.—Deja esos malos pensamientos muchacho; no vayas a darle que sentir a tu pobre madre, que ha tante tiene con lo que le pasa a Dn. Lico.
A.—Sí, Juan Antonio: acuérdese de la pobre Isabelita, y de que usted es ahora el cabesa en la familia.
J. A. (en una explosión de ira y sentimiento).—Es verdad to eso que ustés disen; pero hay veses que un hombre no pué más... ¡que se estén burlando de uno en su cara porque uno no quiere desgrasiarse!... ¡Tanto le dan al buey manso, hasta que tira la patá!
S. (al mismo tiempo que, después de cortar una buena cantidad de papel, coloca sobre el mostrador el plato de la balanza.)—¿Y quién se mete contigo ... la Rural?
J. A. No, la rural, grasias a Dios, no me ha molestao…Son otras personas a las quien sabe si no le haiga hecho sino favores.
A.—Serán figurasiones de usted, Juan Antonio; cuando menos, chismes ele alguno que quiere que usted baga una fechoría.
S.—Si hombre, que estás encalavernao. Yo sé lo qué... (sentencioso.) Acuérdate de lo que dise la désima: ''lo que sobran son mujeres, y el hombre no tiene presio”.
J. A. (rencoroso).—Yo lo digo, que a mi no me busquen porque me encuentran (transición). Mira a ver lo que te debo, porque tengo qu 'irme.
S.—¿No quieres ná más?
J. A.—No, ná más.
S. (por el farol.)—Entonces, lo dicho: desinueve riales.
J. A. (coge el farol y paga).—Vaya; y adios, que me he demorao y tengo mucho que haser.
S.—Adios.
A.—Adios.
(Se oye en este momento fuera ruido de dos hombres que al desmontarse hacen sonar las espuelas. J. A. va a salir, pero al asomar la cabeza, puerta foro, ve a los que llegan, vuelve al sitio donde estaba, con un gesto de rabia).
S. (a J. A.).—¿Quién son?
J. A. (sin responder).—¡Mal rayo Dios me parta! (va a situarse al extremo del mostrador, donde finge examinar alguna cosa).
ESCENA IV
(Dichos; Saragosa y Rosendo, puerta foro).
Zaragosa es un hombre como de treinta años, español pero hecho a las costumbres del país. Viste el traje usual en los guajiros, excepto el sombrero, que en vez de ser de jipijapa, es de los llamados tejanos. Habla con el acento español, aunque no muy marcado y usando los giros y dichos de los campesinos cubanos.
Z. (entra con R. puerta foro).—Buenos caballeros.
R.—Buenas.
S. y A.—Buenas.
S. (a Z.—¡Caramba! ... yo creí que no se te iba a ver el pelo por aquí, desde ayer estás fuera.
Z.—Estuve en el pueblo, arreglando unos asuntos.
R. (reparando en J. A.)—a ¿Quiay Juan Antonio? ... ¿No saludas a los amigos?
J. A. (haciendo como que no lo había visto).—¡Hola! ¿Quiay?... es que estaba entretenío.
R.—¿Y tu familia
J. A.—Regular... (como quien no puede esperar más).
Bueno me voy... ¡Adios!... (va a salir, R. le detiene. Z. entre tanto, conversa con S. y con Amalia).
R. (a J. A.)—Espérate hombre: toma algo.
J. A. (hosco).—No, no quiero: acabé de tomar ahora mismo.