Liter·Alia. Literaturas Hispánicas en contexto.

Celia en la revolución (1943)

Elena Fortún (1886-1952)

(versión sin anotaciones)



XII
VALENCIA. SEPTIEMBRE 1937

Me hospedo en una casona enorme de un título que logró escapar y sus criados han hecho de la casa una pensión.
Me ponen una cama, oculta con un biombo, en el suelo y duermo mal... todo el cuerpo me duele...
Del Albergue nadie sabe nada... El cocinero de la casa me dice que él vio un camión de niños que llevaban a Albacete...
Salgo temprano. Las calles de casas bajas y blancas, el cielo azul claro, la temperatura deliciosa, mucha gente que va y viene, fruteros, verduleros, restaurantes, cafés... ¡Parece que no pasa nada...!
En la calle de La Paz, todos los escaparates abiertos. ¡Hay collares y sortijas, figuritas de bronce, relojes de lujo, jarrones! Un café elegante... Entro. Tal vez pueda desayunarme... ¡Sí! La leche es de cabra, pero me parece exquisita...
—Señorita...Compañera...
Un miliciano está frente a mí sonriente.
—¿No te llamas Celia?
—Sí...
—Yo soy Jorge Miranda, el hermano de Adela... ¡Vamos, mujer! recuerda...! El año pasado en Santander...
¡Ah...!
Siento que me pongo encarnada, y entonces me avergüenzo aún más.
—Es que... -se me llenan los ojos de lágrimas.
—Bueno, bueno, ¡ánimo! Ya me supongo que te habrán ocurrido cuarenta mil desgracias... Ahora, a todos... ¿Tu padre?
—En la guerra... Ni sé siquiera dónde puede estar en este momento... Mi abuelito fusilado... Tía Julia y Gerardo... fusilados también... Mis nenas en un Albergue... por aquí, no sé dónde. Por ellas he venido.
—¿Cómo que no sabes? Hoy tengo libre... Así que puedo dedicarte el día... Dame tus señas... El Albergue lo busco yo y a la noche ya tienes en casa a tus gazapos.
Hablamos más de una hora. Su madre y sus hermanas están en Cartagena; él ha sido movilizado... El novio de Adela ha desaparecido... y no aparecerá más. 
—¡Tenía novio!
—Sí... un estudiante de Filosofía. Buen chico, pero el padre era un sinvergüenza y...
De tío José y tía Carmelina no sabe nada. 
—Y mejor es no saber, chica... Porque lo que se sabe es siempre lo peor...
Él ha estado herido. Estuvo en un Hospital.
—¡Nunca me he divertido más!
Me cuenta sucedidos con los compañeros, conversaciones, diabluras...
—Había también milicianas heridas... porque las mujeres, cuando os ponéis a ser valientes, le dais ciento y raya al barbián más bragao. Ya convalecientes bajaban a desayunarse a una galería de cristales. Un día me veo a dos milicianas que venían en camisón a tomar el desayuno... «¡Pero chicas! El camisón es para dormir. Id a vestiros...» Y ellas: «¿Pues no estáis vosotros en pijama, que es para dormir?» Costó un triunfo convencerlas... ¡y la verdad es que tenían toda la razón! Por mí, si querían venir en cueros, mejor...
—¡No digas disparates!
—Supongo que has oído cosas más gordas este año.
—¡Huy! ¡Dios mío si he oído! En ese tranvía de Chamartín he oído las palabras más horribles... cosas atroces...
—¡Es la guerra! Una exacerbación de todo lo salvaje y primitivo que todos llevamos dentro... Parece que todo lo que la civilización ha ido tejiendo en torno nuestro se afloja o se rompe... ¿No lo ves en todo? Hasta por la calle se anda de otra manera... Todo se ha desquiciado... Espiritualmente hemos sufrido un terremoto y hasta lo más íntimo y sagrado se tambalea, o se derrumba... Créeme... los que provocan revoluciones son unos verdaderos canallas.
Jorge habla como papá. Quedamos en encontrarnos por la tarde en este mismo lugar.
Estoy contenta… no sé por qué… En la pensión donde vivo, calle del Gobernador, almuerzo en el comedor de la casona con otros huéspedes… un matrimonio joven… otro matrimonio con una niña, dos señores, una señora y su hija. Comemos pescado, arroz… ¡un banquete! No se habla de la guerra. Todos se extrañan de verme sola tan joven.
—Vengo a buscar a mis hermanas y a una criada de casa que están en un Albergue… En Madrid ya falta todo…
Las horas de la siesta (estamos en septiembre) las paso en el gabinete de los marqueses con una de las pensionistas. Es una habitación enorme, de techo altísimo, arañas de cristal y espejos hasta el suelo. Una mesa de bronce y mármol llena de revistas viejas ocupa el centro… Vienen visitas. Todos me preguntan por Madrid. ¿Hay aún algo que comer? ¿Se ha fusilado a mucha gente? ¿Qué venden las tiendas de telas? ¿Andan los tranvías? ¿Hay luz en las calles?
—No, no hay luz. Por la noche, Madrid no parece Madrid. Hay noches claras de ésas de luna o de estrellas en que por lo menos se ve el bulto que se acerca… pero hay noches en que hay que ir con los brazos extendidos como los ciegos Además, las calles del centro, en obra cuando ocurrió la sublevación, siguen con los arenales, las zanjas y las piedras… y la Puerta del Sol destruida en parte, llena de escombros entre Preciados y Arenal...
A las 5 ya estoy en el Ideal Room esperando a Jorge.
Está lleno el café y no encuentro ni una sola mesa vacía. Le espero de pie en la puerta.
—Malas noticias -me dice al llegar-. Ni el Albergue de tus chicas ni ningún albergue queda ya...Unos han ido a Barcelona, otros a Francia, a Albacete, y hasta a Rusia... ¡Pero no te pongas así, mujer! Que aún no se ha perdido la esperanza... Se me figura que tus peques están en Albacete, porque la gente que vive ahora en el edificio que ocupaban dice que salieron dos coches para Albacete... y que una mujer de Segovia que llevaba siempre una chiquitina rubia en los brazos iba en uno de ellos... Así que a Albacete... No he perdido el tiempo... Aquí tienes el billete de tu tren que sale esta noche...
—¿A qué hora?
—Ah...no hay hora. Estaremos allí a las siete... Porque si no vas conmigo no entras...
—¿Qué clase has tomado? ¿Cuánto te debo?
—No me debes nada. ¿Clase? Pues chica, Pullman... Aquí no lo gastamos menos... Pero ¿tú vienes de Madrid o de París de la Francia, rica? ¿Te figuras que hay clases? ¡Vamos, tú deliras! Irás en tercera, en primera o en el furgón de cola donde viajan los cerdos camino del matadero... todo es uno... La cosa es llegar temprano para asegurarse un rincón donde pasar la noche... o las noches...
—Pero ¡no seas bobo! ¡Si se tarda cuatro horas!
—¡Eso era antes! Cuando el cochino aristócrata no se había sublevado, pero no ahora que manda el pueblo soberano y que hace lo que le da la real gana... Llegarás cuando llegues... La cosa es llegar...
Por si no encuentro a mis hermanas no me llevo la maleta, que dejo en la pensión al cuidado de una señora, y con sólo el neceser llego a la estación...
No me había engañado Jorge. La estación era un hormiguero de gentes en torno al tren que habían tomado por asalto desde que se formó a las cuatro de la tarde. Una masa apretada llena los coches de segunda y de tercera. De primera no veo ninguno. Algunos se han acomodado sobre el techo de los vagones.
A fuerza de puños logra Jorge abrirse camino en uno de los coches y le sigo.
Compañeros -grita-. Aquí traigo una compañerita enferma que va a reunirse con su familia en Albacete. A ver quién cede asiento para ella... o le hace sitio porque está muy delgada y cabe en cualquier parte... ¡Que no se diga, compañeros!
Un hombre viejo se levanta, remolón...
—Muchas gracias, hombre, y salud -le dice Jorge.
Me entrega un paquetito de pastillas de chocolate y me aprieta la mano.
—No sé si estaré yo aquí a tu vuelta... pero ahí te he anotado el número de mi brigada...Me escribes y...
Se va. Me parece que está conmovido...

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