Eso que llamamos nuestro hogar: reflexiones en torno a la diáspora y los libros (2005)
Versión sin anotaciones
Voces de las minorías. Emigración, culturas híbridas y transnacionalidad.
"Bueno, Gabrielita", dijo decidida mi tía Pastora, "no sé cómo pretendes que Daisita se quede contigo aquí en Santo Domingo. Una niña debe estar con su madre. Ese es su lugar, así es que aunque ella quisiera quedarse, tú tienes que insistir en que se vaya." Con estas palabras, mi tía Pastora, una de las presencias más queridas en mi infancia, dio su juicio final en torno a una situación que se complicaba. Al acercarse la fecha de mi partida, horrorizadas ante la perspectiva de tener que separarnos, Mamá Biela y yo habíamos comenzado a considerar la posibilidad de que yo me negara a irme.
Acabábamos de beber un refresco de tamarindo que tía Pastora nos había brindado en su cómoda, obscura y fascinante parlor. Sé que debí haber dicho sala, pero la de tía Pastora verdaderamente era una parlor, o lo que yo he venido a reconocer más tarde como su propia adaptación tropical de las parlors en la Inglaterra de la Reina Victoria. Era -y hay que decir la verdad- un cuarto recargado de encajes, estatuas y pájaros de porcelana traídos de la China o el Japón.
La casa reflejaba la personalidad de mi tía Pastora, un poquito presumida y muy cuidadosa de su persona, a la vez que muy metida en el estudio de religiones esotéricas y la masonería. Tenía poco de práctica en lo que atañía al diario vivir. La bondad, sin embargo, la obligaba a darse cuenta de cuándo era necesario ocuparse de ayudar a las personas a aliviar circunstancias difíciles. Este fue el caso cuando yo me encontraba convaleciente de hepatitis y nos llegó una caja llena de latas de jugos de pera y melocotón Libbys. De no ser por estas ocasiones, siempre daba la impresión de no darse cuenta de nada que no fuera su infatuación del momento con una u otra escuela de pensamiento religioso o filosófico.
Por eso me sorprendió tanto oírla expresarse con esa convicción, ella, la hermana de mi abuela, persona por otro lado muy casera y de gran tacto. Pero tía Pastora había dado su juicio; había apoyado a Mami. Mamá Biela la escuchó calladamente sin decir casi nada. Sin embargo, cuando llegó el momento de despedirme de mi tía, yo sabía que la decisión se había tomado. Me tocaba acompañar a mis cuatro hermanos a Nueva York donde ya se encontraban trabajando Mami y Enrico, su esposo. Así se decidió mi separación de mi abuela, la persona más allegada a mí, mi maestra y consejera espiritual hasta entonces.
Eso que llamamos nuestro hogar - 2
Era agosto. Un agosto caluroso y húmedo en el Santo Domingo de 1962 y las calles bullían de gente, que iban y venían a tantas reuniones. La ciudad parecía sobresaltada después de la muerte de Trujillo y su futuro todavía no se veía muy claro. Como yo era la hija mayor, aunque no la mayor de los hijos, a mí me tocó la responsabilidad de cuidar el sobre con los documentos de nuestra residencia y a nuestros hermanos. Mamá Biela y nuestro tío Felix nos llevaron al aeropuerto donde nos dejaron en manos de los empleados de la Pan Am. No fue posible conseguir asientos juntos, hecho que me mantuvo sobresaltada todo el vuelo. De todas maneras, me distrajo mantenerme preocupada por mis hermanos y no tuve tiempo de mirar atrás ni pensar mucho en todo lo que dejaba.
El viaje a Flushing en uno de los viejos checker cabs, suficientemente amplios para poder recibirnos a todos, cinco muchachos y dos adultos, fue tranquilo. El hogar que nos esperaba era una casa vieja de madera, alquilada en la calle Bowne. Recuerdo que noté que era un día precioso mientras nos acercábamos a la avenida Sanford. Hacía fresco y sin embargo los jóvenes jugueteaban en pantalones cortos cerca de la escuela primaria número veinte en la misma avenida Sanford, al doblar de la cuadra de la que sería nuestra nueva residencia. Había un sentido de libertad y abandono y confianza en los movimientos de los jóvenes y yo quedé boquiabierta al darme cuenta de que las niñas también se encontraban retozando felizmente. Habiendo dejado atrás una ciudad que se desangraba por la inestabilidad política y la inseguridad -recuerdo que era rutinario mirar abajo de los asientos de los cines antes de sentarnos, por si acaso habían puesto bombas-, yo me sentí invadida por la sensación de haber pasado a otra etapa de mi vida. Pensé que finalmente había logrado encontrarme donde no se esperaba que yo tuviera que salir de casa acompañada por uno de mis hermanos o por adultos. Esto me pareció entonces como un abrir de puertas y el momento en mi vida de aprender a respirar a mis anchas y crecer.
Había pasado una semana cuando Mamá Biela comenzó a hacerme falta, me duele admitirlo ahora. Había pasado más de un mes cuando noté la falta de plátanos, mangos y piñas en mi dieta diaria. Mis ojos se habían llenado tanto de imágenes de ese mundo libre y fuerte mientras que mi plato se adornaba con las delicias de la estación: melocotones, ciruelas, nectarinas y apricots. A Mami le encantaba llevarnos al supermercado para que viéramos la variedad de productos y marcas. El cereal dejó de conocerse para entonces como Corn Flakes en nuestra casa después que descubrimos la existencia de Cocoa Crispies y Cheerios. Las sopas de Campbell, delicias prohibidas anteriormente, se convirtieron en plato indispensable de nuestros almuerzos.
Dos días después de nuestra llegada, Mami volvió a trabajar en la Emenee, una fábrica de juguetes, que quedaba al sur de la calle Main, aunque todavía a una distancia que le permitía ir y venir a pie. Como yo era la mayor, a mí me tocó la limpieza de la casa, el cuidado de los más pequeños y la cocina. Pronto me di cuenta de que mis ilusiones de abandono juvenil feliz y la promesa de una juventud traviesa habrían de esperar a que llegaran tiempos mejores. Poco había cambiado la manera en que transcurría mi vida fuera del hogar aunque mucho se le había cargado en nombre de responsabilidad y trabajo.
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Septiembre llegó casi sin que me diera cuenta de que era hora de volver a la escuela. Mami pidió permiso en el trabajo para ir a inscribirnos. En mi caso, argumentó con mucha energía en contra de la intención de los maestros de atrasarme un año porque yo no hablaba inglés. Se debe en gran parte a la firmeza con que Mami mantuvo su convicción, el que me permitieran quedarme en el noveno (primer teórico) por un período de dos meses de prueba en el que yo debía demostrar mi capacidad de producir trabajo satisfactorio en mis cursos. Una experiencia, debo añadir, que requería que yo tomara todas mis materias en inglés mientras aprendía inglés, con la excepción de la materia en lenguas extranjeras que en mi caso fue francés. Después nos enteramos de que este último requisito había sido totalmente innecesario ya que la escuela ofrecía el español como una de las opciones de estudios de lenguas.
La novela Great Expectations fue asignada el primer día de clases por Mr. Diamond, nuestro maestro de inglés, un joven benigno a quien parecía hacerle mucha gracia el que yo estuviera en su clase. Tuvimos mucho trabajo de preparación para la lectura de una de las últimas novelas de Dickens, apoyado por una serie interminable de pruebas de vocabulario que me desvelaron y obligaron a pasar muchas noches en la compañía de diccionarios bilingües y también con los de la lengua española. Para mi gran satisfacción, comencé a sentir gran interés por los personajes y la trama de Dickens. No estaba muy segura del por qué pero esa novela tuvo bastante resonancia en mi vida de entonces. Creo que ahora lo entiendo.
Great Expectations es un bildungsroman, una novela que recoge el proceso de crecer y en última instancia de encontrar la posibilidad de querer y ser querido. Eso es lo que la vida le ofrece a Pip, un niño huérfano que tiene aspiraciones muy altas aunque, ay, pobrecito, es una creación muy humana. Pip es básicamente bueno pero tiene caídas de las que se recupera para volver a caer hasta que después de un aprendizaje muy largo logra acercarse a la bondad. Al final, Pip es recompensado con la promesa de la posibilidad de ser amado por Estella. A mí me conmovió mucho el sentimentalismo de la novela de Dickens y el entender que era precisamente por medio de las emociones que el autor se las arreglaba para hacernos ver y comprender la importancia de la justicia social. En ese momento en mi vida, sintiéndome vulnerable, moviéndome en círculos desconocidos y habiendo dejado atrás el apoyo emocional que el amor de Mamá Biela me había ofrecido toda mi vida, Dickens me hablaba de sentimientos y de injusticias sociales y yo lo escuchaba. Naturalmente, al principio no oía su mensaje. La comprensión me llegó paulatinamente, me costó muchas horas de cuidadosa lectura, traducción y re-lectura. Mis esfuerzos recibieron su recompensa cuando me pusieron en el Cuadro de Honor a los pocos meses de haber llegado al país. Mr. Diamond estaba muy satisfecho de mi progreso y se esmeró en alentar mis logros.
Absorta y distraída como andaba entonces, me comencé a dar cuenta de que cuando les pasaba cerca a algunos de mis compañeros de clase decían, "new shoes", zapatos nuevos. Yo me miraba los pies pero mis ojos siempre chocaban con mis maltratados mocasines, el único par de zapatos para ir a la escuela que tenía entonces. Otra situación que se repetía con frecuencia es que ocurrían accidentes en la escalera en los que los muchachos me empujan a mí y mis libros y yo caíamos al suelo. Pasé bastantes recesos tratando de recogerlos y de componerme para correr contra el reloj y llegar a clase a tiempo pero llegaba. A pesar de numerosos y repetidos "accidentes" desagradables, no logré entender plenamente mi nueva situación hasta que una tarde gris de febrero me di cuenta de que mi madre lloraba mientras me lavaba el pelo largo. Había estado bastante tiempo tratando de quitarme todo el caramelo que me había escupido accidentalmente un compañero de clase que discutía con otro sentado del otro lado de mí. Los empujones en la escalera cesaron un día cuando mi hermano Joaquín, alarmado por el incidente del caramelo, al seguirme después de clase llegó a encontrarme precisamente en el momento en que caía con mis libros. Montado en cólera invitó al grupo de muchachos a que lo esperaran afuera de la escuela después de clase. Su defensa de mi persona le costó una bofetada en la cara que le asentó el maestro de turno en el pasillo sin averiguar lo que había pasado. Después de ese incidente, felizmente, sin ninguna explicación cesó la persecución por el resto de ese año.
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Han pasado muchos años ya desde mi desgarrada separación de Mamá Biela y mi encuentro con el Sr. Dickens y el mundo de una adolescencia newyorquina que se enfrentaba con la "Otra". Hoy, mientras contemplo la presentación de uno de mis últimos libros, Documents of Dissidence, Selected Writings by Dominican Women (New York: CUNY Dominican Studies Institute, 2000), entiendo claramente cómo mi vida personal y mi trabajo en el mundo académico se han enlazado de una manera que me da gran satisfacción. Parece un cuento fantástico el decir que Dickens recogió el bastón de mi crecimiento intelectual precisamente ahí hasta donde me había podido llevar Mamá Biela y que recientemente esta jornada haya terminado en el Archivo Nacional de Santo Domingo, recogiendo viejas publicaciones de dominicanas. Pero es verdad. Yo también he sido como Pip, una huérfana en muchas cosas, navegando algunas veces aguas culturales traicioneras. Lo que me ha salvado es, lo que parece haber salvado a muchos personajes de Dickens, el hecho de que la vida ofrece la posibilidad de hacer lo justo y lo bueno, también. Y el que debemos sacar de cada situación lo mejor, no lo peor, como nos recuerda otro personaje de Dickens, Mr. Leary en la novela Hard Times. Qué difícil y maravillosa ha sido la jornada.
Hoy, me encuentro en un sentido bastante lejos de la parlor de mi tía Pastora aunque no tan lejos como había imaginado cuando me fui de Santo Domingo en el 1962. Me hace gracia notar que todavía vivo en Flushing, a menos de diez cuadras de nuestro primer hogar, en una casa construida hace más de cien años en el estilo que llaman victoriano, una de las pocas estructuras de entonces que todavía quedan en pie en el vecindario. Nuestro hogar es un sitio recargado, transformado con el pasar de los años en una aproximación sentimental a los hogares que mi nostalgia recoge mientras me empuja a continuar la acumulación de trastes y artefactos producidos en esta tierra natal, mi primer hogar. Pero esa casa en Flushing es el único hogar que me queda. Con el pasar de los años he comprendido que así como una niña necesita la compañía de su Mami, una madre se encuentra amarrada al lugar que ha visto nacer y jugar a sus hijos, para elaborar el postulado de Lourdes Casal. New York ha sido testigo de la transformación de mis tres niños en hombres comprometidos que hacen lo justo y lo bueno con harta frecuencia sin darse cuenta.
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Hace ya tiempo que entiendo que las cosas son así y que me voy a quedar en Nueva York, aunque en Santo Domingo me sienta frecuentemente en mi casa, sobre todo cuando me cobija el cariño y la bondad de mis amigos. Yo me voy a quedar para siempre en esa ciudad que recoge ese hogar que hemos construido un esposo bondadoso y yo, para nosotros mismos y para nuestros hijos y para los hijos de nuestros hijos. Me voy a quedar con mis investigaciones y mis libros, con mis estudiantes y mis colegas, con mis amigas y amigos y nuestras tertulias, en esa tierra que ha tenido y continúa teniendo tan ambivalencia y dificultad en que continúe y permanezca la presencia de personas como yo. Pero es desde ahí, para recordar a Julia de Burgos, que debo escribir y construir, y continuar siendo parte de una comunidad de almas compenetradas que luchan para crear un espacio para aquéllas y aquéllos, que como yo un día, asistan a las escuelas en busca de respuestas. Del comprender por qué me siento ligada a ese lugar nace mi necesidad de encontrar la manera de compartir información, de dejar saber que nosotras y nosotros, dominicanos-americanos tenemos una historia; que contamos y nos deben incluir en la ecuación.
De ese modo de sentirme conectada brota un trabajo que continúa sin miedo ni pudor acerca de si lo que hago está de moda ni preocuparme mucho por los que se sienten con derecho a perder su tiempo y tratar de hacerme perder el mío con sofismas porque ya la vida me ha enseñado a seguir subiendo la escalera para llegar a tiempo, aunque me empujen. Cuando llegue el momento de sacar cuentas, creo que se encontrará que he tratado de hacer lo justo y lo bueno, a mi manera, al darles voz y tratar justamente la obra de autoras y autores que no se estudia lo suficiente; aquéllas y aquéllos cuyos escritos han sido tantas veces injustamente y excluidos de publicaciones aquí y allá. Esta ha sido y continuará siendo mi contribución y mi recompensa en esta vida y en este oficio tan difícil.
Al considerar las maravillosas autoras cuya obra he recogido en Documents of Dissidence, me mueve un gran "cariño", un afecto profundo por éstas que ahora ya son tías, hermanas, madres, abuelas, bisabuelas y, sobre todo, amigas. Me encuentro también en un momento de mi vida en el que me siento capaz de expresar ese cariño, aún cuando vea las vulnerabilidades y en algunos casos sienta su desilusión y aún más hasta explique sus fracasos. A aquellos de ustedes que comienzan a conocer la historia del ensayo escrito por las mujeres en la República Dominicana, les espera un tesoro. Estas mujeres les van a cautivar la mente y los sentimientos al exigir un espacio en el mundo de las ideas, la historia, la política, la educación, el arte y la literatura. Les aconsejo que las conozcan lo antes posible.