Parque Industrial: Novela proletaria

Capítulo 2: TRABAJADORAS DE LA AGUJA

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Trabajadoras de la aguja
 
Calle Barón de Itapetininga. Sorbetes y modelos falsos en el mediodía de las costureras.
Enfrente de la vienense, grandes vitrinas aterciopeladas donde una bufanda se pierde.
Ellas tienen una hora para el almuerzo. La Madame salió en auto con su gigoló.
En la calle agitada, cabecitas rubias, cabecitas crespas, faldas simples.
Otavia se apresura. Atraviesa la calle entre autobuses, ingresa en un café, toma la taza percudida, sorbe rápidamente el café, ahora en una esquina, delante de un sándwich duro, hojea un libro sin portada. No percibe la población flotante del bar que la mira.
-¡Otavia!
-¡Desapareciste Rosinha! ¿Y la fábrica?
-Desenmascaramos al encargado cuando intentaba detener la huelga. Me echaron a la calle. Fueron unos días de hambre. Me llamó niña industriada[1]. ¡Hijo de puta!
-Cómete un sándwich.
-Ahora estoy donde el Ítalo.
Corina es la última en regresar al taller. Un amplio cinto de aceite esmaltado rojo refulge, en su viejo vestido de siempre.
Su boca llena de besos. El bronce de su cabeza llena de alegría está todavía más cobriza. Sus piernas se alzan, con rasguños en las medias, fuera de tacones descomunales.
Ella usa rubor en sus mejillas y un pañuelo futurista en su cuello. El ruido de las máquinas de coser inicia después del almuerzo. En un cuarto oscurecido por tapices, doce manos son emparejadas con una pieza cortada de pijamas.
La Madame, rígida por elásticos y embadurnada en maquillaje, fuma su cigarro sin cuidado, en la boquilla de ámbar, el cigarro displicente.
Los ojos de las mujeres trabajadoras son como los suyos. Teñidos de morado, pero por el trabajo nocturno.
-Mi pijama es para mañana. ¡Mi fiesta va a ser un éxito íntimo! ¡Voy a causar furor apareciendo en pijamas ante mis invitados! Seré la fundadora de las tardeadas íntimas. Los periódicos lo tendrán que comentar. La gente de bien tendrá que alabarme.
Mareada de envidia por una fiesta a la que no puede asistir, la modista de la tienda muestra el platino en sus dientes remendados.
Una joven pálida contesta la llamada y le cuesta decir que es imposible terminar hasta el día siguiente la encomienda.
-¿Cómo así? Exclama la costurera empujándola con el cuerpo al interior de la oficina.
¿Usted piensa que voy a molestar a la señorita solo por unas flojas?
Hoy habrá tiempo extra hasta la una de la mañana.
-¡No me puedo quedar en la noche, señora! Mi mamá está enferma. ¡Tengo que darle su medicina!
-¡Te quedas! Tu madre no va a morir esperando algunas horas.
-¡Pero tengo que ir!
-Por ninguna razón. Si te vas, estás despedida.
La proletaria regresa a su lugar entre sus compañeras. Sufre al considerar la idea de perder su trabajo que ha sido tan difícil de encontrar.
La Madame corre de nuevo para acompañar a la cliente, quien entra a un automóvil con un joven de bigote.
Las seis tejedoras tienen distintos ojos. Corina, cuyos dientes nunca han visto un dentista, brinda una bonita sonrisa, contenta. Ella es la mulata del taller. Ella piensa en su amorcillo que vendrá por ella después del trabajo. Otavia trabaja como una autómata. Georgina aspira por una vida mejor. Una de ellas murmulla, en un crujir de dedos picados de agujas que arrugan la tela.
-¡Y después dicen ellos que no somos esclavas!
El atrio de la catedral de la Sed[2] es un griterío. Las multitudes regresan cansadas a sus casas después de atender las comodidades de los ricos.
Los diarios burgueses gritan por la boca maltratada de los muchachos desgarrados, los últimos escándalos.
El “camarón” capitalista abre la puerta a las víctimas que recibirán otros doscientos réis, destinados a Wall Street.
El tranvía está repleto. De empleadillas de tiendas. Telefonistas. Cajeros. Toda la población de los más explotados, de los menos explotados. Para sus casas miserables en la inmensa ciudad proletaria, el barrio de Brás.
El “camarón” para resollando, sigue. Otavia, Rosinha, Lituana, Corina, Luiz, Pepe.
Luiz y Pepe son cajeros de una tienda de camisas en la calle Direita.
Otavia no pierde ni un momento. Lee. Es un libro de propaganda. Simple como un niño. Ella cruza sus piernas que parecen de niña en medias ordinarias. Rosinha Lituana acompaña la integración revolucionaria de la compañera y pasea los ojos por las bancas. Corina es la única aislada, de ojos cerrados. La cabeza teñida, la boina azul. Ella piensa que el proselitismo de los otros es tonto. Ella piensa que la vida es un coloso.
Un niño pegajoso con azúcar chupa un dulce con la boca desdentada.
 
El viento hace volar todos los cabellos del tranvía.
Corina se despierta en la calle Bresser. Baja. Sonríe a las compañeras de trabajo, se dirige a la Villa Simeone. Hay chicos en la esquina. Los ojos bajan, le miran las piernas torneadas.
A Pepe le gusta Otavia.
-¿Vas hoy al cine Mafalda? Es una película para chicas. ¡Es una con Ricardo Bartélmes!
-No puedo. Trabajo en la noche.
-¡Qué pena!
Se despiden en las puertas circunvecinas de la calle João Boemer.
 
-¿Dónde está el dinero, Corina?
-Me lo gasté.
-Te va a pegar Florino.
Corina piensa en el repugnante amigo de su madre.
-Ya estoy cansada de trabajar para un borracho[3] que no es mi padre. Necesito comer ahorita y después volver a la oficina.
-No hay cena.
-¿Y el dinero del gramófono?
Florino, borracho y gordo, aparece en el portón de la Villa. Su vientre se mueve, balanceándose. Agita su bastón. Quiere pegarles a los niños que lo siguen. No lo consigue. Los muchachos infernales desean que él se caiga.
-¡Borracho! ¡Borracho!
 
Dos manos nudosas agarran el cuello de la vieja mulata. Corina esconde la escena con la puerta. Está acostumbrada. Sale. Retoca su lápiz labial, sonriendo al espejo de su bolsa. Ella toma el 14.
La calle se va escurriendo por las ventanas del tranvía.
 
-¡Sí voy! Pero mañana me van a regañar en la oficina.
El garçonnière de Arnaldo abre a ella su deseo secreto. Una más en el diván turco.
¡También tantas delicadezas! Tantas cosas ricas para aquel estómago que ardía de hambre. Una botella abierta. Es tan simple. Una cabeza sin experiencia en las almohadas, somnolienta. Las bocas sexuales se chupan. Las piernas se provocan.
Llanto súbito y el baño. Arrepentimiento, miedo, caricias.
Corina encuentra a su amante en la despedida.
-No le cuentes a nadie.
Llanto en la oficina. Las otras piensan que es por causa del terrible padrastro.
 
Rosinha Lituana y Otavia se separan en la puerta enorme y ocupada de la Fábrica de
Sedas Italo-Brasileña.
-¡Chao!
-Aunque nos cueste la vida…
-¡Más vale morir a balazos que morir de hambre!
 
 
[1] En Ciudad Juárez, el peyorativo común para las trabajadoras de las industrias es “maquiloca”.
[2] Esta es la catedral de São Paulo en el barrio céntrico que congrega varios comercios formales e informales.
[3] “Pau de agua”: Borrachín, briago.

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