Parque Industrial: Novela proletaria

Capítulo 13: DONDE SE HABLA DE LUXEMBURGO

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DONDE SE HABLA DE ROSA LUXEMBURGO
 
Otavia, casi tísica, deja la colonia Dos Ríos para presos políticos. Una sentencia de seis meses de exilio por ser ciudadana nacional. Viva solo porque es fuerte.
El tren de segunda clase que la lleva por la noche de regreso a São Paulo también tiene la última samba carioca. La preocupación de la lucha social ha invadido el canto popular.
 
¡Hagan una rueda!
¡Hagan una rueda!
Que esta samba
Va a terminar en cadena
 
En el banco negro de madera, ella lee un periódico vespertino de Río. El primer periódico que lee después de tanto tiempo. El carnaval fue regulado. Muchas personas cayeron en la calle por inanición. Pero hubo champán a chorros en el teatro Municipal. Hojea las otras páginas. "La tragedia del Noreste." Una víctima de la sequía, atormentada por el hambre, mató a sus niños pequeños. Fue llevada a la cárcel. Un retrato inmenso ilustra una entrevista fascista. ¡El Brasil necesita orden!
El Ministerio de Agricultura, en Boa Vista, tendrá un costo de solo 16.000 contos. Los baños fantásticos de la hija del interventor en Petrópolis. ¡La mendicidad aumenta! El conflicto entre China y Japón. Las huelgas en España vuelven a aparecer. ¡En la Grecia de los poetas! ¿En Grecia? ¿Quién lo iba a suponer? ¡La crisis global es un hecho! Hasta el articulista entiende. Al fin de una página, perdido y temeroso, un telegrama sobre la construcción del socialismo en la U.R.S.S.
 
- Veo que aumentamos, compañeros...
El sindicato se reduce.
- ¡Un año de lucha, Otavia! Suficiente para que muchos proletarios se desilusionen colaborando con la burguesía. Entender la lucha de clases. Muchos intelectuales fueron expulsados de aquí. Otros entraron. Usted sabe de uno. Ha dejado definitivamente a la burguesía. Alfredo... se ha transformado. Pero le costó perder viejos hábitos... Y el gusto por el Hotel Esplanada. ¡Mírelo allí!
- Lo sé...
- ¡Otavia... tú!
La abraza indeciblemente.
- ¿De verdad te convertiste en un proletario?
- Dejé dos vacas... la burguesía y Eleanora...
Alfredo Rocha rió sanamente, mal vestido.
-Cuéntame de tu exilio...
 
¿Alfredo? ¿Podría creerlo? ¿Sus compañeros podrían estar equivocados?
Ella hablará con él todo el tiempo libre para ver si encuentra una actitud falsa, un propósito oportunista, una sombra de caudillismo y oportunismo. ¡Uno de los grandes burgueses de Esplanada!
Todos le afirman que su línea política es perfecta.
En un frío domingo, ella entra en la habitación que había alquilado, trayendo una media docena de flores amarillas cosechadas en el camino del mercado.
Alfredo la sigue en un viejo abrigo.
Otavia se pone un delantal de cuadros y con una lámpara de alcohol prepara el agua para el café. Sus pechos saltan en la blusa. Alfredo pasa sus ojos en ellos involuntariamente.
- ¡Todavía no crees en mí, Otavia!
El agua murmulla. El aromático café mancha el tazón escarapelado. Alfredo muerde silencioso un pedazo de pan. Ella sonríe.
- Lo creeré algún día.
 
Otavia, en la noche, después del trabajo que consiguió en una panadería, camina por las calles, tratando de encontrar algún antiguo compañero de la fábrica. Echa un vistazo en las heladerías y tabernas. Muchachas escolares pasan lamiendo helados. Baja por la calle Joly. El aspecto proletario no ha cambiado. La misma tienda de comestibles portugueses. Solía comprar plátanos allí. En la esquina, casi choca con la gigantesca figura de su compañero Alexandre, a quien conoció estallando contra la burguesía en la reunión sindical. Camisa de rayas sin mangas, hablando con dos empleados extranjeros.
- ¡Hola, amigo!
Los cuatro van con destino a una taberna. Se sientan. Las mesas están ocupadas por los trabajadores.
- ¡Esta mierda nunca fue una revolución!
- Mientras no venga Luiz Carlos Prestes...[1]
Alexandre se involucra en la conversación.
- Sería lo mismo...
- ¿Cómo?
- ¡Es lo mismo! ¡Repetiría de nuevo esta comedia sucia que está ahí afuera!
- Entonces, ¿quién la enderezará?
- ¿Quién?
- ¡Nosotros, los trabajadores! Los explotados tienen la necesidad de hacer la revolución.
Un trabajador común comentó.
- ¡Nadie hace la revolución, porque la mayoría de la gente es igual que yo! Confieso que tengo miedo de la policía. Quién quiera hacerla, que la haga...
- Hay muchos como tú, grita Alexandre. Pero mis hijos, que son pequeños ¡ya entienden la lucha de clases!
 
Alexandre no sabe leer ni escribir. Pero la realidad social, a través de su boca, exalta las multitudes.
- ¡Es la palabra de un trabajador hacia otros trabajadores!
La masa se galvaniza en la sala repleta del sindicato.
- ¿Qué partido debemos apoyar, camaradas? ¿Los partidos de la burguesía? ¡No!  El P.R.P. o el P.D.[2]? ¡No! ¿A los tenientes? ¡No!
¡Todos los trabajadores deben entrar en el partido obrero!
Los disidentes son silenciados. Una voz poderosa domina, contagia, marca un minuto de la revolución social.
 
La casa de Alexandre está cerca del parque São Jorge. Dice que es una casa. Con vecinos burgueses, un gallinero. Sus dos criollitos de 9 y 10 años, no bautizados, pero se llaman Carlos Marx y Federico Engels. Marcos y Enguis, como los llama su abuela paralítica, desde su cama sucia. Desde el colchón marchitado, hecho de retazos, ve hervir la sopa en una estufa de leña.
- ¡El fuego se quiere apagar!
La madre de los niños murió hacía muchos años bajo un montón de sacos en el molino Santista.
 
- ¡Venga a ver cómo mi miseria es hermosa!
Detrás del gigante negro aparecen Otavia y Alfredo. Casi es de noche.
Miseria sí. Pero qué revuelta dentro de esa miseria.
Carlos Marx no vendió ningún periódico para poder pegar en la madrugada manifiestos sindicales rojos en los postes.
Las platos de lata se llenan con caldo. El negro come en un tazón grande. Alfredo intenta gustar de la comida pobre y mal hecha. Se siente feliz. No le parece más abominable, como antes, el Brasil. Ya no quieren hundir su neurastenia individualista en cualquier lugar pintoresco, ni en los hornos del Sahara o en el glacial Océano Ártico. Quiere que lo dejen en Brás. Comiendo esos alimentos revolucionarios. Sin extrañar los hoteles de El Cairo, o los vinos de Francia.
Carlos Marx y Federico Engels vienen corriendo para decirle que el hijo de la cocinera de al lado fue raptado. La madre estaba en el trabajo. La hermana de seis años estaba cuidando a su pequeño hermano.
- Un burguesa bien vestida pensó que era bello en el regazo de su hermana. Bajó del coche y se lo llevaron... Ayer por la tarde.
Alfredo se interesa, le pregunta:
- ¿Fueron a la policía…?
- El padre fue. ¡Pero el delegado del Orden Social, dijo que el niño está mejor en la casa de los ricos!
Alfredo abre un periódico vespertino que trajo y busca el reporte.
-Aquí no. Para informar de estas infamias de la burguesía nunca hay espacio... Pero mire todo esto sobre el hijo de Lindbergh[3]. Dicen que la madre es la mujer más desgraciada del mundo. ¡La nueva Virgen María!
Fuman en silencio. Alfredo tira el periódico. En la cenizas, las últimas puntas de fuego. Un gato viejo sacude sus patas quemadas. Federico Engels estudia. Carlos juega con una chica morena que entra. Muy oscura. Una gran cantidad de arañazos en las piernas largas y desnudas. Discuten.
- ¿Es verdad, Señor Alexandre? No lo creo...
- Ella dice que Rosa Luxemburgo nunca existió...
Otavia se sienta en el suelo con los niños.
- ¡Sí existió! Fue una militante proletaria alemana asesinada por la policía porque ella atacó a la burguesía...
- ¿La mujer que robó el Neguinho es burguesa?
- ¡Por supuesto! Federico explica, levantando la portada del libro que deletrea. Si fuera pobre, la policía la hubiera asesinado tal como a Rosa Luxemburgo.
Otavia explica que la burguesía es la misma en todas partes. En todas partes, envían a la policía para matar a los trabajadores...
Alexandre se echó a reír. Su inmensa voz habló:
- ¡Matan a los trabajadores, pero el proletariado no muere!
 
 
[1] Militante comunista opositor de Getúlio Vargas. Se le conocía como el “Caballero de la esperanza” y organizó las revueltas de 1922 contra las oligarquías de la vieja República de Brazil.
[2] Partido Republicano Paulista y Partido Democrático Paulista.
[3] Se refiere al rapto del hijo del famoso aviador Charles Lindbergh, el bebé fue robado en New Jersey en 1932 y fue encontrado muerto cerca de la residencia, dos meses después.

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