Capítulo 10: PAREDES AISLANTES
PAREDES AISLANTES
Club de automóviles. Adentro, moscas. El club de alta sociedad se reconoce derrotado por la pluma decadente de sus criados de prensa. Ahora quieren engatusar a la prefectura, vendiéndole un predio que no pudo terminar. Es la crisis. El capitalismo naciente de São Paulo estira sus piernas finas y peludas.
Decrece la plusvalía, extirpada por media docena de panzones traga monedas de la población global de los trabajadores del Estado a través del absorbente Parque Industrial en alianza con la exploración feudal de la agricultura, bajo la dictadura bancaria del imperialismo.
El más rico, el más aristocrático de los clubes, está en quiebra.
En el vasto salón, media docena de recalcitrantes.
-¡Maldita vida!
-¡No se puede hacer nada! En el Brasil no se tiene dónde gastar. ¡Tierra miserable![1]
- ¡No tuve ni siquiera un acostón este mes!
- Las muchachas aquí son todas unas bestias. Ya no hay doncellas…
- ¡Todas son unas profesionales!
- Bueno, mira, yo tuve un aventurilla esta semana. Algunas chicas que acompañamos, la tarde del sábado. ¿Te acuerdas? La pequeña demonio no estaba siquiera interesada. Ni coche ni dinero. Por la noche, llamé a Zezé y nos metimos a su casa en la calle de Arouche. Ella vive con la dueña del estudio. Los dos solos... Fue un miedo infernal. Pensaron que era un ladrón. También, Zezé hizo una escena de western, revólver, pañuelo negro... Agarré a la pequeña virgen en la cama...Una virgen de verdad...
- ¿Y la policía?
- ¿Cuándo se ha visto que la policía persiga al hijo de un político?
- Los periódicos no reportaron nada...
- Por supuesto. Los periódicos son camaradas.
- ¿Le diste el dinero?
- Le di dentadas...
El comentario prosigue entorno a los pantalones de algodón, entre dos whiskeys en el bar.
- ¿Qué hay de Lolita?
- Es un aperitivo nomás. La rubia de Rocha es la que es un coloso. Pero viciada. ¡Solo quiere mujeres!
- ¿Arnaldo se liberó de la chica?
- ¡Por supuesto! Juró que el niño no era suyo. ¡Y el número de los coches también! Después de que ella se fue del burdel para el hospital de maternidad... Ahora él trajo a una jovencita del sur.[2]
- ¿Y la criolla[3]?
- En la cárcel.
Otro personaje. Guantes. Una riñonera estridente.
- ¿Quiere novedades?
- Ese mulatillo es interventor, ¿eh?
- Es teniente fácil. Nunca lució un esmoquin. Solo envíalo para nuestro batallón volante. Las mujeres de la alta sirven al menos para eso... ¡para domar burros importantes! ¡Qué demonios! ¡No es solo por el Príncipe de Gales!
Las grandes haciendas paulistas tienen siempre sus viejas yeguas de pedigree a la disposición del visitante indicado. Bien brasileñas. Bandeirantes. Morenas. Rubias. Gorditas. Delgadas. Y peores que las condesas de la Rotonde. Estas quedarán virtuosas y gordas después del matrimonio.
Hay media docena de casadas, divorciadas, semi-divorciadas, vírgenes, semi-vírgenes, sifilíticas, semi-sifilíticas. Pero de gran utilidad política. Bohemillas conociendo París. Histéricas. Hechas incluso para despotricar militares desacostumbrados.
Los desnudan para vestirlos con la librea de alta sociedad. Son la crema. ¡De las mejores familias! En un golpe, los hombres ordenan una docena de trajes de etiqueta. Hacen un pedido de una bodega de vinos de Chianti. Son capaces de vender el regimiento por un cigarro. Y de ocupar São Paulo.
¡Adiós cinco por ciento del magro salario! Ochenta mil trabajadores están desilusionados y ponen comillas a la palabra Revolución.
Alfredo, cada día que pasa, se siente fuera de lugar e inútil en esa pobre agonizante riqueza.
Cruza el viaducto, regresa a la Esplanada. También desierta. Casi cerrando. Va a tomar un whisky solitario. Entra en el bar de prostitutas que se convirtió en un bar social.
Se despierta con el frenesí de las mujeres que entran. Son las emancipadas, las intelectuales y las feministas que produce la burguesía de São Paulo.
- Acabo de dejar a Gastón. ¡Dedos maravillosos!
- ¡El mejor peluquero del mundo! ¡Incluso en París!
- ¡También estabas como una furia!
- ¡La hacienda, cariño!
- El Diario de la Noche publicó mi entrevista en la primera página. Salí horrible en la publicación. Estos trabajadores del diario son unos idiotas. ¡Mi mejor línea está cortada!
- La conferencia es hoy. Pero será mejor que cambie la hora de las reuniones. ¡Para poder venir aquí!
- ¿Será que la Lili Pinto viene con el mismo traje?
- ¡Desgraciado!
- Ella piensa que la evolución está en la masculinidad de la indumentaria.
- Pero ella sabe cómo hacerse interesante.
- ¡No es de extrañar! ¿Quién no arregla así su popularidad?
- ¿Todavía está con Cássio?
- Y con los otros.
El barman crea cócteles rancios. Las ostras se deslizan por las gargantas exquisitas de líderes que quieren emancipar a la mujer con ron selecto y moralidad.
Una matrona de corbata y grandes cuentas aparece dispersando papeles.
- Lean. El censo está listo. Tenemos un gran número de mujeres que trabajan. Los padres ya dejan que sus hijas sean maestras. Y trabajar en las oficinas ... ¡Oh! ¡Pero Brasil es detestable en el calor! ¡Ah! Mon Palais de Glace!
- Si hubieras venido antes, podríamos visitar al científico sueco...
- ¡Ah! Mi criada estaba retrasada. Con disculpas de embarazo. Mareos. Enfrió demás mi mi baño. ¡Además, ya está en la calle!
- El camarero alemán, alto y delgado, renueva cócteles. La servilleta clara castiga involuntariamente el rostro de la señorita Dulcinea. La lengua afilada de la virgencita absorbe el cristal de cereza.
- ¡Se consiguió el voto de las mujeres! ¡Es un triunfo!
- ¿Y las trabajadoras?
- Esas son analfabetas. Excluidas por naturaleza.
El camarero del Grand Hotel tiene una sonrisa media.
Alfredo también. Paga. Sale. Toma el ascensor hasta el segundo piso.
Eleanora continúa sus aventuras dispares. Toma todo de la vida.
La habitación, alfombrada de azul, eternamente desmantelada. Los rugidos del sexo estimulando diariamente los oídos de los criados y son comentados en todos los apartamentos del piso. Se quieren reventar el útero de alegría.
Alfredo le da asco por su ropa. Quisiera al menos tenerlo chic como antes. Prefiere inmensamente más aquel húngaro, de bigotes rubios, bien vestido, que vio en el pasillo. Tiene un frontón. Es un canalla. Pero es deseado como un príncipe.
Entra después de Alfredo, jugando con el cachorro.
- ¿Con quién viniste?
-Con una señora holandesa.
Se pone sus piyamas.
Alfredo percibe en su mujer el desmoronamiento de la propia inteligencia. ¡Cómo será mediocre!
- ¡No concordamos en nada, Eleanora!
Ella bromea, indiferente, con un sombrero de playa que había comprado.
La radio educacional paulista vomita foxtrots desde la pared.
Alfredo siente un mal indecible que lo consume. Todo sobre la vacua mujer lo irrita. Las piyamas con encajes en los muslos para mostrarse desnuda. El centelleo de las pulseras. Las uñas pintadas. Los pipermints. Ella murmura.
- ¿Qué camisa tan repugnante!
Alfredo empalidece.
-¡Eres digno de tus sucios amigos! Solo te pido que no cenes conmigo así también. En el hotel se dan cuenta...
Alfredo se acerca:
- Escucha, Eleanora. Yo te saqué de una casa donde al menos uno trabajaba para ganarse la vida. Creíste en la comedia de los círculos altos. Estabas contaminada. ¡Te atascaste en el barro de esta burguesía fastidiosa! Tal vez yo era el culpable. Quizás no. Te pudiste colar por otra puerta. ¡O hasta por debajo de la ropa! Nunca te conformarías con trabajar. Y la burguesía hoy apenas se defiende. ¡Pues quédate en ella! ¡Yo me largo!
[1] Esta manifestación parece una repetición de las múltiples que toman lugar en las calles del Brasil contemporáneo.
[2] “Tourazinha” tal vez se refiere a una habitante de un poblado de Mato Grosso, probablemente Cabeça de Touro.
[3] Criollo tiene una connotación racial negativa en portugués. A diferencia del español, en el portugués está ligado con el prejuicio racial en contra de los negros.