Capítulo 3: EN UN SECTOR DE LA LUCHA DE CLASES
-¡Nosotros no tenemos tiempo de conocer a nuestros propios hijos!
Sesión de un sindicato regional. Mujeres, hombres, operarios de todas las edades. Todos los colores. Todas las mentalidades. Conscientes. Inconscientes. Vendidos.
Los que buscan en la unión el único medio de satisfacer sus reivindicaciones inmediatas. Los que son atraídos por la burocracia sindical. Los futuros hombres de la revolución. Revoltosos. Anarquistas. Infiltrados.
Una mesa, una toalla vieja. Una garrafa. Vasos. Una campana que falla. El directorio.
Los infiltrados empiezan a sabotear, interrumpiendo a los oradores.
Un cocinero habla. Tiene la voz firme. No vacila. No busca palabras. Vienen. Los cabellos en los ojos bonitos. La camisa sudada, agita las manos enérgicas. Están manchadas por decenas de cebollas picadas diariamente en el restaurante de ricos donde trabaja.
-¡No podemos conocer a nuestros propios hijos! Salimos de casa a las seis de la mañana. Ellos están durmiendo. Llegamos a las diez. Ellos están durmiendo. ¡No tenemos vacaciones! ¡No tenemos descanso dominical!
La voz de la verdad, todos se agitan en las bancas duras. Toda la sala suda.
-¡Vamos a detener eso! Usted pidió hablar por cinco minutos. Ha estado hablando por media hora. ¡Vamos a terminar amaneciéndonos aquí!
Toda la gente voltea. Es el infiltrado Miguetti quien interrumpió.
-¡Nos amaneceremos aquí! Revira pausadamente el cocinero. Estamos discutiendo cosas muy importantes para nuestra clase. Bien vale el sueño perdido. ¿Cómo puedo dormir sabiendo que mis hijos sufren hambre? Sobre todo yo que cocino tantos bocadillos para los ricos.
El infiltrado pide de nuevo el fin de la sesión que se prolonga animadamente.
-Tengo que trabajar mañana. Y todos los compañeros presentes también.
Las palabras de un herrero suenan energéticamente en la asamblea.
-El compañero Miguetti lucha por un interés individual y quiere sacrificar los intereses colectivos. Está saboteando la reunión. Nos impide hablar. Está haciendo una obra policial, contra los intereses de nuestra clase. ¡A favor de la burguesía que nos explota! La asamblea decidirá.
La mayoría ordena que la reunión continúe. Los operadores conocen y apuntan a los infiltrados. Son también trabajadores. Corrompidos por la policía burguesa, traidores de su clase. De sus propios intereses.
Un trabajador de construcción grita:
-Nosotros construimos palacios y vivimos peor que los perros de los burgueses. Cuando quedamos desempleados, somos tratados como vagabundos. Si solo tenemos una banca en la calle para dormir, la policía nos arresta. Y preguntan por qué no nos mudamos para el interior. Están listos para dejarnos morir por el látigo en la compañía de “Mate-Laranjeira”![1]
Una operadora diminuta y envejecida grita:
-¡Mi madre está muriendo! Gano cincuenta mil réis por mes. El dueño me tiró todo a la salida de la oficina. No tengo dinero para la medicina. Ni para comer.
Rosinha Lituana y Otavia están apretadas en una silla. Cerca de ellas, un muchacho pardo abre sus ojos claros de par en par. Parece sentir todo lo que dice la gente.
En la ciudad, los teatros están llenos. Los palacetes gastan en mesas repletas. Las mujeres en las fábricas trabajan por cinco años para ganar lo que cuesta un vestido burgués. Necesitan trabajar toda su vida para comprar una cuna.
-¡Todo eso nos han arrebatado! ¡Nuestro inagotable sudor se transforma diariamente en champaña que ellos desparraman!
[1] Probablemente se refiere a la Compañía Mate Laranjeira en Matto Grosso que tuvo influencia en el Movimiento Divisionista creado por Thomaz Laranjeira. La compañía actuaba como un Estado dentro de otro Estado, con sus propias leyes.