Parque Industrial: Novela proletaria

Capítulo 11: VIVIENDA MUILTIFAMILIAR

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VIVIENDA MULTIFAMILIAR
 
Los lavaderos comunes del vecindario están llenos de ropa y espuma. En la hierba, media docena de pantalones de hombre y algunas sudaderas arrancadas. Manos ásperas se despellejan. Niños mocosos, de un rubio quemado, tiran de sus faldas mojadas.
-¡Largo, mocosos! ¡Tengo que enjabonar todo eso! Estos niños solo han nacido para molestar...
- ¡Maldición! ¡Yo te meto la mano hasta que el diablo diga que es suficiente!
- ¡Los pobres no deben tener hijos!
- ¡Aquí viene el Didi! Usted vio a su hijo, ¡qué mirada!
Una prieta deformada aparece con el hijo ceniciento. De su boca débil se resbala una teta, marchitada, sin leche. El delantal negro limpia sus pequeños ojos legañosos.
- ¡Los pobres no pueden, ni siquiera deben ser madres! ¡Yo no sé como tuve este bebé!
Tengo que dárselo a alguien, para que la pobre criatura no se muera de hambre. Si sigo cuidándolo, ¿cómo consigo trabajo? ¡Tengo que dejarlo para cuidar de los hijos de los demás! Seré la nana de los hijos de los ricos y no sé cómo podrán salir adelante los míos.
Nadie dice nada. Todos están casi en las mismas condiciones.
Empiezan a hablar de la seducción de las niñas en el barrio.
- Una que pronto estará perdida es la Julinha. Imagínate que ella sale al almacén y deja que los chicos le hagan esto en sus tetas. El otro día, escuchó una conversación. Taliba estaba en el baño y la oyó preguntar a Poca Ropa ¡si le había metido todo!
- ¡Qué demonios! Los niños incluso tienen que saber. ¿Cómo podemos ocultarla, todos viven en la misma habitación? Tenemos que cambiarnos juntos la ropa por completo. Tenemos que hacer todo al lado de ellos. Solo los ricos pueden tener vergüenza porque cada uno tiene su propia habitación.
Otavia y Rosinha llegan del trabajo. Didi intenta otra vez de exprimir el pecho y lo frota en la boca abierta del niño.
- ¡He traído leche condensada para el bebé, Didi!
- ¡Toma esta lata de mermelada!
La boca desdentada de la mujer negra ni siquiera le da las gracias...
- ¿Y Matilde?
- Un poco agitada, pero bien. Nunca volvió a ver esa amiga rica. Está trabajando en medias. Le va bien.
- ¿Le has dado los folletos para leer?
- Los ha leído. ¿Vamos a llevarla a la reunión de hoy?
La voz estridente del propietario llama a las puertas. Todo el predio ofrece excusas.
- ¡No lo tengo!
- Por el amor de Dios, espera hasta mañana.
 
La casa número 12 es tabú para las niñas del vecindario. Las madres prohíben que sus hijas se aproximen. Ellos saben que ahí reside doña Catita. Muchos hombres van allí. Doña Catita viste pantalones de seda y pantuflas de armiño. Cuando sale por las mañanas, con sus piyamas apretando mucho sus caderas de anchas carnes, todo el mundo se vuelve a verla. Doña Catita arrastra las pantuflas peludas en el patio de tierra sucia.
Yayá es la pequeña criada sorda que lava la ropa y las sábanas manchadas de la casa 12.
 
En la luz de la luna que a penas se ve, el niño juega con un anillo.
En un rincón, Violeta se mueve en los pantalones de un soldado gozoso.
Las niñas mayores mecen grandes lámparas hechas con fibra de rafia, estropeando los dedos en los cables.
La conversación de los niños comienza simple, modesta. Se sientan más cerca. La conversación se calienta, seria y confidencial. Los cerebrillos reprimidos se expanden y hablan en voz baja lo que las madres saben que ellas dicen.
- ¿Ya eres una mujer?
Un niño malicioso quiere oír.
- ¡Fuera! ¡Chica con chica! ¡Muchacho con muchacho!
El niño grita:
-¡Sal chismoso!  
Sale a jugar a las escondidas. Las chicas reanudan.
- ¿Las mujeres de la calle lo hacen igual que las casadas?
Las palabras salen ahora como un soplo:
- Ya he visto a mi madre una vez....
- ¿Cómo era?
- ¡Hay mujeres que lo hacen con mujeres!
- No lo creo. No se puede...
- ¡Sí, se puede! Lo leí en un libro.
- Se asustan. Un suave grito cercano.
- ¡Con... chi... ta! ¡Tu padre llegó! ¡Entra!
El vendedor negro de pomonha[1] es rodeado por las pequeñas.
Matilde tiene un gato en su regazo. Doña Catita llega presuntuosa de la calle. Trae bolsas de compras. Otavia aparece en la puerta.
Un grupo de mujeres se anida a descansar en vigas de leña, cerca de los tanques.
- Mi Ambrozina está ganando bien, ¡gracias a Dios! Es mecanógrafa de un doctor. Al fin de mes vamos a dejar este agujero por un hogar decente. Gana más que mi marido. Si ella no necesitara tantos vestidos... pero ella dice que es así. Verán el abrigo que compró...
Ambrozina llega. Traída en el auto del jefe que se detuvo en la esquina. Bien formada, muy ajustada en la cintura por una hebilla grande de su impermeable azul brillante. Besa a su madre ruidosamente, dejando las marcas de lápiz labial. La mujer orgullosa se desliza riendo y se tropieza con sus propias zapatillas.
- ¡Rápido mamá! ¡De lo contrario llegaremos tarde al espectáculo de Clara Bow!
Entra en la casa. El grupo de mujeres se miran mutuamente.
- Apuesto a que ya es...
- Miguel la vio entrar a su fea casa...
- ¡Me compadezco de la madre!
- Pobrecita, ¿por qué? ¿Crees que no lo sabe?
 
La mitad del arrabal se va a la fábrica.
 
La nube de humo se disipa, ennegreciendo toda la calle, todo el vecindario.
La mansión de ladrillo, con rejas en las ventanas. El silbido se escapa por la chimenea gigante, liberando toda una humanidad que fluye hacia las calles de la miseria.
Un pedazo de la fábrica vuelve a la vecindad.
 
- ¡Nadie trabaja mañana!
- ¡Nadie!
- ¡Están arrancando el pan de nuestra boca! ¡No podemos consentir! ¡Disminuirán más! ¡Perros!
Los tejedores arrojan espuma de odio proletario. Las filas de pobres se engrosan en una demostración inesperada delante de la fábrica. Manos robustas y manos esqueléticas avanzan hacia la limusina de lujo del gran industrial que se detuvo. El conductor elegante huyó. Vidrios y tapicería en las manos de la masa que toma venganza.
- ¡Esta gasolina es nuestra sangre!
 
El teatro Colombo, opaco y brillante, indiferente a los estómagos vacíos, recibe la aristocracia de la pequeña burguesía de Brás, los que todavía tienen dinero para el cine.
En la puerta, el enigma claro de Greta Garbo en los colores mal hechos de un poster. Pelo revuelto. La sonrisa amarga. Una prostituta alimentando al padrote[2] imperialista de Estados Unidos para distraer a las masas.
 
Pero la masa que no va al cine se atropella en la plaza, alrededor de la bandera roja, donde amenaza la hoz y el martillo.
Carteles carmesí incitan a la revuelta. Torpes pero ardientes lenguas se mezclan en los discursos.
 
El barrio Brás despierta.
La revuelta es alegre. ¡La huelga, una fiesta!
- ¡Compañeros soldados! ¡No disparen contra sus hermanos! ¡Dirijan sus armas en contra de los oficiales!
Las espadas de la caballería zumban en la espalda y las cabezas de los trabajadores enojados.
Ellos solo tienen sus brazos encadenados para defenderse.
Los huelguistas se agitan entre las patas de los caballos. Retroceden.
 
En la oscura puerta de la fábrica, una trabajadora embarazada se lamenta:
- Mi marido está siendo sacrificado. ¡Me lo matan! ¡Saquemos a nuestros maridos de esta huelga!
Un trabajador sucio rebate.
- ¡Qué debilidad, compañera! Por el momento todos están luchando. No hay individuo. ¡Todos somos proletarios!
Un grupo se forma.
- Calma, Otavia. ¡Hablarás más tarde!
- ¡Mis hijos no tienen comida!
- Será mejor volver al trabajo.
Las mujeres apoyan esta traición.
- Ellos no entienden, Rosinha...
 
- Espera, hablaré ...
La voz pequeña enfrenta el bullicio de la oleada roja revolucionaria.
- ¡Camaradas! No podemos permanecer sentados en medio de esta lucha! Debemos estar al lado de nuestros compañeros en la calle como cuando trabajamos junto a ellos en la fábrica. ¡Tenemos que luchar juntos contra la burguesía que consume nuestra salud y nos convierten en harapos humanos! Roban hasta la última gota de leche materna que pertenece a nuestros niños para que ellos vivan con champán y en el parasitismo!
- ¡Nosotros, en la noche, no tenemos siquiera la fuerza para calentar a nuestros niños que son dejados solos todo el día o enclaustrados en cuartos inmundos sin que nadie los cuide! ¡No debemos debilitar la huelga con nuestras quejas! Estamos retrasados con el pago de la renta y tenemos hambre, mientras nuestros jefes, que no hacen nada, viven en el lujo y envían a la policía para atacarnos! ¡Pero no por esto seremos esclavos toda la vida! ¡La compañera Julia está haciendo inconscientemente el trabajo de la policía! ¡Está traicionando a sus camaradas y a su clase! ¡Ella es un ejemplo de la explotación capitalista! ¡La burguesía tiene a sus secuaces armados para defenderlos! Si nosotros mismos no defendemos nuestros derechos, ¿quién vendrá en nuestro auxilio? La respuesta de la policía es una incitación a pelear, porque solo demuestra que somos esclavos de la burguesía y la policía está de su lado! Tenemos dieciséis camaradas arrestados. ¿Por qué? Debemos exigir que sean puestos en libertad. ¡Camaradas! Formemos un frente de hierro contra la barbarie de los burgueses que ya están sintiendo la agonía de su régimen y, por tanto, llaman a la violencia y al terror! ¡Tenga confianza en la victoria del proletariado! ¡Luchemos por la huelga y la libertad de nuestros presos! ¡Esposos, compañeros, hermanos y novios! ¡Por la huelga general! ¡Contra la burguesía y sus secuaces armados!
 
Disparos, espadas herrumbradas, gases venenosos, patas de caballos. El público se da cuenta, en el ajetreo y la sangre.
 
[1] Pamonha es una comida típica del nordeste hecha de maíz y leche, similar a los tamales mexicanos.
[2] Cáften o cafetão, eran los rufianes que vendían a mujeres de origen judío para la prostitución.

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