Parque Industrial: Novela proletaria

Capítulo 12: BRAS DEL MUNDO

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Brás del mundo 

La policía está investigando. En el gabinete, entre secretos, algunos traidores. Pepe se acerca.
- Me prometiste que me darías más.
- No fuiste de utilidad. Dime quién empezó... Quiero los nombres...
- Ya se lo he dicho. Rosinha Lituana... La que habló en todas las reuniones...
- ¡Idiota! ¡Una niña rebeló a una multitud!
- ¡Fue ella!
Nerviosamente recoge los diez mil réis que el inspector le arroja. Comprará un regalo para contentar a Otavia. No se han visto por un mes.
 
Un domingo aburrido. En la calle Moóca, la calle Bresser, los automóviles privados aceleran sus motores para las carreras. En el Hipódromo repleto de elegantes, las poules[1] derrochan dinero. Día soleado. El pelo corto. Boinas multicolores. El barrio popular se aristocratiza.
Pepe se detiene en la puerta.
- ¿Por qué tengo que vivir en la miseria toda mi vida? ¿Por qué?
Comentan sobre la caída de un jockey.
- ¡Tantos se caen!
Pepe se retira, su cerebro enmarañado de contradicciones, torvo de miserias. Siente la traición en todas las venas. Fue por su culpa que habían detenido a Rosinha del vecindario en un carro de la policía. La calma recusada de Otavia le resulta molesta. Se compra una paleta de hielo.
 
Rosinha Lituana desembarca cerca de policías en la colosal cárcel de inmigración.
Había estado en esa casa hace una década como una inmigrante, pequeñita. Venía de Lituania con los padres empobrecidos. Después de la guerra tuvieron que emigrar, como tanta gente. Se mezclaron con muchos otros en la mansión de ladrillo de la calle Visconde de Parnaíba[2]. Lo mismo hoy. Sin los jardines y sin rejillas.
Después de que habían sido tratados como esclavos para una finca feudal que los había esclavizado a los árboles de café. Hasta los niños tenían que trabajar. Los campesinos no decían nada. Un día se quisieron llevar a su mujer. El hijo menor de la casa deseaba las abundantes trenzas de la mujer lituana. Fue encerrada en un cuarto del granero. Lograron escapar en la noche. Rosa recordó la despedida en la carretera cuatro días después. El padre dijo:
- ¡Nos atraparán! Huye con nuestra hija...
Vio a su padre por última vez desde un campo de pastos altos. Oculta y asustada. Había sido amarrada como un toro y retornada a un feudo moderno. ¡Cruzando ciudades vigiladas!
Después llegaron a Brás, solas las dos. Pobreza. Los viajes inútiles al Patronazgo Agrícola, donde un día un viejo las sacó. Se quedaban en un sótano. La madre murió. Entró en la fábrica de ropa con 12 años. La revuelta contra los explotadores y asesinos. Descubrió el sindicato. Entendió la lucha de clases.
Desde las rejas donde se asoma, ve a los soldados del rancho. A las nueve, del otro lado, pasa el tren de lujo para Río. La Cruz del sur[3]. Cada compartimento por una noche cuesta cuatrocientos mil reales. Ella ganaba doscientos al mes. A veces menos.
 
Es difícil poder dormir en camas extrañas. Recuerda su iniciación en la lucha proletaria. Desenmascaró a uno que se vendió a la clase enemiga.
-¡Sí fue una niña! Gritó a la asamblea detenida. ¡Pero trabajaba todo el turno matutino y el vespertino también!
¡Había distribuido tantos manifiestos! ¡Y la reunión terminó con el canto de la Internacional!
 
Se despierta con el toque de clarín de la prisión. El sol brilla en el cubículo a través de las barras metálicas.
Trepa a la ventana y observa el patio. Debajo, un pelotón sin armas hace ejercicios rítmicos. Un soldado blanco se remanga los pantalones desteñidos y exhibe unas piernas femeninas. Inicia la limpieza. Un cabo desdentado estira las polainas para una lustrada.
El candado se abre ruidosamente en la puerta. Ella salta al suelo. Pasa un paño sobre su cara. Es un negro canoso que le trae el desayuno. Fuera de la puerta hay un centinela con arma cargada.
Escucha grandes risotadas debajo. Es el alcalde de la prisión.
 
Le traen almuerzo. Ella se distrae con el parloteo de los soldados afuera.
- ¡Es la época de la economía!
- ¡Sí que lo es! Estoy aquí porque no he encontrado trabajo...
- Estoy al servicio de la patria...
Deja los alimentos. Sube a la ventana. Alcanza a recoger frases que son reconocidas por ella. Frases de propaganda del partido. ¿Quién será? No se puede ver. Pero escucha.
-Patria ... ¡tramposa! ¡Quién no tiene patrimonio no tiene patria! ¡Somos más hermanos del soldado raso de Argentina que de nuestros oficiales! ¡Guerra ... engaño!
¿Defender qué? La propiedad de los ricos...
- ¡Eso es cierto!
- Estos ricos que defendemos con nuestras vidas sienten repugnancia de nuestra presencia...
- Los hombres pobres no tienen patria.
El negro pasa por debajo de una bandeja, llevando los platos a la sala de los oficiales.
 
En el interrogatorio, le comunican que la van a expulsar.
- ¡Eres una extranjera!
Pero ella no conoce ningún otro país que éste. ¡Siempre ha dado su trabajo a los ricos del Brasil!
Sonríe con amargura. La alejarán de Brás para siempre... ¿Qué importa? Ella oirá de los propios defensores sociales de la prisión: ¡los pobres no tienen patria!
¡Pero dejar Brás! ¿Para ir a dónde? Eso le duele como una tremenda injusticia. ¡A quién le importa! En todos los países del mundo capitalista existe una amenaza de Brás...
Otros hombres quedarán. Otras mujeres quedarán.
Brás de Brasil. Brás de todo el mundo.
 
[1] Gallinas.
[2] El museo de la migración del Estado de São Paulo se encuentra hoy en la misma calle. En este sitio del museo se pueden ver algunas fotografías del edificio: http://museudaimigracao.org.br/en/
[3] Se refiere a la constelación que se puede observar desde el sur del continente Americano.

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