Parque Industrial: Novela proletaria

Capítulo 4: Instrucción pública

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Instrucción pública
 
Escuela Normal de Brás. Reducto pedagógico de la pequeña burguesía. Los estudios no son muy caros. Los padres quieren que sus hijas se conviertan en profesoras, aún si eso significa que comerán todo el día frijoles, bananas y pan de maíz[1].
El predio es grande, amarillo y sucio. El jardín de hormigas de José, el jardinero. Sirvientes eternos. El guapo portero que estudia derecho. El secretario enano y poeta. Las profesoras envejeciendo, secándose. Los lentes inútiles. El vendedor de helados. Los cacahuates tostados. Las muchachas entrando y saliendo. Bien vestidas. Mal vestidas. Las bien vestidas son las hijas de los médicos de Brás, y Matilde, la hija de aquella girl de Arruda. Todos piensan que ella es hermosa. Tiene la sonrisa triste. Los ojos muy verdes. Sus muslos emergiendo bajo su jersey corto. Paga el helado para todas. ¡Todo tipo de bocadillo! ¡Gana como corista de club! Pero ella no le dice a nadie que ella trabajó en la Fábrica.
Lenguas maliciosas escurren de los helados largos. Pechos útiles encienden los pezones sensuales rozando en el suéter de rayas.
El dependiente de zapatos se muerde la lengua de placer.
Clelia, la portuguesita chic, lisa como una tabla, sonríe a un estudiante rico con una boca enorme.
 
-¡Apestoso! No conoce su lugar.
-No digas eso. Es José Mojica en persona[2]. Principalmente con la camisa de cuello alto.
-El otro día lo encontré con Dirce en Santana.
-¡Ah! ¿Sabes que el padre la encontró a ella en una casa de prostitución en la calle Aurora? Con un hombre casado…
-Quién no lo sabe. Por eso es que ella no ha venido. Dicen que el padre la va a meter en el convento Buen Pastor.
-Por eso es que las normalistas tienen fama. Desmoralizan a todos.
-¡Ahora, va saliendo! Ella fue examinada y es virgen. Ella no hizo más de lo que tú en el Recreo Santana y lo que yo en Santo Amaro.
-Pero yo nunca entré en un cuarto…
-Mira el escote de Edith. Ella viene así solo para enseñar los pechos en la clase de dibujo.
Los muchachos de bigotillo se estacionan en las esquinas. El director no quiere dañar el nombre de la escuela con el escándalo diario de parejas enamoradas. Ningún hombre puede parar cerca del portón. Pero las faldas azules se enrollan en las esquinas.
Eleanora de la escuela Normal besa a Matilde, que entró de nuevo. Como un hombre.
La campana pesada llama en las manos del portero.
-¡Buenos días, soy Carlos!
-¡Buenos días, Blanquita!
No trata a nadie de Señora. El bando azul y blanco camina por el rosedal maltratado hasta la escalera grande. Las manos tardan en despegarse en los corredores.
-Entren…Entren…
-¡Solo un helado más, señor Carlos!
Suben en grupos, abrazadas.
-¡Si hubieras visto el espectáculo vespertino en el Club de Tenis!
-No tenía vestido, si no hubiera ido al Teyçandaba.
-Yo fui al Politeama[3].
-¡Salir con esa canallada!
-¿Viste el Cinearte de hoy? Habla sobre cine ruso…
-¡Escucha! ¿Sabes lo que es el comunismo?
-No lo sé, ni lo quiero saber.
 
Todas entran. Una llega atrasada. Baja del tranvía y corre. Los senos apuntando. ¡Bellísima! Cabellos rubísimos. Muy lisos.
-¿Entonces, Eleanora? ¿De verdad te vas a casar?
-¡En el día de mi graduación!
 
Los profesores entran en las clases después de hablar mucho sobre la crisis. Cohibidos. Molidos. Reprimidos. En medio de tanta muchacha piernuda y bonita.
-¡Maldición! ¡No puedo creer que ya acabó esta cosa!
-¿Me presta la esponja?
-No te acabes el talco[4].
-¿Vamos al Coli? ¡El Alfredo paga!
-¡Entonces ve sola!
-No seas tonta, Matilde. Eleanora habla y nosotras comemos.
 
En la confitería tradicional de los normalistas, Alfredo Rocha, un muchacho rico, besa las manos de la novia. Encuentra una gracia infinita en las colegas glotonas de Eleanora. Paga. Se despide. El carro se marcha estrepitosamente. Los ojos envidiosos de las muchachas lo siguen.
 
El cuerpo de Eleanora tiembla con el contacto de un macho.
-¡Para la Penha, André!
El carro chic desemboca en una multitud hambrienta que lleva carteles por la avenida proletaria. “¡Queremos pan y trabajo!” Son los desempleados que en todas las calles del mundo capitalista se manifiestan. Alfredo deja a Eleanora como ensimismada. Susurra.
-¡Mira quién va a hacerse cargo de la tierra!
 
Llegan. Una casita muy fea.
-¿Por qué me traes aquí?
Ella nunca pensará en ceder completamente. Le daría todo, excepto su virginidad. Así él se casaría con ella. No sería una tonta como las otras.
 
Abatida, con los ojos llorosos. El aprieta todavía el cuerpo adolorido.
-¿Lloras?
-Claro que no.
-Te vas a casar con un hombre rico…
-Ella ya no cree en nada. No dice nada.
 
Se quedó en su casita ajardinada con balcón de la calle Bresser. Él fue a su apartamento costoso que ocupa en la Esplanada[5].
 
El padre de Eleanora gana seiscientos mil réis[6] en una oficina del gobierno. Sin contar el tiempo extra. La madre fue educada en la cocina de una casa feudal, donde ella aprendió su moral, código de honor y recetas culinarias. Sueñan con una casa como la de ellos para su hija. Donde la mujer es una santa y el marido, un sinvergüenza buscando pasiones cuarentonas.
-¡No descansaré hasta que Nora se case!
Una mujer negra ayuda con el servicio de la casa.
 
En la dulce paz de su cumpleaños, aparecen los amigos y los parientes. El secretario de la Escuela. El padrino diputado. Aquella tía animal y moralista, apretando sus lonjas de grasa en el respaldo de una poltrona verde y eructando cerveza de barril.
 
Eleanora entra fatigada, recomponiendo las piernas cansadas.
Después de los pasteles, es obligada a declamar ante los presentes unos versos llenos de sonajas del poeta paulista Pirotti Laqua[7].
 
-¡Su bendición, papá!
-Qué Dios te bendiga, hija mía.
-Eleanora se duerme, pensando. Todo está claro. ¡Aquel no la atrapará otra vez! ¡La cosa será esconderlo de sus padres y encontrar a otro tonto!
 
Pero no fue necesario. Ante un juez, Eleanora se casó en la corte con el rico heredero que quería. Ahora ella es la Señora Alfredo Rocha. Ahora entra a la sociedad. Con él, ella pasa por las puertas doradas de la gran burguesía.
 
Adentro, en la aislada ciudadela del alto feudalismo brasileño, en la guarida que vive del sudor destilado del parque industrial, hay condes progresistas y reyecillos rurales casados con contrabandos de Migdal[8]. Los capitalistas seducen a las sirvientas. Condesas hacen el amor románticamente a sus entrenadores de caballos.
-Vas a tener tu primer desengaño. Vamos a la fiesta del Conde Sgrimis.
-¿Quién es él?
-El conde Verde… El rey de las industrias de la transformación…
 
La burguesía planea romances mediocres. Las bromas se deslizan de las profundidades de sus almohadones. Absorben entre los eructos de champaña costosa. El caviar brota de los dientes repletos.
De la pared central, un trágico Chirico[9] espía sin ojos el hombro desnudo que Patou desvistió del vestido de gala de la anfitriona.
Doña Finoca, la vieja patrona de las nuevas artes, sufre el cortejo de una media docena de principiantes.
-¿Cómo no puedo ser yo una “comunista” si soy una mujer moderna?
-Los tuxedos blancos se alzan en la noche tropical, empalideciendo los topacios en los puños de seda.
En los jardines, las parejas intercambian parejas. Es el “culto de la vida” en la más moderna y libre casa en Brasil. Nadie ve al Conde Verde.
 
Eleanora, contrario a lo que Alfredo pensó, está maravillada. ¡Tanta inteligencia y tanta elegancia! Ella es cortejada. Admiradores insistentes. Lujos. Joyas destellantes. El ponche más delicioso que ella nunca imaginó que podía existir. Se enoja cuando Alfredo quiere marcharse, aburrido.
Sube al automóvil detrás de ella, gritando:
-¡Odio a estas personas! ¡Estos parásitos… Y yo soy parte de ellos!
Ella le dice a él que todos sus nuevos amigos desaprueban de su vida en el hotel.
-Lolita Cintra piensa que tienes tanto dinero como para darme más lujos.
-¿No crees que la Esplanada es cómoda? ¿Aún? ¡Discúlpame! ¡Yo pensé que me había casado con una mujercita de la escuela Normal de Brás!
-¡Alfredo, me ofendes…!
-¡Está bien! Cambiemos de tema.
-Ella va a mostrarme una casita futurista en Pacaembu. Para una pareja…
-Lo sé. ¡Cuesta doscientos contos! Le pertenece a Tinoco…
-¡Pero es para las visitas, Alfredo! Para que podamos tener fiestas.
Durante el carnaval…
-En el carnaval yo me voy para Brás…
-Yo nunca regresaré a Brás…
-Es chic, ya irás.
 
[1] “Broa” es un pastel de maíz típico de Minas Gerais.
[2] Se refiere probablemente al fraile franciscano mexicano del Estado de Jalisco que fue popular en la época de los 30 como tenor y actor de cine. Apareció en varias películas filmadas en Estados Unidos, Argentina y México. Aún después de asumir la vida religiosa en un monasterio de Perú, siguió cantando para obras de beneficencia y murió de hepatitis después de haberse quedado completamente sordo.
[3] Posiblemente se refiere al teatro fundado en 1892 fue la tercera casa de espectáculos en la ciudad, era para 3 mil personas.
[4] Pó de arroz: Talco para uso de maquillaje.
[5] El área de la Esplanada en São Paulo era un lugar muy popular en la década del veinte, sobre todo a partir de la construcción del hotel Esplanada que fue un símbolo de la riqueza del café y el oro. En ese hotel se dice que Rudyard Kipling escribió “Canción del Dínamo” en 1927 como una apología de la era eléctrica. Ahora el hotel aloja la Secretaría de Agricultura de São Paulo.
[6] Esta cifra sería estratosférica ahora, pero en la época de la novela era un salario paupérrimo.
[7] Posiblemente un nombre inventado o una alusión al poeta Menotti del Picchia (1892-1988) que formaba parte del movimiento modernista de la Semana de Arte Moderno de 1922. Fue uno del grupo de los cinco, entre ellos: Mário de Andrade, Oswald de Andrade, Tarsila do Amaral y Anita Malfatti.
[8] Se refiere a una organización criminal, llamada Zwi Migdal que se dedicaba a la trata de blancas que estaba compuesta por judíos con sede en Argentina que controlaba miles de prostíbulos y cuyos tentáculos se extendían a Brasil. Muchas de las prostitutas eran traídas de Europa, sobre todo de Polonia, de allí que el término “polaquinha” se identificara con prostituta. Estas mujeres eran vendidas en Argentina frente a los hoteles, desnudas, como mercancía, ante la mirada cómplice de funcionarios y periodistas que hacían uso de ellas.
[9] Giorgio de Chirico, artista italiano fundador de la escuela metafísica que influyó a los surrealistas.

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