Parque Industrial: Novela proletaria

Capítulo 5: OPIO DEL COLOR DE PIEL

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Opio del color de piel

 

-No hay más papel de seda en ninguna tienda. Ya fui con el señor Domingo y el señor Fernando. Tal vez si vamos a la avenida.
Todas las operarias llevan maquillaje. Restriegan su rostro con papel rojo y saliva.
-¡Vamos para la avenida! ¡Vamos todas!
-¡Voy a poner talco perfumado en mi cabeza!
-¿Quieren ahorrar juntas[1] para comprar un Lança perfume?[2]
-Yo no. Mi amorcito me da uno.
Hay sillas en la calle. Cajones de madera. Mujeres gordas italianas. Comadres despatarradas en los desagües. Los regazos de los delantales de puntos azules de holanes con maní. Niños grandes chupan kilos de los pechos.
El confeti va de la cabeza al suelo. De pies a cabeza.
-¡Mira a la banda! ¡Mira a la banda! ¡Chiquita! Las chicas se tiran como gatas arañando los rollos de serpentina. Sus sexos están ardiendo. Los silbatos chirrían en las señales de tráfico. Los burgueses pasan en los carros confirmando que Brás es el lugar para estar durante el carnaval.
En el Colombo, las muchachas blancas, negras o mulatas como las muchachas que huyeron de casa, no pagan entrada.
-¡Cuidado con la muchachada bailando maxixe![3]
Un oso vende serpentinas en los estribos de los carros. Las muchachas braman histéricamente con miedo del animal.
A todas las muchachas bonitas les manosean el cuerpo. Los hermanitos chaperonean a cambio de caramelos. La burguesía busca en Brás carne fresca, nueva.
-¡Qué pedazo de italianita!
-Solo su figura. Ve a hablar con ella. Una analfabeta.
-Para una noche, nadie necesita saber leer.
-Le mandé una nota a esa tipa.
En su Ford último modelo, Eleanora, al lado de Alfredo se estira en un atavío con el rostro como una muñeca Lenci[4] y sacude todas sus pulseras del brazo, queriendo regresar a la Esplanada.
-¡Aquí solo hay mulatos!
Las filas de automóviles se mezclan, se alargan, cargando los ofrecimientos de las pobres muchachas jóvenes, llenas de abanicos y rollos juntos. Pierrots rojos. Máscaras de Arlequines y Dominós. Disfraces irreconocibles.
-¡Ah! ¡Si solo pudiera hacer el recorrido!
Chinas ruidosas toman guaraná de la botella, ahogándose y tosiendo.
 
Las orquestas sádicas incitan:
-¡Dásela! ¡Dásela!
 
La mujer Pierrot está oliendo éter. Ha aprendido ahora. Una inmensa bahiana está roncando en las escaleras.
-¡No mires a ese sujeto de baratija!
-¡No pienses que voy a dejar aquel guapo por ti!
-¡Vámonos! ¡Anda!
-¡No voy! ¡Déjame!
Un cuchillazo. Un grito. Viuda alegre. Una sábana. Desaparecen las rodajas rojas de carmín dentro del carro blanco con campanas.
La mariposa de lentejuelas, caída de un cabello liso, entierra sus antenas duras en el charco de sangre.
El carnaval continúa. Sofoca y engaña la revuelta de los explotados. De los miserables. Los últimos quinientos reales por el último vaso.
-¿Joven, me da un rollo de serpentina?
 
La calle Bresser está iluminada. Los jóvenes con bigotes enrollados buscan confeti en el suelo.
-¡En-mas-ca-ra-do! ¡Cu-lo ras-ga-do!
 
Las bandas tocan con latas y sacuden los instrumentos de corcholatas de cerveza. Una portuguesita[5] come pistachos en el portón. Un payasito que apenas puede caminar juega con su orina.
En el bar de san Fernando están los habitantes de la Villa Simeone.
Corina conversa junto a un automóvil que paró cerca de la farmacia.
-¡Ahora, no puedo, querida hijita! Tengo que ir al hotel Terminus[6]. ¿Quieres que te lleve? ¿Estás loca? Si te amo. ¡No seas tonta! El miércoles en el mismo local. Quédate con estos veinte mil réis.
Todos comentan sobre el fortachón y la suerte de Corina.
-¡Esperen! Es solo para desmoralizar. ¡Dios me libre de hablar mal de los otros! ¿Pero no ven que ella está engordando?
Corina arrastra los suecos en dirección de la zona habitacional, sin mirar para arriba.
 
En todas las casitas de la calle João Boemer hay movimiento. Un grupo de muchachas dominicales cuenta historias con los brazos entrelazados. Se ríen como locas.
Un muchacho guapo de pantalones blancos y largos entra. Una blusa amarilla. Gorro de jóquey. En su barbilla una mancha de tinta china. Es Pepe. Toca en el número 12.
-¿Por qué no vienes a la Almeida Garreta? ¡Quieres vivir como una viejita! Puedes, si quieres. ¡Pero no cuentes conmigo!
-No puedo ir, Pepe.
Eres como un burgués satisfecho. Tu falta de comprensión traiciona nuestra clase. Yo soy el que no se puede desviar de la lucha para divertirme en el carnaval.
Después de un silencio tierno, Pepe dice:
-Cásate conmigo. Hablaremos con el padre Meireles…
-¡El padre Meireles nunca me casará! Yo le pertenezco al hombre que mi cuerpo reclama. Sin las triquiñuelas de la iglesia o la justicia…
Pepe está rojo de coraje.
-¿Sabes? ¡No puedo seguir con una puta!
Se va. Otavia desaparece en la puerta oscura. Rosinha Lituana, dentro, mimeografea manifiestos. Otavia empieza a doblarlos.
 
Pepe entierra sus uñas en las manos. Entra en un bar en la avenida Celso García. La mesa está llena de garabatos. Una mujer gorda con senos caídos. Una monstruosa cabeza de soldado. Dos sexos deformes sin cuerpos haciendo el amor. Pepe borra los dibujos con saliva.
 
Deja los sexos.
-¡Dame pinga![7]
Frente a la iglesia del padre Meireles. Muchas mujeres están siendo manoseadas en los escalones.
Dos jóvenes mujeres pierrot en el bar. En amarillo. De satín barato. Rostros con pecas se hunden en collares como hojas de repollo. Comen dulces. Los chicos adultos pagan.
-¡Me están saliendo senos pequeños!
-¡Ya tengo vello púbico!
Unos dientes lindos sonríen.
Pepe se ahoga en alcohol. Está más feliz. Mira a la iglesia llena. Empieza a pensar en religión. En la misa a la que va cada domingo. En aquel barberillo con el que va cuando no tiene dinero para las mujeres. Las mujeres negras en lentejuelas. Muchachas en organdí. Se siente como un tonto. ¿Para qué sirve Dios después de todo? ¡Maldición!
Casi se van sin pagar. Hay un auto decorado cerca de allí. Un chofer negro cambia una llanta. Solo hay hombres jóvenes dentro.
-¡Mira ese jóckey borracho! Llevémoslo. Llámenlo. Pepe los quiere golpear. Se cae en el auto, detenido por manos fuertes.
-¡Necesita una limpieza!
Una hora después, el automóvil se detiene en frente de una mansión silenciosa en la avenida Brasil.
“Ayer la policía recogió un hombre herido desnudo en una drenaje de Jardim América. Parece ser el caso de una persona que se vio envuelta en actos inmorales.”
 
Corina remienda, esforzando la vista.
¿Por qué tuvo que nacer mulata? ¡Y tan hermosa! ¡Y cuando se arregla! ¡El maldito problema es su color! ¡Por qué esa diferencia de las otras mujeres! Su niño era también suyo. ¡Y si salía como ella, con su color de rosa seca! ¿Por qué las negras tienen hijos? ¡Carajo! ¡Si Florino se entera de su embarazo! Tiene urgencia de platicarle a su madre. ¡Ella adora al pequeño niño que viene! ¿Qué tan grande debe ser ahora? ¿Tendrá ya ojitos? ¿Y su manita?
El vómito ahoga su sonrisa. Ella piensa sobre la siguiente reunión. Como siempre, la cucaracha castaña de Anhangabahú. El departamento perfumado. Su amor por pantalones impecables. Que ella misma quita con cuidado servil. Le gusta refugiarse entre sus piernas y escuchar la leve fricción de su ropa interior de seda mientras es penetrada.
Ella tiene todavía esos veinte mil réis… los guardará bien. Comprará un par de calcetines. Los suyos están llenos de hoyos, no se pueden usar más. Florino los puede encontrar si los busca… Ella esconde su dinero dentro de la jarra de agua vacía.
Ella empieza a medir el tamaño de su barriga en el espejo.
-¡Cómo está enorme! ¡Quién no podría verla, por Dios!
Su madre la sorprende. Ella responde mal. Luego se arrepiente.
La vieja solloza en el lavadero.
 
Todos los del barrio Simione lo saben.
-Siempre dije que esa desvergonzada terminaría en un burdel.
Los treinta y dos dientes, grandes del señor Manuel aparecen bajo su bigotillo.
-¡Hombre! ¡Si no fuera por ese vientre!
Otras mujeres envidian su rico romance.
-¿Qué tiene?
El hijo de Corina tendrá un auto y una sirvienta. Va a vivir en un palacete.
-¿Crees que llevará a su madre? ¿Y Florino?
Precisamente Florino aparece tambaleando. Como siempre. Peleando con los bellacos[8] de la calle.
-¡Tu hija ha estado comiendo todo! ¡Mira esa barriga de globo, dios[9]! Que el viento arroja al aire. Florino no entiende. Por eso se introduce intempestivamente en la casa bufando. Su bastón canta.
Pamarona![10] ¡De quién es esa barriga atrevida[11]! Un grito.
-¡Déjame ir, borracho!
Corina está echada, llorando en la alcantarilla y rodeada. Algunas mujeres hablan con ella. Pero sus hijos gritan, implacables con su moral burguesa.
-¡Puta!
-¡Mira su vientre!
Ella pasa la noche caminando. Bromean con ella. Ella no sabe dónde vive. No está en el garçonnière. Arnaldo. Nunca ha dado otro nombre. Ella sabía el número de su coche.
En la mañana la lleva a la oficina.
 
Madame Joaninha aparece en la tarde.
Las jovencitas cuchichean con risillas.
-¿Viste, Otavia? ¡Corina con una pancita! ¡Lo juro que está!
Una de ellas va a chismorrear con Madame. La costurera llama a la mulata. Todas se alborotan. Es una fiesta para las muchachas. Nadie siente la desgracia de la colega. Hasta la costura se retrasa.
-¿Un aborto? ¿Matar a mi bebé?
Su cabeza se inflama. Sus narices se encienden.
-¡Maldita! Entonces, vete a la mierda. En mi atelier, hay muchachas decentes. No puedo mezclarlas con una cualquiera.
-¿A dónde iré?
-¿Y tú hombre?
Sonríe entre lágrimas. Después de un poco, en la noche, encontrará a su amante. Está casi muerta de hambre. Si al menos hubiera traído el dinero. Lo olvidó en una jarra. No ha habido tiempo de nada.
Otavia abandona su costura.
-Corina, me espera en la salida.
Es la única que hablará con ella. Precisamente la única que era la menos de sus amigas. Siempre la había mantenido a la distancia. ¡Sonsa!
Se encuentran. Otavia le dice a ella:
-Usted va conmigo para la casa. Te quedas allí hasta que consigas trabajo o des a luz al bebé.
-¿Puedo ver a Arnaldo cuando quiera?
-Corina ¿No ves quién es Arnaldo? ¡No es nada más que un horrible burgués! ¡Pronto se saciará de ti! Ellos son siempre así…
-Pero nosotros somos novios…
-El nunca se casará contigo. Él no tendrá el coraje de casarse con una mujer fuera de su clase. La única cosa que hace es seducir mujeres como tú que desconocen el abismo que los separa a ellos de nosotros.
Otavia, abrumada con proselitismo, sigue hablando. Corina escucha, pero no le cree a ella y se aburre. Es la única persona que le hace caso. Llegan juntas a la casa pequeña en João Boemer. Rosinha Lituana está en la puerta, en un delantal enorme de colores.
-Buenas noticias, Otavia. ¡Encontré un lugar para ti en Ítalo! ¡Puedes dejar la fábrica. Y ganar cinco mil réis más por mes! Toma la mano de Corina.
-Ella viene a vivir conmigo, dice Otavia. Ven a la puerta esta noche. Vamos juntas a la reunión.
 
Otavia, hambrienta, come la sopa de macarrón con frijoles. Siempre es lo mismo. Pero siempre los encuentra sabrosos.
-¡Come! Tienes que nutrir al bebé. Será un trabajador más. ¡Tiene que ser fuerte!
Se marcha. En la calle, Rosinha Lituana espera para los otros trabajadores. Ellos desaparecen en la esquina. Van a trabajar por un mundo mejor. Corina se va sola después.
-Si debo llegar tarde…
Llega temprano. Se sienta en la banca en Anhangabahú. El automóvil reluciente. Es su amor.
-¿No puedes hoy? ¡Pero no tengo donde quedarme!
Ella le dice cómo ha dejado el asentamiento Simione.
Ella ha rehusado tener un aborto. Madame la ha despedido de su trabajo.
 
Él le deja caer un billete y grita acelerando:
-¡No lo pierdas! ¡Son cien palos!
El silbato industrial rompe la ilusión de Corina.
Fue abandonada como un trapo en Anhangabahú. Media docena de choferes comentan su embarazo y sus piernas sin medias.
La llovizna es más dura que su llanto. Se desvanece la zaraza de grandes lunares.
¡Con su madre fue lo mismo!
 
El Viaducto del té[12] se estremece bajo los trenes extraños. Corina quiere morir. Morir con su bebé. Ella mira atrás en el agonizante temblor de su joven colega que se suicidó el año pasado, aplastada en el empedrado de la calle Formosa, después de su caída. La sangre de la otra, su cabeza quebrada, sus huesos molidos.
Sus ropas llueven con la lluvia. Ella regresa taciturna a la misma banca. Busca. No encuentra el billete que él arrojó.
Una banda jubilosa se divierte, en la lluvia. Tres hombres y una mujer. Caminando. Pasan. La invitan, bromeando. Corina se suma, camina con ellos. Como una máquina. Se emborracha, fuma. Entre el humo distingue los dientes de oro de la rubia. Se ríe también. Se entusiasma. Ella quiere a todos los hombres al mismo tiempo.
 
El día siguiente, un hombre presumido la lleva a un burdel en Brás.
 
-Vestida así, nadie te querrá.
El abre su blusa, rompe su sostén y la empuja hacia las ventanas cerca de la puerta.
En veinticinco casas idénticas, en veinticinco puertas idénticas, hay veinticinco mujeres patéticamente idénticas.
Ella recuerda que con las otras costureras se burlaba de las mujeres de la calle Ipiranga. Siente repugnancia, pero se acobarda. Entre lágrimas, hace lo que las otras.
-¡Oye! ¡Cariño! ¡Ven aquí! Te daré mi botón…
Aumenta poco a poco su vocabulario erótico.
 
 
[1] Colecta grupal.
[2] Lança perfume es una droga inhalante que fue popular en la década del 30, contenida en un atomizador mezclada con éter, cloroformo y esencias, era asociada con festividades del carnaval y que ahora ha vuelto a las calles de Brasil en forma de cocaína.
[3] El Maxixe se le conoce como el tango brasileño que se originó en la segunda mitad del siglo XIX al mismo tiempo que el tango.
[4] Se refiere a las muñecas de trapo coleccionables pintadas exquisitamente por Elena Scaivini cuyo sobrenombre era Lenci. Su compañía italiana fue fundada en Turín en 1918.
[5] Prostituta.
[6] Un hotel popular en la ciudad durante la década del 20. En este hotel residía Oswald de Andrade y es allí donde lo encuentra con otra mujer, según el libro Viva Pagú. El hotel estaba en la calle Brigadeiro Tobias, esquina con Washington Luíz, el hotel tenía estacionamiento, salas de juegos y bares, estuvo en operaciones hasta 1943 y fue un centro importante para la cultura de la época. (https://sampahistorica.wordpress.com/2014/11/25/hotel-terminus/)
[7] Pinga es el nombre que se le da en São Paulo y en el sur de Brasil a la bebida popular destilada de caña de azúcar. También se le conoce como cachaça, caninha o aguardente.
[8] Usa la palabra “moleque” que en su primera acepción quiere decir muchachos negros o “pretinhos”. También “rapaz de rua” o niños abandonados que son tildados de ladrones. Hago esta aclaración dado que el capítulo habla sobre los problemas de raza y color de piel en Brasil. Esta palabra está cargada racialmente.
[9] Utiliza aquí la palabra: imberê, que en tupí significa "o carambolo"  una lagartija que anda en los muros de las casas en las ciudades. Variantes: Aimberê, Emberê, Imberê, Amberê. El tupí guaraní era la lengua más hablada en São Paulo hasta el siglo XVIII.
[10] Oswald de Andrade utiliza esta palabra en “The Candle King” (Traducido por Ana Bernstein y Sarah J. Townsend, P.155 como una expresión de desprecio y odio.
[11] “Strigueta” tal vez del polaco, “strzyga” que significa una bruja convertida en monstruo por un embrujo. Del latín “strigāre” o grito que llega al portugués como “estriga” o “bruja que asusta a los niños”.
[12] “Viaduto do Chá” fue una obra inaugurada en 1892, media 240 metros y fue demolido en 1938 y se construyó un nuevo viaducto con el doble de tamaño. 

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