Parque Industrial: Novela proletaria

Capítulo 16: RESERVA INDUSTRIAL

16
RESERVA INDUSTRIAL
 
Sin hablar de vagabundos, delincuentes y prostitutas, es decir, del verdadero proletariado miserando... [1]
Karl Marx,
El Capital, "Diversas formas de existencia de la superpoblación relativa"
 
Corina amanece en la mansión agreste y provincial del panorama festivo de Penha.
El sol frío hincha de luz los rizos manchados y sombríos. Su largo tweed gris tiene los hilos verdes afuera por el desgaste. Dos corazones carmín animan su cara aburrida con espinillas. Los ojos caídos de la ex costurera son ahora sospechosos y atrevidos. Su mirada maliciosa de antes se enterró en sus pestañas de trapo. Ve entre los eucaliptos recientes, nuevas mujeres que enjabonan con las manos sus uniformes púrpura de mezclilla. Una niña de piernas finas enseña sus bragas sucias de tierra, bajo la falda de lunares. Los dientes orgullosos de otros tiempos sonríen chimuelos y amarillos como un gesto de cariño. La chica sale corriendo. Corina hunde sus manos en la espuma de la bañera. Sintiendo frío, la mulata ajusta su chaqueta levantando el cuello hasta la nariz. Se detiene a mirar a las lavanderas trabajando en cuclillas y de rodillas.
Nunca trabajó otra vez. Cuando siente hambre, se abre de piernas para los hombres. Salió de la cárcel y quería hacer una nueva vida. Buscó un puesto de trabajo como criada en el Diario del Pueblo. Estaba dispuesta a hacer un nuevo trabajo por cualquier precio. Siempre fue rechazada. Una vez más se entregó a la prostitución.
 
Banderitas vivas. El techo rústico animado. Restaurante. Corina sentada en una mesa de piedra, en un banco de troncos. Sufre de ansiedad que van desde su estómago vacío a su dolor de cabeza. Prende el último cigarrillo de un paquete vacío que ella rasga hasta convertirlo en confeti.
- ¿Qué desea ordenar?
Es el camarero, pequeño y gordo.
- Todavía nada, Paco. Espero un joven que debe llegar ahora.
Corina no espera a ningún hombre. Está esperando un sándwich. Ya puede probar la mortadela roja con grandes ojos blancos en medio del pan caliente.
El camarero pasa por cuarta vez. Repara en los gestos asustados de la chica sentada. Aprieta los ojos pequeños en un torbellino de arrugas.
- Usted espera todo el día, señorita, y él que nunca llega.
Corina se levanta.
En un balanceo, un joven sin pantalones lame el moco verde de su nariz.
Volveré mañana. Si él viene... tiene bigote. Es portugués, pero parece brasileño.
- Si la señora desea un trago, se lo pago.
- Sí acepto... me muero de frío. Mira. Ni puedo agarrar la bolsa.
Muestra las manos duras.
Adelante, un escaparate de bollos de oro.
- Pero si a usted no le importa... Yo prefiero pan.
Confortada por el alcohol caliente, hace que el infantilismo de su voz y gestos desaparezcan. Sin pena, cruza sus piernas sin medias, mostrando puntos azules en su rodilla. Las arrugas italianas se multiplican. De la antes hermosa Corina, ahora en harapos, aún conserva sus famosas piernas. No han cambiado. Un poco más delgadas, pero el mismo tono de bronce, bien torneadas, perfectas.
 
El turbulento Tietê. Barcos anclados y navegando cargados de troncos y hombres gruesos con camisas de cuello alto de color canela. La pareja encuentra un lugar.
La balsa roncando con su engranaje oxidado. La tela barata de su chaqueta con forro gastado y empapado por la maleza. Su cabello negro se encaracola en lianas colgantes. Tierra, trozos de carbón.
Paco se engancha como un cerdo en los senos estériles de Corina.
 
- ¿No me darás algo?
- ¡Dio cane![2] Y el pan y el salami y la pinga? ¿Crees que tu pipa turca vale más?
 
La noche, una vez más encuentra a Corina con el estómago vacío. Tristemente se acerca al hombre en la Avenida Rangel Pestana. Para ella hay solo una crisis que invade todo el distrito de trabajadores. Un anciano también desempleado le había dicho:
- No hay ni para comer, hija. Solo si es por la camaradería.
Si solo tuviera un vestido decente, podría pescar a alguien en la Avenida São João.
Se va a la iglesia de Brás. Se va a descansar. Miles de velas iluminan el altar vestido de oro, las cuenta todas. Con los dedos cuenta todo el dinero gastado allí. Cuántos días podría comer con esas lenguas de sebo que gotean en los candelabros de plata...
Muchos años antes se sentó en esa misma banca un viernes santo, vestida de Magdalena, con el mismo pelo al estilo de Carnaval. Su madre, quien era joven entonces, hizo un puño de dinero en esa casa con jardín en la calle Chavantes.
Pensamientos contradictorios acuden a su cabeza ahogada en el asiento de terciopelo rojo. Deletrea el nombre en una balaustrada.
- Mag-da-le-na...
- ¿María Magdalena pasó hambre alguna vez cuando era una prostituta?
Se ríe.
Un sacerdote joven, envuelto en su sotana, aparece en la nave redonda. Se acerca.
-Este asiento está reservado. Está prohibido sentarse aquí.
En la puerta se encuentra con el cura comiendo cacahuetes. La hija de un mendigo, habladora, muy morena, en medio de choferes de taxi. Adivina por los senos, trece años o más. Vende cajas de cerillos.
Corina cruza la calle. Del otro lado mira a un grupo de muchachos en un café de la esquina. Tal vez pueda conseguir un café con leche.
En el bar todos discuten calurosamente. Corina solo ve y huele la leche estimulante y el café recalentado. Un prietito grita muy animado masticando un cigarrillo de paja seca.
Corina escuchó una voz familiar bajo un gran casquete.
- ¿Pepe?
- ¡Diablos, Corina! ¡Estás hecha una piltrafa!
- ¡Oh, una porquería! ¿Y tú? ¿Cómo está Otavia? ¿Y los otros?
- ¡No me hables de esa chica!
- ¿Ella te dejó?
- ¿Ella? ni hablar. Fui yo quien no quería saber más de una chismosa que se ofrece a todo el mundo.
 
Los dos, agarrados, víctimas de la misma inconsciencia, arrojados en la misma playa de combinaciones capitalistas, llevan palomitas de maíz para la misma cama.
 
 
 
 
[1] “El sedimento más bajo de la sobrepoblación relativa se aloja, finalmente, en la esfera del pauperismo. Se compone prescindimos aquí de vagabundos, delincuentes, prostitutas, en suma, del lumpen proletariado propiamente dicho de tres categorías” (El capital, capítulo 23. http://pendientedemigracion.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/23.htm)
[2] Expresión de sorpresa o desagrado de origen italiano que se traduce literalmente como ¡Perro dios!

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