Capítulo 7: MUJER DE LA VIDA
MUJER DE LA VIDA…[1]
Hay movimiento en la calle de las damas de la noche. Muchas personas. Una sucesión de hombres, en sandalias de madera, descalzos. Negros sucios. Adolescentes.
-Prefiero a la jorobada porque nadie la quiere. ¡Al menos está limpia!
Una veinteañera rubia, trabajadora. El cabello largo suspendido en su frente. Sus ropas remendadas en distintos colores, cuenta sus centavos.
-¡Todo cuenta para la batalla! ¿Quieres una cerveza, muchacha?
-¡Entra!
Es una casa de apuestas. Un español y una mujer muy gorda. Un cuarto único separado por paredes delgadísimas. El placer viene junto a un jadeo único. La señora gorda vende y bebe cerveza. Los hombres esperan su turno para apostar. El padrote muerde la seda roja de su corbata. Sonríe en la ventana empañada, admirando sus flequillos engomados y los buenos dientes.
-¡Estos lisiados no hacen nada!
La jorobada no responde. Un zapato viejo de satín encontrado en la basura de algún rico, cortado como una pantufla. Piernas lisiadas, con las venas resaltando. Un tronco de carne natural en su espalda inclinada…
Embarrado con pintura, un pintor de brocha gorda viene trastabillando. O satisface su hambre o su sexo.
La jorobada se acurruca en la cama usada.
-¡Déjame ver que tan enferma estás!
Se cae con un golpe, dañando su joroba. El joven disfruta su piel suave, devorando los pechos colosales de la prostituta.
-¡Dame más! No estoy enferma. ¡Todos nosotros estamos!
-No tengo nada más.
Los dos se miran enojados.
Corina se vende en el otro cuarto. Los tentáculos de un gigante negro envuelven su cuerpo deforme por un embarazo avanzado.
-¡Tu panza me excita!
Una voz ronca ríe en el cuarto.
-¡Puedes venir hasta sin dinero! Yo pago…
Los ojos negros superpuestos dan vida a un fonógrafo viejo. Tetas secas se balancean en los dessous[2] grasosos. Corina abre la puerta, cansada. Uno más y tendrá el dinero suficiente para la cuna de su bebé.
Los soldados discuten en la calle. Hay juego y bebida en el bar.
La calle Cruz Branca sigue descargando la vida de Brás.
-¡Un trabajador ni siquiera puede tener sexo!
Un desempleado onanista se toca a sí mismo en la esquina. Una mulata chupa hierbabuena. Observa al niño rascándose en la pared. Histérica, con sus manos entre las piernas, imita el trágico gesto para las otras mujeres, con carcajadas tremendas.
-¡Si solo pudiera dejar esta vida!
-¡Maldita! Las mujeres ricas son peores que nosotras. Al menos no lo ocultamos y es por necesidad.
-¡Si tuviera trabajo, no estaría aquí, enferma!
-El dolor de los pobres es el dinero.