Parque Industrial: Novela proletaria

Capítulo 14: PROLETARIZACION

14
PROLETARIZACIÓN


 
Matilde escribe a Otavia:
"Tengo que darle una mala noticia. Como tú me enseñaste, todo es grandioso para los materialistas. Me han echado de la fábrica, sin una explicación o razón. Debido a que me negué a ir a la sala del jefe. Más que nunca, siento la lucha de clases, camarada. ¡Cómo estoy enojada y feliz de estar al tanto! Cuando el jefe me corrió a la calle, sentí el rigor de la proletarización final, tantas veces pospuesta!
Es una cosa fatal. Es imposible que los trabajadores no se rebelen. Ahora sentí toda la injusticia, toda la maldad, toda la infamia del sistema capitalista. La única cosa que tengo que hacer es luchar ferozmente contra esos bribones de la burguesía. Luchando junto a mis compañeros en la esclavitud. Abandonaré Campinas pasado mañana. Y te buscaré el día de mi llegada".
 
Otavia sonrió. Se envuelve en un edredón. Tiene un libro abierto sobre la almohada. La vela en el respaldo parpadea, arruinando su vista buscando las letras pequeñas. Ella no lee. Piensa en el gran mundo revuelto por la lucha de clases. En el sector de Brasil, el combate se agudiza y engrandece.
¡Tanta gente se suma al movimiento! La adhesión escandalosa del gran burgués que era Alfredo Rocha. ¡Ahora, Matilde, quien dudó tantas veces! Los vacilantes e indiferentes son forzados a confrontar la cuestión social. Nadie más está autorizado a estar desinteresado. Es una lucha a muerte entre dos clases irreconciliables. La burguesía se hace añicos, se divide, se desmorona, marchando hacia el abismo y la muerte. El proletariado se levanta, se afirma, se culturiza. Cualquier militante entiende y estudia las cuestiones económicas con la misma facilidad con que la burguesía hojea un número idiota de la revista Femina.
La burguesía ha perdido su significado. El proletariado marxista, a través de todos los peligros, encontró su camino y se fortalece para el asalto final. Mientras que las mujeres descienden de Higienópolis[1] y los barrios ricos para la juerga de garçonnières[2] y clubes, sus humillados sirvientes en gorros y delantales conspiran en las cocinas y patios de las mansiones. ¡Las masas explotadas están cansadas ​​y quieren un mundo mejor!
En el taller estridente, Alfredo da un gran paso anónimo en su vida. Vistiendo la camisa oscura que siempre románticamente había ambicionado y que ahora su ideología y su situación económica autorizan e indican.
El fuego rojo le empapa el cuerpo de sudor laborioso y feliz. Finalmente es un proletario. Ha dejado para siempre la suciedad moral de la burguesía. ¡Si Eleanora supiera! Siempre aturdida por el alcohol y por el primer hombre con quien baila. La decadente típica. ¡Cómo se mintió a sí mismo casándose con ella! Le dejó a ella la mitad de su fortuna. Perdió mucho más en una aventura editorial. Con el resto, ayudó a la lucha. Mientras Eleanora se tambalea por la vida, enfilada a la catástrofe, la figura saludable de Otavia revive para él la compañera fuerte, pura y consciente, que siempre quiso tener.
 
Van al cine Mafalda[3] para ver una película rusa basada en Gorki. Los asientos populares están en demanda. Lentamente Alfredo lee en un periódico la información internacional. Otavia, a su lado, le mira el labio inferior, carnoso. La camisa entreabierta mostrando su pecho velludo y los músculos pectorales.
Una ternura se despega de los hermosos ojos de la proletaria a la cabeza inclinada del nuevo trabajador. La campana seca anuncia la película.
En la oscuridad, Otavia quiere arrancar de cada cabeza tácita de los espectadores, de cada brazo silencioso, la adhesión al nerviosismo emocional que la envuelve. Ella estrecha la mano de Alfredo. Pero muchas personas no esperan al final de la película.
Un grupo de muchachas lamentan en voz alta la pérdida de diez centavos de una cinta sin amor.
Son inconscientes de la carga que lleva el proletariado. Aturdida por la imagen del régimen burgués, por la fascinación de vestidos que no pueden tener pero desean. Todos los colores de los coches, raquetas y playas. Alimentado por las cintas de opio imperialista estadounidense. Los esclavos atados a la ilusión capitalista.
Pero, en la primera fila, dos jóvenes trabajadores son entusiastas, se absorben en el drama proletario exhibido. Uno hablaba en voz tan alta que Otavia podía escuchar cada palabra.
- ¡Aquí nadie entiende a este coloso!
 
Los grupos se agitan en la manifestación, ondeando carteles carmesí aplastados. La tinta corrida de los carteles pide más pan.
Y los oradores proletarios animan la masa que invade las calles del barrio industrial con los puños en alto.
La policía avanza. Una pequeña mujer cae al suelo, gritando con la pierna machacada. El pelo rubio, lituano, escurre suave por la frente sudorosa. Parecida a Rosinha.
 
- ¡Camaradas! ¡El imperialismo se defiende! Cada imperialista manda su opio para engañar a nuestra juventud inconsciente. Ellos quieren sofocar la revuelta que lleva a la lucha de los explotados. Estados Unidos envía cine. Inglaterra, el fútbol. Italia, curas. Francia, envía la prostitución.
Alfredo sonríe, encantado en el seno rumoroso del sindicato.
- ¿Una chupada es imperialismo?
- Camaradas, debemos ser más serios. La lucha se acerca.
Alfredo, quien bromeaba, empalidece. Una proletario rústico lo denuncia por sus persistentes residuos burgueses.
- ¡Un burgués siempre va a ser un burgués!
Otavia aparece en el círculo agitada, escucha.
 
Se van juntos. Pero ella se despide en la puerta de la inglesa. Más adelante encuentra a Pepe descalzo, entrando en el mercado del Norte. Está más hombre, los cabellos crecidos.
No la ve. Entra en el bar para comer algo. Un sórdido anarquismo se apoderó del antiguo vendedor de camisas en el centro.
De delator policial a desempleado crónico y proxeneta. ¡Si solo pudiera romper todo...quebrar…destruir! ¡Si pudiera desflorar a todas las mujeres solteras!
Medianoche. No ha visto casi a ninguna chica. Se va a cenar.
Las moscas pasean en su plato de pescado. El pan duro y pellizcado está boca abajo en el mantel manchado de vino rosado. Una mujer roja como sandía sirve la mesa. Tiene los ojos enterrados en pestañas densas y se limpia las manos sucias en el delantal céfiro. Una pasta del día anterior humea frente al cliente.
La otra camarera, pequeña, pelirroja, cargando su delantal como una cruz en la espalda. Hace sonar las monedas del patrón en la bolsa de cuero. Se ríe mucho con Pepe, chupando un collar de vidrios grandes.
Él pregunta:
- ¿Cuánto ganas?
- Cuarenta mil réis y una comida.
- ¿Buena comida?
- ¡Ojalá lo fuera! Puras sobras. ¡Un poquito, así! Soy como una sardina. Peso cuarenta y un kilos.
Se sentó en su mesa, animada. La llaman de otra mesa. La espuma de la cerveza escurre de los vasos y las bocas. Pepe coquetea con una morena que entró, rociada de colores brillantes.
- ¡Siéntate aquí, mulata!
Azulada con polvo para el rostro, ella menea grandes anillos de oro en las orejas bajo el temblor de pelo. La suave voz del bar se estremece en carcajadas.
- Te voy a comprar una cerveza...
- ¿A mi amigo también?
Dos chicos de piel clara y nalgones penetran en la puerta de rejas.
 
Otavia se da cuenta de que Alfredo le gusta.
Sus inconsistencias, después de todo, son naturales e insignificantes.
Él no representa para ella más que un compañero para sus ideales sociales y luchas.
Su integración en la causa del proletariado la regocijan como una niña. ¿Por qué?
Él llega. Son las siete en punto. No hay una manifestación sindical o mitin.
Inútil falsear la situación.
- ¿Quieres ser mi compañera, Otavia?
- Quiero.
Se besan súbitamente excitados.
Ella se desviste sin falsa modestia. Se entregaría al hombre que eligió su naturaleza. Puramente.
Y desde ese día, duermen juntos en el cuarto proletario
 
- ¡Camaradas! El compañero Alfredo está buscando dividir la masa, tenemos la prueba. Con su habilidad, él está dispuesto a tomar la dirección del movimiento de huelga. ¡Es peligroso! ¡Se inclina hacia el caudillismo! ¡Tenemos que desenmascararlo.... inutilizarlo! Es trotskista.
Otavia está helada. Los acusadores señalan hechos inflexibles. Inconsistencias. Individualismo. Errores. La mira fijamente a la cara dadas las evidencias concretas. Es cierto. Alfredo se ha dejado arrastrar a la vanguardia de la burguesía que se disfraza a sí misma detrás del nombre de "oposición de izquierda" en las organizaciones proletarias. Es un trotskista. Pacta y conspira con los traidores más cínicos de la revolución social.
El comité secreto espera una palabra de ella. Ella tiene la cabeza pegada en las rodillas. Pero el silencio y la expectativa la interpelan.
Se levanta. Sus ojos reflejan una energía dolorosa.
- Todos los compañeros saben que él es mi compañero. Pero es un traidor, lo dejaré. ¡Y propongo su expulsión de nuestro medio!
 
[1] Barrio paulista.
[2] Solteros.
[3] Sala de cine inaugurada en 1912 en la Avenida Rangel Pestana en el barrio de Brás.

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