Parque Industrial: Novela proletaria

Capítulo 1: TELARES

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Telares
 
“São Paulo es el parque industrial más grande de América del sur”: el personal de tejeduría lee en la punta imperialista del “camarón”[1] que pasa. La italianita madrugadora arroja una “banana”[2] al tranvía. Defiende la patria.
-No hagan caso. ¡Brás es el mejor!
 
Por los cientos de calles del barrio de Brás, las largas filas de los hijos naturales de la sociedad. Hijos naturales porque se distinguen de los otros que han gozado abundantes herencias y comodidades en la vida. La burguesía siempre tiene hijos legítimos. Sin importar que las esposas virtuosas sean adúlteras comunes.
 
 
La calle Sampson se desplaza en dirección a las fábricas. Parece que se va a dislocar los parelelípedos[3] gastados.
Es lunes y las zapatillas de color se arrastran todavía somnolientas y sin prisa. Con las ganas de quedarse atrás. Aprovechando el último fragmento de libertad.
Las muchachas platican sobre los amoríos de la noche anterior estrujando los almuerzos envueltos en papel café-verde.
-Yo solo me caso con un trabajador.
-¡Tocar madera! Para pobre basta conmigo. ¡Pasar la vida entera en esta mierda!
-¿Ustedes piensan que los ricos saldrán de verdad con nosotras? ¡Solo para burlarse!
-Yo ya le dije a Braulio que si solo es por una noche, lo mato[4].
-¡Allí está Pedro!
-¿Te está esperando? Entonces me voy.
El grito potente del silbato industrial envuelve al barrio. Los que llegan tarde se apresuran, bordeando la pared de la fábrica, granulada, larga, coronada de boquillas. Esnifan como perros cansados, para no perder la paga del día. Una zapatilla roja sin tacón es dejada en la alcantarilla. Un pie descalzo se corta en los filos de una botella quebrada de leche. Una muchacha morena salta llorando para alcanzar la puerta negra.
El último puntapié a una pelota de trapo.
El silbato termina en un soplido. Las máquinas se mueven con desespero. La calle está triste y desierta. Cáscaras de bananas. El resto de humo escapando. Sangre mezclada con leche.
 
En la gran penitenciaría social, los telares se alzan y marchan gritando.
Bruna tiene sueño. Había estado bailando hasta ya entrada la noche. Se detiene y aprieta con rabia los ojos ardientes. Abre la boca cariada, bosteza. Los cabellos toscos están empolvados de seda.
¡Diablos! Qué corto fue el domingo... Los ricos pueden dormir todo lo que quieren.
-¡Bruna! Te lastimarás. ¡Cuidado con tu cabello!
Es su compañero cercano.
El gerente de la planta se aproxima, lento, con el cejo fruncido.
-¡Ya les dije que no quería más chismorreo[5] por aquí!
-Ella se podía hacer daño...
-¡Mañosas! Es por eso que el trabajo no rinde. ¡Putas!
Bruna se despierta. El joven baja la cabeza en desaprobación. ¡Es necesario mantener la boca cerrada!
Así son las cosas aquí, en todos los sectores proletarios, cada día, cada semana, cada año.
En los salones de los ricos los poetas lacayos claman:
¡Qué bonito es tu telar!
 
-Vamos al baño a platicar.
-La muchacha pregunta:
-¿Puedo ir allá afuera?
-¿Otra vez?
-Estoy tomando un purgante.
 
Las paredes encima del mosaico muestran todos los desahogos de los operarios. Cada rincón es un diario de improperios contra los patrones, jefes, encargados y compañeros vendidos. Hay nombres feos, dibujos, enseñanzas sociales y huellas dactilares.
En las letrinas sucias, las muchachas pasan los minutos de alegría robados por el trabajo esclavo.
-¡El jefe dice que de ahora en adelante solo podemos venir de dos en dos!
- ¡Maldición! ¿Ya viste cuánta porquería está escrita en las paredes?
-¡Es porque aquí antes era el baño de los hombres!
-¡Pero aquí hay un versillo de amor!
-Qué cosa horrible, lo deberían borrar.
-¿Qué quiere decir esta palabra: “fascismo”?
-¡Tonta! Es aquella cosa de Mussolini.
-¡No señora! Pedro dice que aquí en el Brasil también tenemos fascismo.
-Sí, es aquella cosa de Mussolini.
A la salida preguntamos. ¡Diablos! El tiempo casi se acaba y ni siquiera he orinado.
Se monta en la taza bajando sus pantalones de percal.
Otras dos trabajadoras llegan, tocan la puerta con fuerza
-¡Ahora nos toca a nosotras!
-¡Maldición! Se me hizo un nudo en los pantalones, a ver si puedes desanudarlo.
 
Se van para el almuerzo a las once y media. Desenvuelven rápidamente sus almuerzos. Pan con carne y plátano. Algunas muchachas desmoronan en la boca un huevo duro.
Tres negritas leen los clasificados personales en el Periódico de Brás.
Un grupo de hombres y mujeres buscan una sombra en la cerca con enredaderas. Discuten. Hay una chica guapa. Las demás le hacen preguntas.
Un niño pequeño se sorprende. Nadie le dijo que era explotado.
- Rosinha, ¿usted puede decirnos lo que debemos hacer?
Rosinha Lituana explica el mecanismo de la explotación capitalista.
- El propietario de la fábrica le roba a cada trabajador la mayor parte de su jornada laboral. ¡Es así que se enriquece a nuestra costa!
- ¿Quién te dijo eso?
- ¿No lo ves? ¿No ves los carros de las personas que no trabajan, comparados con nuestra miseria?
- ¿Quieres que destruya su carro?
- Si lo haces tú solo, vas a la cárcel y el jefe va a seguir andando en otro coche. Pero, afortunadamente, hay un partido, el partido de los trabajadores, que es el jefe de la lucha para hacer una revolución social.
- ¿Los tenientes?
- ¡No! Los lugartenientes son fascistas.
- ¿Y entonces quién?
- El Partido Comunista...
 
 Una vez más las calles se pintan del tinte proletario. Es la hora de salida de la fábrica.
Algunas tienen novios. Otras no. Buscan. Las madres corren a buscar a los niños maltratados en el hogar que ningún ladrón quiere robar.
Llega la flamante limusina del gerente. Una chica sucia acaricia el guardabarros con su mano marchitada.
Rosinha pasa un peine desdentado por el cabello revuelto. A su lado va un grupillo. Una tierna niña le envuelve la cintura con los brazos morenos. Es Matilde, hija de Céo, que se inició en la vida y ahora está en el centro de atención.
- ¿Por qué no se afilia al sindicato?
Matilde juega con los rizos.
- Me voy a la Escuela Normal. Mamá no quiere que trabaje más.
Una niña rebosante, animada, relata.
- Si conocieras a Miguetti... ¡Lo que mande hacer lo hago! ¿No le parece, Rosinha?
- Vamos a verlo en la reunión de esta noche. Necesitas conocer a Miguetti.
 
[1] En México el vocablo puede variar, desde “rutera” en Ciudad Juárez. “pecera” o “micro” en el Distrito Federal a “burra” en Tijuana.
[2] Se refiere a un gesto vulgar con la mano.
[3] Empedrados.
[4] “Escacho” en el original, desmembrar o escabechar.
[5] “Prosa”: labia, conversación.

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