Suyapa Serrano Cruz
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En esta historia oral, Suyapa Serrano Cruz describe sus experiencias a principios de la década de 1980 durante la guerra civil salvadoreña. Suyapa es residente de la comunidad repoblada de Guarjila, El Salvador, y ex refugiado de la guerra. Ella recuerda cómo su familia se vio obligada a esconderse en las montañas y trasladarse de un lugar a otro para buscar refugio de las operaciones militares salvadoreñas en el norte de El Salvador. Ella explica que dos de sus hermanas desaparecieron y su padre fue asesinado durante este tiempo. Describe su intento de cruzar el río Sumpul durante la Guinda de Mayo, una operación militar salvadoreña que involucró masacres de civiles. Explica que permaneció en El Salvador hasta 1985 cuando se refugió en los campos de refugiados de Mesa Grande en Honduras. Después de un año y medio en Mesa Grande, ella y su madre regresaron a El Salvador con la esperanza de reunirse con miembros de su familia y encontrar a sus dos hermanas desaparecidas. También comparte sus recuerdos de la violencia que ella y su familia experimentaron cuando eran adolescentes cuando los soldados llegaron a su casa en Santa Anita, El Salvador. Finalmente, habla de la búsqueda en curso de sus hermanas desaparecidas. Ella habla sobre el aliento y apoyo del Padre Jon Cortina para la búsqueda de sus hijas, el tiempo que ella sirvió como testigo del caso ante las autoridades después de los Acuerdos de Paz de 1992, y la esperanza de su madre de que reaparecieran hasta que murió.
Esta historia oral contiene descripciones de situaciones violentas que algunos pueden encontrar inquietantes.
Mi nombre es Suyapa Serrano Cruz. Pertenezco a San Antonio De la Cruz, siempre del departamento de Chalatenango pero actual vivo acá en Guarjila en una repoblación que se hizo hace 28 años que se repobló este lugar. Pues hoy vivo acá. Y pues el motivo de esta entrevista, pues yo entiendo que es para recordar muchas cosas de las historias que vivimos en la guerra tan duras y difíciles, que fue un proceso muy grande. Porque nosotros éramos originarios de Santa Anita, pertenece a San Antonio de la Cruz. Es un cantón y tuvimos que ser desmigrados de ese lugar por causa al conflicto que hubo ese tiempo.
Yo en ese tiempo estaba bien joven. Pues tenía 18 años cuando tuvimos que salir. Porque la fuerza armada en ese tiempo perseguía mucho la gente, mataba mucha gente.
Incluso en esos tiempos pues, mataron a mi papá. También murió uno de mis hermanos y también desaparecieron mis hermanas en el año 82 para... un 2 de junio del 82 de un grande operativo que empezó en mayo. Entonces tuvimos que andar muchos días refugiados así en los montes, escondiéndolos para que no nos hallaran. Entonces ahí en ese tiempo, pues mi mamá también cargaba una niña bien tierna y la hirieron de la pierna. Y también fue cuando desaparecen mi hermana Erlinda y Ernestina de esa misma Guinda de Mayo.
Pero antes, sí, yo ya se había sido, antes, dentro de un operativo. Que todavía vivíamos nosotros en las casas. Hicieron una gran matazón en ese tiempo. Mataron un cuñado mío, a mí me capturaron, me violaron. Y después de eso pasa, cuando eso ya de la guinda, ese operativo más grande que el que había pasado antes. Muere mucha mucha gente de ese operativo.
Después de eso nosotros... Decide mi papá, y dice: “pues nos vamos a tener que ir para Honduras.”
Entonces le dice mi mamá, “sí porque ya desaparecieron mis hijas,” le dice. “Hoy está pensando ya irse para Honduras.”
Pero se quedó otros dos años más, siempre huyendo. No teníamos casa, sino que unos nylons teníamos. Con eso nos cubríamos, aguantábamos mucha agua. Todo muy difícil porque ya las casas casi todas ya las habían quemado. Ya no habían casas. Así la gente recogía algunos palos y hacían unos medios ranchos con nylon, cuando se hallaba nylons. Y si no pues, a cómo podía uno, tejas de algunas casas.
Y después decide mi papá y dice que se iba a ir para Honduras. Y se viene un operativo. Y en ese operativo, muere mi papá. Hicieron un gran bombardeo de los aviones. Y muere mi papá y un niño de siete meses, que era mi sobrinito, muere junto con él. Y dice mi mama, “pues ya se murió tu papá pues y como vamos a hacer más triste la vida.” Porque estaba chiquita Rosa, que era mi hermanita, estaba chiquito Oscar, y yo también tenía un bebe de como unos seis meses. Entonces, pues yo no me quería ir porque mi esposo tampoco no quería ir a los refugios de Mesa Grande. Decía mi esposo, “no, si nosotros somos de este país y vamos ir a sufrir mucho más allá porque aquí sufrimos, pero es nuestro país.
Pues entonces, fue cuando mi mamá le dice, “no, yo si me voy a ir porque mis niños están pequeños.”
Y empiezan a buscar una coordinación a irse para al Chupa Miel entonces fueron a la frontera. Después como venía otro operativo, regresan de regreso a un lugar donde le decíamos Santa Anita, siempre el mismo lugar, y nos quedamos otro par de meses ahí. Pues a total de que llegamos hasta del año 85 todavía en la zona.
Pues después de eso dice, venía un operativo que duró tres meses y nosotros logramos salirnos buscando refugio así a Honduras. Nos vamos a un lugar que le dicen Peña Blanca de Honduras. Pues nos regresan de ahí porque muchos soldados hondureños había. Entonces nos regresan de regreso a El Salvador. De ahí llegamos a un lugar que le dicen Patamera y de ahí nos coordinan a un lugar las Talpujas ya de Honduras para llegar a la Virtud. Pues entonces y con nosotros, como íbamos de un lugar tan difícil, llegamos así a ese lugar de las Talpujas.
Llegaron muchos soldados hondureños que venían para ese lado. “Entonces nosotros ya conformes que nos Iban a matar,” decíamos nosotros porque ya ahí ya no podíamos hacer nada ya porque ya estábamos en terreno hondureño. ¿Y que íbamos a hacer? Pues cómo íbamos bastante gente, pero no, venían adelante los soldados y más atrás venía una comisión de internacionales que eran pues sí los que iban a llevarlos.
Entonces ellos que son internacionales nos llevan a La Virtud. Y de La Virtud ahí nos tuvieron un día y de ahí nos llevan al refugio de Mesa Grande pero ya fue en el 85.
Pues solo estuvimos un año y medio en Mesa Grande, después ya cuando decide, pues, que se empieza a formar una organización de gente que quería regresar a nuestro país. Pues si nosotros como—pues sí—solo habíamos ido. Y sabíamos que había una guerra tan dura, pero con ser así, pero como todavía había quedado un hermano de nosotros acá y otro hermano que también hacia poco se había venido. Decimos nosotros, “tal vez nos volvemos a ver con ellos.” Regresamos de vuelta. Nos empezamos a organizarnos con toda la gente y nos venimos de regreso a repoblar aquí a Guarjila.
Bueno lastimosamente cuando nosotros llegamos aquí a Guarjila, ya solo había un hermano. El otro ya lo habían matado. El más pichoncito que tenía 16 años, ya él ya había muerto hacia como un mes. Cuando nosotros llegamos acá, que ya lo habían matado. Entonces fue muy duro porque saber que casi toda la familia se iba terminando. Pero mi mamá, siempre ella venía con una lucha y esperanza que decía, “yo debo de encontrar a mis hijas,” decía. “Primeramente Dios, no pueden morir, que ya llegamos a El Salvador. Pues algo, tal vez un día, primero Dios, las vamos a encontrar.
Entonces y allá, le dice el padre cuando empiezan los acuerdos de paz, “hoy sí, Victoria,” le dijo el padre (Jon Cortina). “Hoy sí,” le dijo, “ya se te llegó la oportunidad de poner tu caso,” le dijo. “Pues ya ha habido los Acuerdo de Paz y han sido la Comisión de la Verdad,” le dijo. “Entonces ahí es una lucha grande que se va empezar, pero es un esfuerzo que también va a caber que vas a poder encontrar tus hijas. Pues empieza otra nueva lucha grande acá ya en Guarjila a buscar a mis hermanas. Pero pues sí, momentos difíciles que también tuvo que pasar ella y no hemos podido dar con el paradero de ellas todavía.
Entonces y pues para mí, se me pone muy difícil porque ya murió mi mamá, pues ya murió mi otra hermana mayor. Ya solo estamos cinco hermanos. Y de doce que éramos solo habemos cinco ya. Pues, esta guerra nos dejó destrozados. Pues para mí, se me vienen tantos recuerdos de sufrimiento que pasamos. Pero la lucha todavía no ha terminado porque pues todavía existimos y todavía tenemos fuerza un poco de contar todo lo difícil que hemos pasado.
Pues para mí fue tan difícil cuando empieza el operativo de la Guinda de Mayo que empezó un 28 de mayo. Y cuando llegamos empiezan a llegar gente y gente a Santa Anita y empiezan a la zona del Sumpul y Los Amates. Y cuando—ahí se había concentrado mucha mucha gente: heridos, ancianos, gente joven, toda, un gran montón de gente que se concentró ahí.
Después solo habíamos llegado así a Los Amates, cuando empieza aquella grandísima tirazon. Y dice la gente, “de regreso!” Y el Río Sumpul estaba hondo y bastante gente pues ahí se ahogó. Una lancha que iba llena de niños. Dio vuelta aquella lancha, los niños se ahogaron, la lancha se fue.
Y ya ahí se fue pasando la gente como se pudo. Iban unos heridos que los llevaban en hamaca y ya cuando esa tirazon. Ya los heridos todos quedaron al otro lado del río porque ya nadie podía pasar esos heridos.
Yo me recuerdo como yo llevaba un niño que yo tenía. Me guinde del hombro de un señor. Y el señor ya estaba bastante seño. Entonces cuando él empieza—que el agua se lo iba llevando—yo lo que hice fue que me suelto del señor y me guindo de otro hombre, del otro señor, y ese me pasó. Y al señor.... yo no sé si lo pasaron o si se ahogó porque ahí se ahogó bastante gente en ese río y muchos heridos quedaron en el otro lado y los que pudieron se pasaron.
Allá cuando llegamos a una quebrada que le decían la quebrada de Acapate, como al siguiente día. Ahí había visto una emboscada de soldados con gente quizás porque había un plan de—había una finca como de aguacates que había palos de mangos y todo eso. Entonces y ahí estaba lleno de gente muerta. Entonces allí habían niños, gente adulta y de todo. Y esa concentración—a mí eso es, cuando voy así a Los Amates, me recuerdo muchas cosas porque digo yo, “aquí fue el último lugar que se concentraron y ya no pudieron volver a este lugar porque murieron en el río, en el otro lado del río. Y pues mucha gente ya de eso no volvió.”
Entonces también murieron familias enteras en esa Guinda de Mayo. Fue un operativo muy grande. Familias enteras que solo tomaron quedar uno o dos de los niños. Algunos de los niños se libraron porque se fueron detrás de otra gente. Y como pasábamos quebradas zanjones y todo, algunos niños se quedaban perdidos. Y después se hallaban los niños algunos muertos, algunos otros se hallaban ya muriéndose de hambre y todo. Porque yo me acuerdo cuando llegamos a un lugar que le decían Los Albertos, ahí llegaron tres niños y esos tres niños se crecieron se hicieron muchachos. Pues sí, se hicieron grandes. Porque después de que nosotros regresamos de Mesa Grande, los niños no se fueron. Se quedaron en campamentos con los guerrilleros, con los compas, pues. Entonces, y yo los vi. Todavía hay recuerdos que—hay uno en Arcatao.
Entonces que ese le mataron la mamá, el papá, los otros dos hermanos. Solo quedaron tres hermanos. Y después murieron los otros dos hermanos solo quedó uno de esa familia. Entonces hay muchos casos desastrosos que los tuvimos que conocer. Y pues sí, para mí, de donde vienen esos recuerdos para mí son difíciles aun cuando ya tengo bastante tiempo. Pero las heridas siempre siguen doliendo porque como somos seres humanos y cuesta para olvidar lo que uno ha vivido.
Pues en ese tiempo, yo estaba bien joven, verdad. Yo me recuerdo que yo me había ido a trabajar donde un tío a San Salvador. Tenía como unos cinco meses. Entonces de haberme ido y vine, cuando yo vengo, allá estaba yo en San Salvador cuando murió Monseñor Romero, cuando lo mataron—entonces cuando yo regreso, ahí nosotros nos volvimos por el lado de Ilobasco y llegamos al Guayabo a la presa del Guayabo, y ahí habían retenes. Mucha gente ya la habían capturado y matado ahí.
Entonces y cuando yo iba para Santa Anita me dice a mí un militar, “mire, me dice, yo le diría que mejor no fuera porque esos lugares están bien feos. Son de UTC,” me decía. En ese tiempo, le decían UTC a la organización que se estaba formando. Entonces, “allá hay muchos del UTC,” me decían y los van a—y bastante gente ya se salió, y la que no se ha salido se van a morir. Entonces, y como mi mama y mi papá vivían en ese lugar de Santa Anita. Pues yo como me había ido a trabajar y yo iba para la casa y cuando yo llego a la casa pues yo me sentí contenta cuando llegue y halle a mi papá y a mi mama ahí.
Y al siguiente día de haber llegado yo y había una calle enfrente de la casa de nosotros—caminos, verdad—en esos tiempos eran caminos. Entonces no eran calles de carro sino así de caminar con bestias con gente no más. Y pasan, y a pasar y pasar y pasar gente a una actividad.
Le digo yo a mi papá, “papá” le digo yo, y eso que es, para donde va esa gente,” le digo yo. “Así es para una fiesta, un meeting,” me dice. “un meeting que tienen allá en Santa Anita abajo en el cantón, en el mero cantón. “Allá,” le digo yo, “y que cosa es eso, ¿pues?”. “Es que se está haciendo,” me decía mi papá, “como se está formando, no sé qué,” me decía, “pero son organizaciones que se está formando,” me decía mi papá. Son grupos de gente.”
Entonces y le digo yo, “¿papi--y que…?” Me dice mi papá, “hoy nos vamos a ir a dormir al monte.” Y le empiezo a decir, “papi y porque nos vamos ir a dormir al monte. Hay tantos zancudos,” le decía yo. “¿entonces porque nos vamos ir a dormir al monte?” ”Por qué ya empiezan a matar gente. Llegan a las casas y matan la gente en la noche,” decía.
“Entonces, papi yo no me quiero ir a dormir al monte. Yo me quiero quedar aquí en la casa con mi mami.”
“No hija,” me dice. “entonces su mama se queda esos niños.” Porque tenía cuatro niños pequeñitos. Incluso ahí estaba Tina y Erlinda en ese tiempo. Estaban chiquitas.
Y nos fuimos al monte a dormir. Allá no se dormía porque aguantando agua y el zancudero y no podía dormir. Entonces yo me sentaba. Yo me decía yo en mi mente, “mejor no me uniera venido de donde mi tío, dejando San Salvador porque ya venimos a sufrir, imagínese.”
Y allá el siguiente día que yo llego a la casa, le digo, “mami y porque no nos vamos mejor y para donde nos vamos a ir.”
“Hija, si no tenemos dinero y aquí por lo menos tenemos el poquito de maíz, frijoles,” me dice. “¿Y por qué nos vamos a ir a sufrir donde no vamos a tener nada?” decía mi mama.
Entonces le digo yo, “ay mami, pero yo ya no puedo irme a dormir al monte.” Y era una noche que yo me había ido a dormir al monte y yo, “ya no tengo ganas, quizás me voy a quedar con usted mejor en la casa.”
“Hija,” me decía mi mama, “pero si vienen los soldados, nos van a matar.”
“¿Y por qué usted se queda?”, le decía yo. Yo le hacía esa pregunta a mi mama que por que ella se quedaba. Entonces viene y la siguiente noche no me voy a dormir al monte. Ah pues, la tercera noche sí me voy a dormir al monte. Y al siguiente día nosotros que llegamos a la casa y me dice mi mama, “vaya a lavar un puño de ropa qué hay sucia. Váyase a lavarla al pozo.”
Entonces vengo yo y me voy hacia el pozo a lavar. Y cuando yo llego a la casa tendiendo la ropa, estaba en unos alambres, cuando se rodearon la casa los soldados. Entonces rodearon la casa. Había un señor ahí en la casa de nosotros, me encerraron a mí, a mi mama y a Tina y Erlinda. Y mi papá estaba con Enrique, Fernando, y pues, Arnulfo—los tres varones más grandes que tenía. Estaban cortando arroz. Mi mamá les dio desayuno en la casa y me mando a lavar a mí.
Entonces después de que llego yo y tiendo la ropa venía el puño de soldados al contorno de la casa. Y había llegado un muchacho que se llamaba Adán. Y un día antes, habían llegado a esa casa del papá del él, de ese Adán, y habían quemado la casa—todo. Y la familia de ellos, como toda se había ido toda para Honduras ya huyendo, se habían ido para Honduras.
Y mi papá no se iba por no dejar la casa. Y cuando llegan los soldados y matan a ese Adán en la casa. Más adelante mataron a otro muchacho que se llamaba Mariano que era cuñado mío, el esposo de mi hermana la más mayor. Y ese Adán, que matan en la casa, nos encierran a mí a mi mama, a Tina y Erlinda. Nos encerraron solo los cuatro.
Ah pues y yo como uno joven es bien curioso. Entonces por las rehendijas de las puertas yo veía como lo estaban picando. Entonces yo viendo por la rehendija y de presto lo matan a él bien—lo dejaron bien picadito y me sacan a mí de adentro de la cocina. Y le dice a mi mama, “vamos a sacar su hija, señora” le dijieron los soldados.
Entonces le dijo mi mama, “y para que van a sacar mi hija,” les dijo, “si ella no debe nada,” le dijo.
Entonces mi mama, “ella, no ella no anduvo con los guerrilleros,” les dijo.
“Entonces con esos terengos,” le dijo a mi mama.”
“Ella no sabe de eso usted. Ella en San Salvador ha estado,” le dijo, “donde un hermano de mi esposo,” le dijo. “Entonces viene, “a nosotros no nos dé explicaciones,” le dijo el soldado. “A ella ya la vamos a llevar,” le dijo.
Entonces viene mi mama y le dice, “y para donde se la va a llevar entonces. Bueno la vamos a llevar. Entonces para donde nosotros estamos. Y era donde un puesto que eran militares que estaban en un puesto estacados en Patamera. Estaban en Patamera.
Entonces y le dijo mi mama, “y como se pone a creer que me la va a llevar,” le dijo, “si es lo único que yo tengo. Esta muchacha me ayuda a hacer el oficio,” le dijo, “es la más grande que tengo ya aquí,” le dijo.
“¿Bueno, usted cree que van a ser estables todo el tiempo aquí ya, si esto lugares van a ser van hacer destruidos, no crea? Si se queda, si queda para vivir si queda más tiempo,” le dijo. “¿Que no se vaya ahora?,” le dijo. “Usted no crea que va a quedar para contar este cuento,” le dijeron a mi mama.
Entonces vienen y me sacan a mí y me llevan a otra casa. Y cuando llego a esa otra casa, me dijo a mi—el soldado que me llevaba a puros rempujones para abajo a esa casa—y me dice, “¿sos muchacha, verdad?”, me dijo.” ¿No has andado con los terengos?”
“No, yo no sé que cosa eso, usted,” le dije yo. Entonces le dije así.
Entonces me dijo “ahorita ya voy a saber si haz andado con ellos,” me dijo entonces.
“Bueno yo no,” le dije yo entonces así.
“Mirá,” me dijo, “todas las muchachas que cargan ellos son mujeres de ellos me dijo entonces y vos sos muchacha. ¿No haz tenido marido, verdad?”
“Yo no sé qué cosa es eso.” Porque era cierto yo no, no—estaba muchacha. Entonces yo no sabía nada de eso.
Entonces cuando viene y me lleva a esa casa y habían bastante soldados, así habían a la orilla de la casa, habían dos señoras. Las tenían amarradas así en unos palos. Y habían matado un muchacho jovencito como de unos trece años. Estaba la cabeza así al lado de un palo porque en un palo le volaron la cabeza y lo tiraron así al otro lado de un cerco. El cuerpo del muchacho estaba tirado al otro lado del cerco y la cabeza estaba ahí, pues con un poco de sangre.
Entonces cuando llegaron los compas y tiran unos tiros. Y a esos tiros se salen ellos para afuera y no se percató que había un cuartito. Y en el cuarto estaba así y había una puertecita así y el no vio que había una ventana como para el lado de atrás de la casa. Y ahí por esa ventana me salí yo. Entonces y me escapé por esa ventana y ellos estaban cuidando las puertas del otro lado. Y a la hora de la tirazon y eso, me salí yo para abajo.
Y después cuando ya se hizo de noche, tiñendo ya la noche, se viene una gran tormenta, verdad. Y se pone más oscuro. Y cuando ya se viene esa tormenta yo me voy a llegar a la casa de regreso, a la casa de nosotros. Cuando llego a la casa mi mama ya se había salido de donde la habían dejado encerrada a mi mama. La dejaron encerrada dentro de la cocina. Mi mama estaba embarazada. Y Tina y Erlinda que eran las dos niñas, mis hermanas. Ya mi mama se había pasado para la casa que era dividida, la cocina y la casa. Ya se había pasado. Y cuando yo llego, estaban los cuches comiéndose al muchacho que habían matado ahí en la casa de nosotros. Y le digo “¡mami, mami!” Yo llegué tocándole la puerta de la cocina como yo ahí vi que quedó encerrada ella.
Entonces me contesta mi mama adentro y me dice, “hija yo pensé que la habían matado,” me dice.
“No, mami.”
“!Pues váyase¡” me dice entonces mi mama.
Y vengo yo, y salgo para arriba, y allá más arriba llegó allá otro poco de sangre. Pero ya se habían llevado. Era un muchacho que habían matado, pero ya habían llevado los compas. Que a la hora de la tirazon se mataron ese otro muchacho. Y ya cuando llego a otro casillerito que era el valle más grandecito, llego yo y hay gente allá. Y le digo a mi papa allá, “Y le digo papi, mi mami en la casa está y allí mataron a don Toribio y más abajo mataron a la señora Luria,” le dijo yo, “a la Ofelia y a Carlitos.
Entonces yo le fui a contar a la demás gente que habían matado a esa gente para que la fueran a sacar. Las fueron a sacar en la noche para enterrarla al siguiente día pero ya más abajo, ya donde había más gente. Ah pues, después mi papá como a las 11 de la noche buscó gente, y fue a sacar a mi mama. A lo que desde esa vez ya no volvimos a llegar a la casa en ese tiempo.
Sí, un poquito le voy a compartir. Sí, cuando, como yo le comentó, cuando nació la Comisión de la Verdad, cuando mi mama puso el caso. Y va mi mama a la fiscalía. Entonces empezaron como cinco madres a buscar sus hijos, verdad. Entonces va mi mama a la fiscalía y cuando le dicen pues si fueron a poner el caso, verdad, de mis hermanas y las demás mamás fueron a poner el caso de sus demás hijas, de sus hijos que habían desaparecido.
Entonces vienen y le dicen los que estaban ahí, “aquí no estamos recibiendo estos documentos que vienen entregarnos. No los estamos recibiendo porque está es una cuestión vandálica,” le dijeron a mi mama.
“Pues yo no vengo a buscar cuestiones vandálicas,” les dijo mi mama. “vengo a poner el caso de mis hijas que se me desaparición para la guerra.”
“Y cuando se les desapareció, ¿por qué no las vino a buscar?” le dijo.
“Y cómo iba a venir en ese tiempo,” le dijo mi mama, “ese tiempo era un tiempo tan difícil, ¿que como me iba a venir a buscar mis hijas?” le dijo. “Entonces hasta ahorita vengo a buscarlas. Ha nacido una comisión, “les dijo mi mama, “y viene de los acuerdos de paz.”
Le dijeron entre las demás mamas también. “Bueno eso no se les va a atender.” No atendieron. En ese tiempo, no atendieron. Pues después viene y empieza mi mama, el padre, Rafael “otro muchacho que apoyo mucho esta organización). Pues le volvieron y le dijeron a mi mama, “Trae testigos que desaparecieron sus hijas.”
“Si tengo testigos,” les dijo mi mama. “Mi hija es una de las testigos porque ella andaba con su papá cuando las niñas se desaparecieron y se las llevaron los soldados.”
Y cuando yo llego, que me citaron a mí y yo llego al juzgado, lo primeritito que me dijeron fue “Señora Suyapa Serrano, ¿está segura de lo que viene a decir?”.
“Sí,” le dije yo, “estoy segura.”
“No sabe que si viene a mentir,” me dijo, “¿le van a tocar 30 años de cárcel?” (ahí en Chalatenango).
“Pues mire,” le dijo yo, “yo no vengo a mentir. Pues yo no sé si por la verdad puedo ir a la cárcel,” le dije yo. “Entonces no se sabe, pero yo no vengo a mentir,” le dije yo, “vengo a decir los hechos que pasaron cuando se llevaron a mis hermanas. Entonces no vengo a mentir,” le dije yo.
Pues ya por último, me terminó diciendo él que me atendió para dar mi testimonio, “Pues pídale al Señor que un día aparecieran sus hermanas porque muchos niños más de esas épocas fueron llevados hacia otros países,” me dijo.
“Pues eso es lo que nosotros queremos. Que algún día llegarán a aparecer, pero por medio de ustedes que nos ayuden también. Es un estado pero nosotros vamos por las cosas correctas,” le dije yo entonces.
Pues llegó hasta mucho, muy allá este caso de nosotros. Y el padre me decía, “Suyapa, cuando muere mi mama—porque el caso de mi mama todavía quedaba por medio de la corte, estaba un proceso, no estaba bien definido. Entonces cuando, me dice mi mama, “hay hija,” me dijo “entonces yo ya estoy bien grave, yo ya no sé si iré volver a ver mis hijas. Pero si ustedes un día las ven y tiene la oportunidad de platicar con ellas, le explican que yo, pues mi lucha fue muy grande y mi sufrimiento fue mayor, más grande. Porque esto que ya hasta la azúcar se me brotó. Todo de los nervios ella se ponía, hasta vejiguitas de agua se le ponían. El cuerpo se le llagaba. Y cuando ella se acordaba eso de mis hermanas, ella muy mal que se ponía y lloraba. Y para nosotros como hijos, pues fue muy difícil el ver sufrir a mi mama ya en los últimos momentos. Porque ella más decía, “yo ya me estoy cegando porque la diabetes.”
Mi mama murió de 62 años y la diabetes se le empeoró y le dijo ella, “ya me estoy cegando. Ya mis hijas si vinieran y ya no les voy a ver el rostro como yo las vi cuando las tenía niñas y se desaparecieron. Pero con solo tocarle las manos,” decía, “con solo eso me voy a ir feliz a la tierra,” decía ella.
Entonces pues ya muchos años y no hemos podido dar con ellas todavía. Pero pues, nosotros siempre con el proceso, verdad. Siempre con la esperanza que un día aparecen.