Refugio y Retorno: Historias de una comunidad reasentada en El Salvador

Ramona Cruz

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En esta historia oral, Ramona Serrano describe tener que huir de El Salvador cuando la guerra civil salvadoreña arrancó en 1980. Ramona es una ex refugiada de la guerra civil y residente de la comunidad repoblada de Guarjila, El Salvador. Describe la brutal violencia que rodeó una operación militar salvadoreña conocida popularmente como la Guinda de Mayo de 1980. Durante este tiempo, el ejército salvadoreño perpetró una serie de masacres contra civiles salvadoreños, muchos de los cuales eran mujeres y niños. Recuerda una masacre que tuvo lugar en Las Aradas de civiles que intentaban cruzar el río Sumpul para buscar refugio en Honduras. Explica cómo ella y sus familiares tuvieron que huir de la violencia durante este tiempo hasta que finalmente llegaron a Honduras, donde se refugiaron en el campo de refugiados de Mesa Grande. Finalmente, comparte recuerdos de su regreso a El Salvador, junto con miles de otros refugiados de Mesa Grande, y la repoblación de la comunidad de Guarjila.

Tenga en cuenta que parte del contenido de esta historia oral describe situaciones violentas que pueden resultar molestas para algunos.


En el ‘99 [’79] recibió Paula, mi hermana, recibió al niño que murió hace poquito, a Martín. Como ellos no podían vivir en sus casas andaban aquí y le mataron la mamá al niño. Mi hermana agarró [adoptó] al niño, y se lo trajo para Guarjila—por el Portillo del Guardado—porque eran de Guanacaste. En enero del ’80, nos íbamos a dormir al monte, porque ya no podíamos dormir en las casas, porque ya no se podía, por el miedo, que no estaba tan fácil [la situación]. 

En el 20 de febrero nosotros estábamos en las casas cuando vino el ejército, y salimos nosotros a la carrera, y entonces le hemos pegado hacia los cerros, y de los cerros le pegamos para Honduras. Entonces solo hemos llegado nosotros a Pascasio, cuando mataron a cuatro personas: los tres hijos, y un padrino mío; en el mero día de ceniza. Nosotros nos fuimos y fuimos a agarrar a la frontera de Honduras. De ahí, como a los 15 días, vino el ejército de Honduras queriendo sacarnos. En marzo, los soldados, perdón, los salvadoreños, nos dijeron: “A echar pulgas a El Salvador,” y con tantos niños, que era con lo que más andábamos, niños, mujeres embarazadas y los ancianos, “Van a echar pulgas a El Salvador.” 

Y así nos fuimos al Portillo de Guardado. Pero no habían pasado ni cuatro días, cuando nos vienen de nuevo, y dijimos: “De vuelta a la carrera nosotros.” Eso estuvo triste. Entonces fuimos, le pegamos de vuelta para el mismo lugar, para la misma frontera. Pues en el Copalchillo estábamos cuando nos dijeron, “Fuera de aquí,” a dar al mismo El Salvador de vuelta. Entonces nosotros ya no nos quisimos ir hasta allá, y nos quedamos en Las Aradas. Y le dijimos nosotros al señor que nos dejara pasar a un cipote [niño pequeño], mi hermano, [le dijo] que por andar bañándose [el niño], se pasó al otro lado. Ya después no lo quisieron dejar pasar, y nosotros por no dejar al niño que estaba pequeño, que el cipote nadar así, y el nadando y nadando, terminó en el otro lado. 


“En el Salvador iba estar tremendo,” dijo, nos dijo que allí [iba a estar obscuro], “en El Salvador va estar oscuro,” dijo el soldado.
 
[Ellos respondieron]: “Ah pues déjenos pasar al cipote.”

“No, pasasen ustedes” [el soldado respondió], y nos tocó a nosotros por el amor del cipote, irnos para allá. Toda la noche llovió, nos cayeron groserías de agua. Y como a las dos de la mañana, nos quisimos salir y no pudimos, porque estaba lleno. Había como tres trabas que no podíamos salir: Sumpul estaba de borde a borde, estaban los de Honduras [soldados] esperándonos y venían los de aquí de El Salvador que nos llevaban al costado.

Después estábamos nosotros en el río, como a las ocho de la mañana, lavando maíz, cuando le digo yo a un compadre, “Compadre, he oído un pijaso [un golpe].”

“No comadre, son ilusiones de lo que oye ya” [respondió el compadre].

“Ya vas tú a saber,” le digo, y vamos viendo que llegando a la casa y pego el vergazo [bombazo]. Me dio a cargar a la niña de cuatro años, me dice este, “Agarra la niña.”

 “No,” le digo, “agárrala vos que no la aguanto,” que estaba grande la niña. Salimos de la casa, oímos cuando cayó el vergazo (bombazo) a la par de nosotros, “vaya,” yo le dije, “le cayó a ellos.”

Con la misma nosotros fuimos río abajo; a la grande balacera y nos agachamos porque cuando llegamos allá a mi mamá se le ahogaron dos niños. Cuando los llevaba se los quitó el rio, como estaba [el rio] de bordo a bordo le quitó dos niños: uno de 10 años y uno de 20 meses.  Cuando ya paramos a lado del rio de venir corriendo, y les digo: “Ay mire,” que mi mamá le hace así y pega el grito, y pego el grito yo: “Que paso?”

“Se me ahogaron los niños,” me dijo.

“Venga mamá que ni nosotros estamos seguros,” [le respondió Ramona a su mama] y siempre la jalaba yo a ella para abajo, y en cada que nosotros nos apoyábamos en bajadas así bien feas, yo le apretaba el estómago porque ella iba llena de agua. Entonces Paula, mi hermana, llevaba el niño, todos desparpajados. Yo iba con mi mamá, él iba con la niña [apuntando a alguien detrás cámaras] y otros amigos del mismo lugar y Paula con mi papá y con el niño, y todos desparpajados. Ahí nadie sabía si ellos podían estar vivos o nosotros; ahí nadie sabía de nosotros. 

Como a las seis de la tarde nos trepamos arriba [a un cerro], y que nosotros solo hemos pasado todo ese gran, ahí en Yurique fue la muricion [mucha muerte]. Nosotros nos pasamos al puente, y 60 personas se cayeron de un solo vergazo [al mismo tiempo] ahí. Nos hicimos así, y pasaban los aviones encima, y nosotros defendiéndonos. 

 Y adonde había lugar para caminar, caminábamos, solo mujeres con niños, yo y mi mamá, porque los niños viajaron a Sumpul. Y llore, llore, la señora, y yo [le dije:] “Mamá confórmese que ahorita ni sabemos nosotros si Dios lo vera.” Fuimos a caminar, y como a las ocho de la noche llegamos al mero copo [punta] del cerro Chichilco, y a la madrugada una cantazon [canto] de los gallos que quedaban allá en la frontera de Honduras. Aquello se miraba Oscuro, una neblina, que se miraba tremendo, y cuando iba aclarando ya se miraba la gente, unos para arriba, otros embrocados para abajo, otros así (de lado); eso fue tremendo. Duele, después a uno hasta se le olvidan las palabras, porque duele. Duele al acordarse del sufrimiento amargo que tuvimos ahí nosotros.

Mire, ese niño que se murió hace poquito, en el agua durmió, ahí juntos con Paula, en una poza de agua, la mitad adentro y la otra para afuera; si se movían de ahí los podían ver. Y nosotros como nos fuimos de río abajo se nos hizo la grande, y lo hacíamos así, que caía como que era maicillo que regaban [las balas], ahí solo Dios con nosotros, nadie más.

Llegamos a ese cerro, y encontramos a unos hombres con unos mecates. Ahí ya me sentía como que ya no era yo, [pensé]: “sólo nos falta que estos nos agarren aquí,” pero solo nos saludaron y se fueron, no nos dijeron nada. Seguimos nosotros cerro arriba y toda la noche dormimos súper los dos juntos en el cerro. Como estaba bien oscuro, peligrando, ni nos acordamos de las culebras, ni de nada, ahí sólo Dios con nosotros. Ya cuando vino a ser las 10 del día, el 15 nosotros nos íbamos bajando poco a poco del cerro. Cuando íbamos llegando a una casa y dijimos, “vamos a ver a quien conocemos de la familia que esta muerta ahí.” Ni íbamos llegando al cerco del río, cuando nos topan de vuelta. Qué esperanza de los familiares muertos, no hubo esperanza de verlos. Pues de ahí para allá, hay cosas que uno desea acordarse bien, pero en el dolor que uno tiene, se le escabullen las cosas, y no recuerda bien uno. 

Como dormimos esas noches en esa casitas, y ve que eran chorros de agua, todos nos mojamos. Se miraba cerrado, pero las tejas eran una sola pacaya [palma] bien quebrada, y a uno le caía el agua. Y la noche esa que le tocó del Masacre de las Jaradas, [mucha] gente durmió en la poza de agua. Nosotros como dormíamos en el cerro, ya habíamos pasado. Si hubiéramos pasado por el río, quizás a nosotros nos hubiera ahogado porque no sabíamos nadar. Pero nosotros nos fuimos río abajo por Yurique, y después sale el puente, donde murió un montón de gente, 60 personas cayeron ahí, y eso fue duro. 

 Y nosotros de aquí para allá, que incluso, aquí está Estela [de Armando], andaba con nosotros, que cargaba una gallinita, y esa pegaba gritos. Nosotros le decíamos, “Estela, bote esa gallina, bótela, que por esa gallina no sabe qué nos puede pasar,” hasta que por fin la dejó perdida. Y nosotros nos perdimos de ellos también, que arremate que en la zacatera los pasábamos de arrastre, a como podíamos, irnos zafando el 14 de mayo.

Y cuando llegamos ahí, que fue en febrero, tomamos un agua que una señora allá arriba, tomando aquella agua fresquita de mango, que nosotros tomábamos a saber cómo vendría, entonces nosotros nos tomábamos el agua. Y nos dijeron que si queríamos un pedazo de tortilla y nos dieron un puño de maíz así de un maíz podrido. Negra la tortilla, que diera que nos hubieran dado la mitad de una tortilla, chiquita, en cuarto pedacitos, un poquito cada uno.  Y nosotros esos días no comíamos nada, que íbamos a comer, si no había nada que comer. No había ni mangos, tal vez en algún otro lugar, pero ahí como no había no podíamos comer nada. Y uno que es mayor se resiste más, los niños eran la (daban) tristeza, [por] que ellos piden, y ahí no había nada que darles. 


Pues nosotros lo que hicimos es buscar para la frontera. Ya regresar al lugar nos daba pues miedo, porque habíamos estamos viajando antes, a traer su granito para comer uno a la casa. Y resulta que todos íbamos a traer grano, pero después del 14 de mayo ya no tuvimos el valor de ir. Entonces nos fuimos para la zona y llegó ACNUR. Nos fuimos para Estapas, unos dos días estuvimos en el Colpachillo, de ahí nos trepamos a un lugar que le dicen Telquilte, después nos fuimos a una zona que le dicen San Pablo. Y la institución que le dicen de ACNUR los llevo para Mesa Grande.

Nosotros fuimos los primeros, que fueron a tirar, como unos animalitos, a la zacatera, y lloviendo, y ellos nos iban a tirar cobijas encima, cuando nosotros estábamos acostados. Nosotros fuimos los primeritos que fuimos al lugar haya. 


Estuvimos ese tiempo [en Mesa Grande], no recuerdo cuanto tiempo, pero en el ‘87 regresamos aquí al Salvador, y siempre [supimos que] algún día íbamos a llegar [a El Salvador], algún día nos vamos a ir a nuestro país. Y dije yo que, si Dios lo permite, quiero ser unos de los primeros que me quiero ir. 

Su mamá, [dirigido al entrevistador] puede recordar, fuimos los primeritos a romper [recorrer] el viaje, y a dormir en la zacatera aquí.  Porque ya los últimos que llegaron allá, ya sentían un ambiente mejor, pero cuando llegamos era una gran zacatera en Mesa Grande... Nosotros sufrimos allá porque no éramos de allá; nos sentíamos presos, y estábamos presos, porque había que anotarse para salir. Algún día [pensábamos] vamos a llegar a nuestro país, porque como aquí no es el país de nosotros. Estuvimos ese tiempo allá, Dios nos cuidó, y hicimos el reto de venirnos para El Salvador. Y a ser los primeros de caer aquí, a otra zacatera. Desde entonces, en el ‘87, que nos vinimos aquí.