Rosi Braidotti - El conocimiento posthumano
1 2024-04-28T17:07:45-07:00 Alberto Tagle 39277dc1900e1238e2544a607393307d200d1d49 42648 2 plain 2024-04-28T17:08:39-07:00 Alberto Tagle 39277dc1900e1238e2544a607393307d200d1d49Lugar: Barcelona
Año: 2020
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- 1 media/Bibliografia.jpeg 2024-04-21T23:31:21-07:00 Alberto Tagle 39277dc1900e1238e2544a607393307d200d1d49 Bibliografía Alberto Tagle 18 image_header 2024-05-04T04:58:20-07:00 Alberto Tagle 39277dc1900e1238e2544a607393307d200d1d49
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media/La desapropiación como práctica social y estética de comunalidad.png
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2.2 La desapropiación como práctica para otras formas autorales
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Proponer la agencia como uno de nuestros conceptos principales para el análisis de las autorías posthumanas se origina en la posibilidad de entender a los agentes no-humanos más allá de su visión como objetos depositarios de nuestra voluntad. Partir de una base de pensamiento posthumanista también nos obliga a situar nuestras propias claves filosóficas. En este sentido, Rosi Braidotti sugiere, en El conocimiento posthumano, que el posthumanismo, entendido como el intento de superación de un ideal de humanidad universal, no puede articularse sin nombrar también una condición postantropocéntrica vista como un pensamiento “crítico con la jerarquía de las especies (3)”. La autora sugiere que, globalmente, el momento en que estamos situados para articular el pensamiento posthumano se encuentra atravesado por “[l]os flujos migratorios globales y el desplazamiento de poblaciones, las disparidades económicas crecientes, las expulsiones en masa, el racismo y la xenofobia al alza, la guerra exhaustiva y el cambio climático son los marcadores de nuestra historicidad (56-57)”. Pensamos, por lo tanto, que no podemos tramar la agencia de las autorías escriturales desde nuestra posición sin el entendimiento de lo que Cristina Rivera Garza llama agencia social, la cual entiende como "la capacidad del ciudadano de producir su propia historia a través de estrategias tales como la resistencia, el acomodo o la negociación (27)”. Rivera Garza postula esta agencia como un punto de partida que busca generar historia sin victimismo o pasividad en la medida en que los agentes no son entendidos bajo dualismos categóricos como los de activo/pasivo o sujeto/objeto. Piensa que en un país donde la capilaridad de las acciones del crimen organizado parece ensamblarse hasta en la más cotidiana de las actividades muchos de los matices que toma la agencia devienen una condición trágica. Si pretendemos tomar una postura que nos sitúe en aras de demarcarnos fuera de cualquier tipo de abstracción idealizada entonces rastrear materialmente la agencia para pensar la autoría escritural no puede ignorar que escribimos desde un escenario donde las autorías son coartadas desde el indiscriminado asesinato de periodistas, por ejemplo. La propia Rivera Garza conceptualiza, en relación con las oportunidades que tiene la escritura en dicha coyuntura, la desapropiación como:
[d]e ahí, y por eso, la creciente relevancia crítica que han adquirido ciertos procesos de escritura eminentemente dialógicos, es decir, aquellos en los que el imperio de la autoría, en tanto productora de sentido, se ha desplazado de manera radical de la unicidad del autor hacia la función del lector, quien, en lugar de apropiarse del material del mundo que es el otro, se desapropia. A esa práctica, por llevarse en condiciones de extrema mortandad y en soportes que van del papel a la pantalla digital, es a lo que empiezo por llamar necroescrituras en este libro. A la poética que la sostiene sin propiedad, o retando constantemente el concepto y la práctica de la propiedad, pero en una interdependencia mutua con respecto al lenguaje, la denomino desapropiación (19).
Como indica Rivera Garza, podríamos entender la desapropiación como una inclinación hacia una visión no apropiacionista, en el sentido más mercantilista del término, de los fenómenos provenientes de las prácticas escriturales que se dan “[e]n circunstancias de violencia extrema, como por ejemplo en contextos de tortura, las argucias del necropoder logran transformar la natural vulnerabilidad del sujeto en un estado inerme que limita dramáticamente su quehacer y su agencia, es decir, su humanidad misma (30)”. Las prácticas de desapropiación, y por eso nuestro especial interés en partir de ellas para este ejercicio, tratan de responder a un escenario antropogénico, en palabras de Braidotti, de extrema vulnerabilidad (80). De igual manera y con su rechazo a la depredación privativa y mercantilista de la cultura, la desapropiación puede operar como una técnica que no atienda a ciertos intereses que se inclinen hacia los ideales de originalidad o propiedad, en la medida en que “[r]eescribir, en este sentido, es el tiempo del hacer sobre todo con y en el trabajo colectivo, digamos, comunitario e históricamente determinado, que implica volver atrás y volver adelante al mismo tiempo: actualizar: producir presente (65)”. Nos resulta fundamental, por lo tanto, subrayar las diferencias que hay entre la apropiación –una técnica que tomó una gran relevancia en el siglo pasado a través de prácticas como el collage o el pastiche al grado de que Fredric Jameson la consideran como la estética misma de la posmodernidad– y la desapropiación para la orientación de este mismo experimento escritural y, por lo tanto, nos serviremos de un par de ejemplos.
La apropiación, la cual podríamos asociar con prácticas visuales como los collages de Richard Hamilton o versiones textuales como el cut-up de William Burroughs, lo es en la medida en que sigue anclada en modelos e idearios que premian y priorizan conceptos como los de genialidad, individualidad, propiedad, etc. Consideramos como ejemplo de una práctica de apropiación el libro de Juan Alcántara Cuaderno Nielo en la medida que es una reiteración y confirmación de una autoridad singular ya que el poemario surge de una captura e intervención de El novelino, una colección de cuentos medievales del siglo XIII. Sin embargo, El novelino mismo fue producido y reproducido en un contexto primordialmente oral y de circulación de boca en boca, los relatos tomaron múltiples formas y variaciones antes de ser fijados en la escritura. Alcántara parece querer suscribirse a la condición fluctuante de los cuentos a través de su recomposición en verso como una forma de querer volver a ponerlos en movimiento, pero lo que realmente hace es suscribirlos en un entramado de autoría y autoridad que “vuelve propio lo ajeno” en lugar de “busca[r] enfáticamente desposeerse del dominio de lo propio, configurando comunalidades de escritura que, al develar el trabajo de los muchos [...] atienden a lógicas del cuidado mutuo y a las prácticas del bien común que retan la naturalidad y la aparente inmanencia de los lenguaje del capitalismo globalizado (19-20)”. El margen, nunca estático, que pudiera definir los límites que separan la apropiación de la desapropiación es difuso y jamás depende, exclusivamente, de una determinación individuada del quehacer y de la atribución de los fenómenos culturales mismos ya que siempre tienen que ser ponderadas las condiciones, incluyendo las sociotécnicas, en las que se efectúa.
La propia Rivera Garza escribe sobre el tomar escrituras previas, en el epílogo hecho para la obra La Compañía de Verónica Gerber Bicecci, que: “[e]stá, por principio de cuentas, el proceso de selección, que a menudo incluye una revisión exhaustiva de los contextos de producción y distribución de las obras que nos vienen del pasado. Y están, después, los mecanismos concretos de intervención que, actualizando las obras, las harán partícipes de diálogos muy concretos con el presente (208)”. Es decir, no sólo es que el Cuaderno Nielo se enrede en una contradicción al querer darle una nueva vida y fluidez a los textos de los cuales se alimenta imponiéndolos desde los modelos propios de la fijeza del libro mercantil de autoría individuada, sino que también encapsula dentro de sí una concepción apropiacionista que ignora que las actualizaciones siempre están situadas y sirven para generar nuevos diálogos y relaciones. Es una actualización de la fijeza y no de la movilidad, en el sentido que Edward Said considera que:estudiar la literatura como una escritura dada de forma inerte, canonizada en los textos, libros, poemas, dramas y demás obras, es tratar como algo natural y concreto aquello que se deriva de un deseo –escribir– que es incesante, diverso y enormemente antinatural y abstracto, puesto que “escribir” es una función que nunca se agota en la finalización de un texto escrito. Por consiguiente, solo un interés teórico por los abstracto –un interés general por lo que es cognoscible de forma permanente si bien está sujeto a numerosas contingencias– tiene alguna posibilidad de ocuparse de un impulso tan aparentemente limitado y original (200).
La apropiación de Alcántara no funciona más que como una iteración más de El novelino, como si mostrara la versión de Alcántara de El novelino y no más. Por otra parte, podríamos considerar como un ejemplo más cercano a la desapropiación que teoriza Rivera Garza el proyecto La Compañía de Bicecci. En su página legal se indica que:
mientras que el libro está ensamblado a través de una selección que conglomera testimonios, entrevistas con especialistas, informes técnicos, notas de prensa, planos y, como una de las fuentes principales, el relato “El huésped” de Amparo Dávila. El tema que atraviesa todas las escrituras –a excepción del cuento originalmente– es Nuevo Mercurio, un pueblo zacatecano creado alrededor de una mina de extracción de mercurio que tuvo su auge de 1940 a 1970, del cual se muestra la impunidad y los residuos de una descomunal catástrofe ecológica. La actualización del relato de Dávila se realiza por medio de la transposición e incrustación de éste en torno a la explotación minera y sus consecuencias. Rivera Garza menciona que en esta forma de administración textual “cuyo script es apenas esbozado por la serie de decisiones de las que, sin embargo, la autora se vuelve absolutamente responsable: la elección y la ubicación de los materiales. De ahí en fuera, la experiencia es nuestra (203)”. La autoría ya no está en la atribución creativa como en el Cuaderno Nielo, sino en la responsabilidad del ensamblaje, en la responsabilidad de la nueva red de relaciones creadas y de las traducciones ahí posibilitadas.
Si bien las prácticas de (des)apropiación y de reescritura no son recientes ni nuevas, en nuestra búsqueda de entenderlas como formas escriturales que permiten la posibilidad de entrever modos de autoría lejos de la noción individuada, lo fundamental es también enlazarlas en un momento sociotécnico particular que las traduce a nuevos términos. Walter Benjamin ya sostenía en El autor como productor que “[s]ólo teniendo en cuenta las realidades técnicas propias de la situación actual, podremos comprender las formas de expresión que dan cauce a las energías literarias de nuestro tiempo (13)”. En este marco, es necesario diferenciar los collages de Richard Hamilton o los cut-up de William S. Burroughs de las instrucciones copiar y pegar de los procesadores de texto digitales en la medida en que el entorno sociotécnico es muy diferente. El propio Lawrence Lessig, uno de los principales agentes en la creación del proyecto Creative Commons, considera que “no hay nada esencialmente nuevo en el remix. O dicho, de otra forma, la parte interesante del remix no supone algo nuevo. Lo único que es nuevo es la técnica y la facilidad con que puede compartirse el producto de dicha técnica (116)”. La desapropiación en el entorno sociotécnico actual, que se ve mediada también por una situación de profunda vulnerabilidad, parece no ser compatible con la hegemonía de la comprensión de la escritura como un lirismo y expresión de una individualidad y, debido a ello, puede dejar de ser extracción y robo de significados instituidos. Cuando el valor literario no se ampara ni en el intentio auctoris como una autoridad que articula un significado susceptible de ser interpretado y atribuido entonces la desapropiación se convierte en una técnica –aunque Rivera Garza prefiera llamarlo “poética”– que pone de manifiesto el propio fracaso de una supuesta autonomía tanto de la literatura como de la autoría a la hora de ser conceptualizadas desde esta supuesta autonomía y, por lo tanto, de la teoría de la literatura. Es lo que Josefina Ludmer entiende como las literaturas postautónomas en cuanto que:[e]stas escrituras no admiten lecturas literarias; esto quiere decir que no se sabe o no importa si son o no son literatura [...] Aparecen como literatura pero no se las puede leer con criterios o categorías literarias como autor, obra, estilo, estructura, texto, y sentido [...] Representarían a la literatura en el fin del ciclo de la autonomía literaria, en la época de las empresas transnacionales del libro o de las oficinas del libro en las grandes cadenas de diarios, radios, TV y otros medios. Este fin de ciclo implica nuevas condiciones de producción y circulación del libro que modifican los modos de leer. Podríamos llamarlas escrituras o literaturas postautónomas (41-42).
La desapropiación en un entorno sociotécnico digital, donde todo tipo de escritura deviene en información, no es captura y reescrituras de significados, sino la desarticulación de las posibilidades de un significado autónomo mismo. Frente a la tiranía del significado como producto de una autoridad que otorga una supuesta estabilidad y fijeza, están las prácticas situadas y conscientes de su carácter relacional, donde no sólo es relevante la escritura misma, sino sus modos de distribución, protección, venta, consumo, accesibilidad, etc. en cuanto son parte de la viabilidad de su agencia. La desapropiación, como técnica que parte de una postura eminentemente política respecto de los fenómenos literarios, pretende cambiar la forma de unas relaciones jerárquicas para verter sus modos de hacer en relaciones más horizontales y distribuidas de comunalidad no solo humana que impliquen la inclusión de cualquier tipo de escritura, aunque no se ajuste a parámetros literarios. La presente investigación, bajo estas condiciones, busca conceptualizar alrededor de las autorías escriturales posthumanas y no desde las autorías literarias que se postulan desde una supuesta autonomía. Explorar las particularidades de una técnica que se ancla en la administración de lo ya escrito nos parece fundamental para la reconfiguración de las emergentes autorías, nos conduce a experimentar las oportunidades de desapropiación que se pueden ensamblar desde las técnicas digitalmente mediadas.
Siguiendo el pensamiento de Rivera Garza o del propio Lessig, la importancia de una técnica como la desapropiación no residiría en el acto mismo de copiar, sino en las condiciones en las que se da dicha copia, así como las actualizaciones que genera en lo copiado, en la conformación de nuevas relaciones que, pensando desde un enclave posthumanista, son las que determinan su condición situada. Por ejemplo, en el pasado, difícilmente podría hacerse la relación entre la explotación minera en Nuevo Mercurio con la literatura fantástica de Amparo Dávila. Escribimos que la relación difícilmente podría “hacerse” y no “mostrarse” porque suscribimos la idea de Johanna Drucker respecto de una visión performativa de la materialidad en la medida en que (véase párrafo 17):
Entendemos que en la desapropiación hay una suerte de actualización que debe ser situada y la cual deriva en una nueva rearticulación de lo copiado. Bajo este pensamiento, el experimento textual que hemos realizado pretende desapropiar la poesía de Ramón López Velarde y relacionarla con la actualidad de uno de sus tópicos centrales: su natal Jerez. -
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Conclusión: Responsabilidades distribuidas
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En el último capítulo se exploraron algunos de los pormenores de las autorías escriturales centrándonos en aquellas que se encuentran atravesadas por un alto grado de tecnificación digital. Desde una postura posthumanista, hemos advertido que las implicaciones que tiene descentrar las autorías de un régimen exclusivamente humano revelan tanto posibilidades de apertura que permiten formas más distribuidas de su entendimiento, al igual que efectos como su violenta expansión en cuanto forma de propiedad. En este marco, hemos sugerido que la desapropiación puede servirnos como una idea y una técnica que puede aproximarnos a formas de pertenencia menos mercantilistas e individuadas de lo que se autora y de las relaciones que se generan en los procesos escriturales. Pero no sólo basta con que nuestras concepciones de la autoría escritural se articulen desde otras formas de (des)propiedad, también pensamos que debemos ligarnos con las autorías más allá de estos sentidos de pertenencia.
Benjamin Boysen y Jesper Lundsfryd Rasmussen, en Against New Materialism, argumentan que una de las mayores debilidades de corrientes de pensamiento como los nuevos materialismos o el posthumanismo es que –en el afán de descentrar la agencia más allá de nuestra exclusividad hacia todo tipo de agentes, al tiempo que se diluye una esencialidad de lo humano al pensar a través de ontologías relacionales– es fácil que se dé una tendencia hacia explicaciones sin pretensiones políticas o demasiado ingenuas de los efectos de nuestra actividad, como en la crisis climática. Asumen que “[i]n other words, one may find that the new materialism flirt with romantic escapism and self-indulging reveries that in practice entail a passive stance that shies away from responsibility (25)”, que es un pensamiento cercano a la preocupación que mostraba Claire Colebrook sobre un devenir ultrahumanista. Por nuestra parte, creemos que para que una postura posthumanista no se vuelva acrítica debe tener claro cómo se entiende la responsabilidad desde un orden relacional. Definir las relaciones que tenemos con las autorías –por más distribuidas o basadas en la desapropiación que estén– a través de la propiedad o la pertenencia no es suficiente. Creemos que para evitar el escapismo romántico y sujetarnos a una ética posthumana, debemos pensar que las relaciones de las cuales emergen las autorías escriturales tienen que estar mucho más cerca del concepto de responsabilidad que de la idea de propiedad. Ser parte de los agentes inmersos en la autoría no sólo es tener esto o pertenecer a, también debería implicar hacerse cargo de, pero ¿cómo podemos entender la autoría escritural como una forma de responsabilidad y cómo podemos hacernos responsables por lo autorado?
Dimitris Papadopoulos escribe, en “Insurgent Posthumanism”, que las prácticas políticas basadas en el posthumanismo deben efectuarse desde la comprensión de que la política abarca más que un asunto de confrontación de ideas e instituciones, ya que también son prácticas encarnadas que refieren a modos de relacionarse con la materialidad, tanto de otros como de los agentes no-humanos. Simultáneamente, propone el descentramiento del sujeto humano “as the main actor of history making (135)” que podríamos conjuntar con nuestra concepción de que las formas de lectura, escritura y autorías no-humanas se articulan a través de sus desplazamientos de sentido material. Como ya sugería Gabrys, una forma de politizar la materialidad de los ensamblajes técnicos es a través de rastrear sus agencias, de volver patente las dependencias, conflictos, intereses e inclinaciones que están en juego. Cuando sugerimos que la autoría conlleva hacerse cargo de, no nos referimos exclusivamente al contenido significativo que puede brotar de lo escrito, como lo podría ser en los casos de censura o de discursos de odio. Responsabilizarse implica hacerse cargo de las relaciones materiales que se dan a través de las autorías. La autoría se manifiesta en la relacionabilidad con otros agentes y si seguimos sus rastros de sentido podríamos ser capaces de percibir –aunque sea de una manera diferente a lo escrito por los agentes no-humanos en su expresividad material– los efectos que nuestra agencia ha tenido sobre estos.
Janne Bennett considera que, en una ética basada en la distribución de la agencia como en el posthumanismo, las posibles acciones de los individuos podrían reflexionarse por medio de cuestionarse “¿intento librarme de los ensamblajes cuya trayectoria probablemente haga daño? ¿Me acerco a ensamblajes cuya efectividad conjunta tienda hacia la promulgación de fines más nobles? (95)” Bennett cree que no debemos, ni podemos, deshacernos de la indignación que causa pensar en agentes individuados como los autores de las crisis actuales, pero descentralizar a la agencia también implica tramar una ética de la responsabilidad más que una moral de la búsqueda de culpables sustantivados. Es decir, la actual precariedad e incertidumbre generalizada no se deben únicamente a los residuos del ejercicio de la voluntad de individuos específicos, ya que también debemos ponderar el papel que tienen nuestras formas específicas de relacionarnos con los demás agentes a través su adueñamiento. Señalábamos que Rosi Braidotti llama "marcadores de historicidad" a nuestros problemas más urgentes como la crisis climática. Una ética posthumana puede ayudarnos a marcar vías de comprensión y de respuesta hacia estos marcadores que no se sujeten en una moral que señale autores individuados como el origen de los problemas; una ética de la responsabilidad posthumana debería asumir que la autoría de los marcadores de nuestra historicidad también se distribuye –bajo la premisa que distribuir no es una asignación homogénea para todos los involucrados, siempre habrá agentes que tengan más protagonismo y por eso es necesario situar la distribución misma– y que darle atención entraña alterar nuestras formas de relación hacia los agentes no-humanos, hacia lo diverso y, en este proceso, dejarnos mediar y orientar por otras vías de sentido de mundo. La responsabilidad se vuelve una parte fundamental de cualquier especulación posthumana. Braidotti, que la llama "imputabilidad", cree que ésta debe ser “tan epistémica como ética. Epistemológicamente, es cuestión de producir los conocimientos adecuados en el mundo y para él. Éticamente, implica generar relaciones afirmativas (66)”. Relaciones que, si la autoría es distribuida, también distribuyen y comparten dicha responsabilidad.
Si hemos especulado la desapropiación, por la facilidad que tiene de proliferar en la mediación digital, como una vía de alteridad frente al autor propietario es porque creemos que, en su lógica de la selección, se dirige hacia la concepción del autor como responsable. En un entorno sociotécnico en el cual pueden surgir autorías escriturales sin la necesidad de una escritura “propia” u “original”, ya que pueden darse a través de la administración de lo ya escrito, entonces, como sugiere Rivera Garza (102), la autoría implica dar la cara por lo seleccionado, por las decisiones tomadas respecto de los desplazamientos de otras materialidades. Aunque estamos en desacuerdo cuando apunta que “[e]l escritor no tiene una responsabilidad con los otros; tiene una deuda con los otros. La deuda no es moral, sino material: tiene una deuda con los otros (112)”, porque incluso si se quiere entender desde una jerga mercantilista, la deuda es una forma de vinculación, de estrechar relaciones, derechos y obligaciones hacia otros agentes y su disposición material. Sin embargo, sí suscribimos que la deuda y la responsabilidad es positiva cuando al efectuarse, antes que "pagarse" o darse por terminada, se vuelve más profunda. Siguiendo en el argot mercantil, las acciones hechas para el cumplimiento de una deuda realmente promueven la creación de más deuda, de más estrechamiento y de un reconocimiento de dependencia de los agentes ensamblados en sociabilidad. Responsabilizarse debería generar más responsabilidad.
En un entorno donde nuestras relaciones están siempre atravesadas por mediaciones técnicas reguladoras, se vuelve primordial proyectar otro tipo de vínculos con las tecnologías que no estén adheridos necesariamente al consumo mercantilista y al exceso energético. Nadia Cortés piensa que “[h]acerse responsable está lejos de sentir culpa o de juzgarnos a nosotrxs mismxs o a lxs demás por aquello con lo que no nos hemos comprometido. Hacernos responsables tiene que ver más con revincularnos y volvernos a afectar que con redimir o restaurar algo que quizá ya no puede volver a ser como era antes (13)”. Vemos en la desapropiación una forma de comprender otras vías de escritura que deriven en otro tipo de autorías; la desapropiación actualiza, vuelve a vincular, pero también permite nuevas relaciones siempre en negociación. Las autorías escriturales posthumanas deben adherirse a la movilidad constante, a la imposibilidad de ser heraldos de la fijación de sentidos, de propiedad, de la presunción de estabilizar las relaciones. Tanto la apropiación como la desapropiación, en su ejecución, actualizan las relaciones de las materialidades. La apropiación desplaza a través de la reducción, de la regulación de las relaciones y su esterilización. Por ello argumentábamos del Cuaderno Nielo como una actualización de la fijeza y nada más. De igual forma vemos que los desplazamientos forzados en Jerez, para la distribución de mercancías, son una forma de apropiación: desplazan materialidades, dejan marcas de la regulación por medio escrituras que dan cuenta de la fragmentación y desvinculación de sociabilidades otrora situadas. Apropiar es maniatar agencias, reducir sus posibilidades. La lógica empresarial de los cárteles que desplazaron comunidades enteras en Jerez conduce a que su apropiación siga operando bajo una idea de autoría como propiedad. Al igual que el autor individuado y propietario, los desplazamientos que apropian funcionan como estabilizadores de significado a través escrituras impositivas e instituyentes. En la autoría del propietario, la autoría se establece como autoridad. Por lo tanto, el solo intento de protección de lo diverso, de lo no instituido, es ya una forma de responsabilidad. Las autorías escriturales posthumanas tienen que perseguir la vinculación que parece erosionar la apropiación. En vez de aspirar al control y la propiedad sobre lo otro, las autorías escriturales deberían insistir en la relación misma, en la conformación de redes en la medida en que en ellas se da la coexistencia.
La desapropiación permite escrituras y autorías heterogéneas y diversas que rehúyen de las pretensiones de universalidad. No obstante, la desapropiación no debería suponer tampoco la falta de propiedad. Hacerse responsable también es proteger en la medida de lo posible. El alto nivel de homogeneización digital que recorre a las autorías posthumanas, en su distribución, hace que la responsabilidad tenga que ocuparse de nuestros modos de leer, circular, difundir, ocultar, publicar y cuidar nuestras escrituras y la oportunidad de constituirse desde la diversidad, de modo que ésta sea ruta para emplazamientos situados. Así, la autoría como responsabilidad radica en la protección de lo diverso y en la promesa de su constante actualización por medio de su movilidad. Es verdad que las autorías escriturales posthumanas podrían tenerse como se tiene un amigo y tener un amigo es responder por él, cuidar de él; pero también es dejarse cuidar, dejarse afectar y dejarse orientar por él.
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