"Raros peinados nuevos": Subcultura y política en la construcción del rock nacional

Introducción

“Me gustan esos raros peinados nuevos…”: con esta declaración de 1984, el gran rockero argentino Charly García encapsuló un fenómeno que había comenzado dos años antes: el auge del rock nacional. Más que un estilo musical, el rock nacional que surgió en la Argentina de los 80 cubría un campo cultural amplio. Musicalmente, los “raros peinados nuevos” constaban de una serie de estilos nuevos bien distintos entre sí, como el punk, el new wave y el metal. Sin embargo, lo que diferenciaba el rock nacional de otros movimientos musicales consistía no sólo en encajar muchos estilos bajo un mismo término, sino en los significados que este término logró fuera del campo exclusivamente musical. Además de un brote de bandas y grabaciones, el auge del rock nacional en los 80 trajo una explosión de recitales, revistas, remeras y, claro, raros peinados nuevos. Es decir, el término rock nacional a partir de los 80 indicaba no una música determinada, sino una nueva subcultura en la sociedad.

 

El auge argentino ocurrió en un momento cuando la música rock en general cobraba más fuerza en las industrias culturales. Durante la década de los 80, la música experimentó un crecimiento impar comparado con otros consumos culturales. En el caso argentino, esto significaba que el rock nacional tenía un público que no existía para la literatura y el cine en ese momento. Este crecimiento a su vez estaba relacionado con una musicalización de la vida que se imponía en esta época, gracias a nuevas tecnologías que posibilitaban una experiencia más personal y cotidiana de la música. Dentro de este contexto histórico y sociológico, es importante estudiar el rock nacional de los 80, que no era un fenómeno solamente argentino, sino que se extendió a muchos países latinoamericanos gracias a la influencia argentina. Según George Yúdice en su estudio de la industria de la música en la América Latina, el rock es “más popular en Argentina que en cualquier otro país latinoamericano” (127). Esta popularidad se puede rastrear hasta los años 80, cuando la Guerra de las Malvinas y el regreso de la democracia en la Argentina produjeron una apertura cultural en el país que fue aprovechada por el rock.

 

Aunque el “rock nacional” data de los 80, la música rock tiene una historia más larga en la Argentina. Estilo nacido en los Estados Unidos a principios de los años 50, llegó a la Argentina a mediados de esa década como parte del fervor mundial por la nueva música. En ese entonces se trataba de una traducción local del estilo estadounidense, con los grupos argentinos haciendo interpretaciones de los éxitos internacionales. Mejor dicho, fue una no-traducción, porque estos grupos incluso cantaban en inglés y nunca alcanzaron una música propiamente argentina.

 

El rock como música argentina empezaba a surgir a fines de los 60 con un grupo de jóvenes metidos en la contracultura. Sin embargo, hablar de un surgimiento del rock resulta algo paradójico, por ser el rock en este momento un fenómeno muy underground, hecho ilustrado en el nombre de uno de sus lugares de encuentro principales: La Cueva. Si la música todavía mantenía vínculos con el rock internacional de The Beatles, esta época no obstante marcó el comienzo de un estilo más “nacional” del rock. Se componían canciones con letras de sesgo local y sobre todo, en castellano. También en este momento se armaba una cultura alrededor de la música, con pelo largo y revistas especializadas además de los lugares comunales como La Cueva. Era una contracultura basada en un público pequeño reuniéndose en recitales, porque carecía de integración con la industria discográfica en esta época. Según Pablo Alabarces en su tratado sobre el rock nacional, éste se distinguía en sus principios por ser “radicalmente distint[o] de los mecanismos comerciales de producción musical” (44). Durante la primera mitad de los 70, el rock argentino siguió evolucionando y derivando en diferentes estilos musicales como el folklore y el rock pesado. A la vez, cobró fuerza como movimiento que, por underground que fuera, contaba con la identificación de jóvenes entregados e iba a un público cada vez mayor.

 

El comienzo de la dictadura militar en 1976 trajo un bajón para la naciente contracultura rock del país. Tanto los músicos como su público fueron sujetos a la represión, con letras pasando por las tijeras de la censura y detenciones de los chicos con pelo largo en los recitales. Los grandes recitales tuvieron que acabarse por algunos años y muchos de los músicos mismos eligieron exiliarse. El gobierno militar se veía amenazado por el rock en su proyecto de consolidar una cultura occidental, cristiana y homogénea en el país; según Sergio Pujol, el rock “demostró tener una fuerza aglutinante superior a la de cualquier otra, tal vez porque seguía siendo sinónimo de identidad joven” (196). Esta “fuerza aglutinante” hizo que, a pesar de la represión, durante la dictadura el rock cobrara fuerza como movimiento de identificación cultural y generacional. Sin embargo, las políticas del gobierno hacia la música y su público tuvieron el efecto de hacer esta cultura incipiente encerrarse en sí misma, sin incursiones en la sociedad argentina en su totalidad.

 

A principios de los años 80, las políticas de la dictadura daban una apertura para que el rock se convirtiera en un movimiento masivo en la Argentina de esa década. Por un lado, la política económica del gobierno abrió el país a productos extranjeros—incluidos discos—que a su vez permitían la llegada de nuevas olas musicales, como el punk y el new wave. Éstas se difundían a través del rock argentino, promoviendo una heterogeneidad de sonidos. Por otro lado, la Guerra de las Malvinas y subsiguiente prohibición de pasar por la radio temas en inglés dieron el empuje final hacia una aceptación más amplia del rock argentino, el cual ahora se empezaba a conocer como el rock nacional. Por lo tanto, cuando la dictadura terminó en 1983, el rock nacional ya tenía las pistas—diversos subgéneros y una creciente masividad—para armar en los años siguientes una cultura que permitiera una identificación aun más fuerte de la lograda por épocas anteriores del rock en el país.

 

El momento clave de la historia del rock nacional fue la Guerra de las Malvinas, desarrollada entre 2 de abril y 14 de junio de 1982. Dentro del contexto de la peor dictadura de la historia argentina (1976-1983), las Malvinas marcaron un momento de cambio, cuando la dictadura empezó a debilitarse y la sociedad argentina experimentaba una repolitización. El rock alimentaba esta politización, saliendo de su solipsismo en la contracultura y llegando a formar parte de la nueva coyuntura política. Así se convirtió en un actor principal dentro de un conjunto de cambios que eventualmente llevaban a la democratización de la sociedad.

 

Las Malvinas dieron una apertura a la cultura argentina tanto al nivel musical como político. Apoyada inicialmente por parte del público, la guerra rápidamente se convirtió en un fracaso total para la dictadura militar, con centenares de jóvenes mal entrenados muriendo contra las fuerzas mayores y mejor equipadas de Gran Bretaña. Lo que había sido un intento de salvar un gobierno ya desmoronándose en la opinión pública terminó siendo el último clavo en su ataúd. El país empezó a criticar más abiertamente a la dictadura; el General Galtieri, a caro del gobierno y quien inició la guerra, tuvo que renunciar su puesto; con el gobierno militar totalmente desprestigiado, su sucesor el General Bignone tuvo que convocar las elecciones para octubre de 1983. En éstas ganó el candidato radical Raúl Alfonsín, apoyado por muchos que no eran de su partido y por un público movilizado en términos políticos.

 

Las Malvinas habrían tenido un impacto sobre el rock nacional sin otro motivo que el haber dado término a la dictadura que aterrorizaba y clausuraba el país desde 1976. No obstante, esta guerra tendría una resonancia aún más específica para la música rock. En breve, le abrió al rock argentino un camino directo al gusto público más amplio que lo que la música se había difundido antes. Esta apertura se llevó a cabo a través de tres factores entrelazados: la radiodifusión, los recitales masivos y la aparición del rock en la televisión. Estos elementos hicieron que el rock nacional enganchara al público argentino.

 

La Guerra de las Malvinas fue un conflicto con Inglaterra, una de las cunas más influyentes en la música rock internacional, cuyas bandas se pasaban regularmente en las radios argentinas. Por lo tanto, este conflicto militar implicaba otro enfrentamiento: por un lado el nacionalismo argentino, ahora con toda su fuerza volcada contra Inglaterra, y por otro los gustos populares, tan fuertes que cuando el grupo Queen tocó en un recital masivo de 1981 un periodista bromeó, “if Freddie Mercury told them to shave their heads, they’d do it” (Henke). No obstante, el nacionalismo venció, debido a los esfuerzos tanto del gobierno como del público mismo. En el lado gobernante, los interventores de la radio prohibieron que los programas pasaran temas en inglés. El público, gracias a su apoyo inicial de “un acto de soberanía” (Lee), como denomina a la guerra un excombatiente, también dio la espalda a toda canción en inglés y llamaba a los programas para que no las pasaran. De repente las radios se encontraban sin material para pasar. ¿Su solución para llenar el vacío sónico? El rock nacional que se había gestado en el underground argentino durante años.

 

La prohibición de temas en inglés desencadenó una serie de hechos claves en promover la popularidad masiva del rock argentino. En sus primeras décadas el rock nacional había sido un movimiento basado mucho más en el recital que en la grabación, consecuencia de su rechazo general por la industria discográfica del país. Cuando las radios recurrían al rock argentino no dieron con mucho material, lo cual creó una demanda en la industria que ahora recibía al rock nacional con los brazos abiertos. Fue el empuje que necesitaba la música para cambiar su economía política a un modelo más rentable. Las radios pidieron nuevo material a las compañías grabadoras; este material se vendía de acuerdo con “la ley mágica del ‘escúchelo y cómprelo’” (Guerrero 22); generaba así una demanda de más material grabado. Así se produjo “una relocalización del género en el mercado” (Alabarces 84), abriendo una problemática en torno al eje comercial-no comercial que había caracterizado la música. Escuchar al rock nacional en la radio durante las Malvinas equivalía a fortalecer el poder económico de esta música, que a lo largo de los 80 sería, según Eduardo Berti, “uno de los pocos espacios rentables en un país en crisis” (75).

 

Esta rentabilidad del rock nacional refleja cambios en la industria musical y el rol cultural de la música ocurridos en los 80. Según George Yúdice, la industria mundial de la música entre 1981 y 1992 duplicó su valor en millones de dólares (115), crecimiento impar comparado con las otras industrias culturales. Es decir, en los 80 la música sobrepasa a la literatura y el cine como el consumo cultural más difundido. Una hipótesis acerca de por qué la industria musical es la que más crece sería que en este momento se producía una musicalización de la vida. Avances tecnológicos como el Walkman de 1979 introducían un nuevo rol para la música en la cultura. Como señala su nombre, uno podía ir caminando—o montado en bicicleta, o sentado en el transporte público—a todos lados con su música, experiencia posibilitada por primera vez por esta nueva tecnología portátil. Este aparato revolucionó los hábitos de escuchar música, principalmente al convertirla en una actividad disponible en cualquier momento de la vida. A la vez, creció el mercado al generar una necesidad de más álbumes reproducibles en casete. El rockero Luis Alberto Spinetta iluminó la situación en una letra de 1983, “Resumen porteño”: “Ricky se va…par de pilas nuevas para el walkman / y un boleto en micro hacia Río / y un casete de días, y días y días”. Esta nueva cotidianidad de la música se puede entender dentro del contexto de lo que Zygmunt Bauman define como la “modernidad líquida”. La música se convertía en una experiencia fluida, no constreñida a espacios particulares como el recital o el tocadiscos en la sala de la casa.

 

En la Argentina, este fenómeno de la musicalización de la vida convergía con el fenómeno del rock nacional promovido por las Malvinas, lo cual nutría la expansión y difusión masiva del rock nacional. Esta convergencia propiciaba la creación de una cultura comercial alrededor del rock nacional, con un aumento grande en ventas, grabaciones, recitales y revistas. Según Eduardo Berti, después de las Malvinas, “los intérpretes compositores de rock fueron protagonistas de hazañas comerciales que antes parecían imposibles” (70), en cuestiones como regalías, cachets, tiradas de discos y convocatorias a recitales. El público que existía para el rock nacional en este momento, debido al acceso de la música a las redes de difusión y su nuevo enganche con la industria, atraía inversiones de las grandes empresas discográficas trasnacionales. Esta situación produjo una nueva dinámica con importantes repercusiones para las bandas que irían definiendo al rock nacional: los sellos majors versus los sellos indies. Los majors se enfocaban en la promoción masiva de un artista, mientras que los indies se empeñaban más en la búsqueda y cultivación de nuevos talentos (Yúdice 117). Esta dinámica, que ofrecía opciones a las bandas, alimentaba tanto la masividad del rock nacional como su variedad musical.

 

Además de la radio, el rock argentino fue introducido a una audiencia masiva por la conjunción de un festival y un canal de la televisión durante la Guerra de las Malvinas. El Festival de la Solidaridad Latinoamericana aconteció el 16 de mayo de 1982, con el propósito de exigir paz en las Malvinas y recoger recursos para los combatientes. Convocó a 60 mil jóvenes, y muchos más lo vieron en el canal 9 de la televisión, donde fue transmitido. El Festival se situó en una serie de recitales grandes que empezaron de nuevo en el país después de una pausa durante los años más represivos de la dictadura. Aunque este festival no marcó un hecho completamente inédito para el rock nacional, que apareciera en la televisión sí fue sorprendente. En el contexto de la guerra fracasada, los recitales cobraron una nueva fuerza desafiante a la dictadura que antes los había reprimido. Sergio Pujol explica esta politización como una evolución de los recitales, de espacios “para poner el mundo entre paréntesis” (208) hasta vías de expresar la energía pública y desafiar al control militar. Esta politización del rock es importante, porque lleva a la evolución del rock argentino desde un movimiento con cierto encerramiento en sí mismo hasta un fenómeno masivo—nacional—que podía pertenecer a un sector más amplio de la sociedad.

 

Este tipo de pertenencia, parte de un proceso de identificación, es importante para entender el rock nacional y su lugar en la cultura argentina de los 80. La cultura es un espacio dinámico de negociación y la identidad es una dinámica de pertenencia que se construye en la medida en que se actúa. Lejos de ser un conjunto de rasgos fijos, la identidad en cuanto al rock nacional es un concepto dinámico, especialmente en este momento de la modernidad líquida señalada por Bauman, donde todo se vuelve más fluido. En las teorías de Alejandro Grimson sobre las identidades culturales, lo cultural significa las prácticas, creencias y significados rutinarios y sedimentados, mientras que lo identitario es los sentimientos de pertenencia a un colectivo. En la cultura uno tiene una serie de prácticas y significados, a través de las cuales se consigue una identidad. Sin embargo, en los 80 estas identidades podían ser difusas, o sea identidades líquidas, no permanentes. El rock adoptó una naturaleza más líquida en este momento, con muchas bandas que aparecían con grabaciones en los 80 y después se desvanecieron para dar paso a otros grupos de duración corta.

 

A partir de las Malvinas el rock nacional estaba transformándose en una nueva subcultura, que tenía valores y prácticas culturales diferentes del resto de la sociedad. Así permitía la identificación con esa cultura, pero otra vez la identificación no permanente donde uno podía entrar y salir fácilmente. Esta fluidez de identidad se debía en parte a la musicalización de la vida, que democratizaba la cultura rock por hacerla más cotidiana. Como explica Grimson, “la identificación es siempre una definición de los actores sociales” (185), hecho especialmente verdadero en cuanto al rock y su público. Identificarse con el rock nacional, en este momento, no significaba formar parte de una contracultura. Además, los variados subgéneros que proliferaban dentro del rock nacional en los 80 proporcionaban valores y prácticas aún más específicas para que uno pudiera definirse con cierta identidad. La subcultura del rock llegó a interrelacionarse con la cultura argentina más amplia, hecho ilustrado en los suplementos sobre el rock que empezaban a aparecer en los diarios. Además de revistas especializadas, medios más generales como los diarios Clarín y Página 12 creaban espacios entre sus páginas para el rock nacional, dándole una difusión cultural mayor. Con esta difusión por la radio, la televisión y la prensa, el rock nacional ofrecía la oportunidad de identificación a un público mucho más grande que el de épocas anteriores. Y si bien era una subcultura con sus propias prácticas y creencias, también cobraba características de la cultura masiva.

 

Toda esta construcción de una subcultura de rock y una identidad del rock nacional ocurría dentro de un incipiente proceso de globalización en la Argentina. Relacionada con la política neoliberal iniciada durante la dictadura, el rock nacional funcionaba como un nexo de la globalización. La música rock en los 80 circulaba entre distintas partes del mundo con un flujo de ritmos, ideas y modas, permitiendo interpelar a la juventud. La nueva tecnología de la época permitía comunicación de gran alcance, y en la Argentina esto dejó que la comunidad nacional se enterara y se apropiara de nuevos fenómenos extranjeros en el rock. Como señala Carlos Juan Moneta en un trabajo sobre identidades culturales, los procesos de globalización siempre oponen la heterogeneidad a la homogeneización y actúan en ambas direcciones (21-22). A pesar de ser una música global en ese momento, la Argentina la transformaba en una música nacional, como expresa su nombre. Aunque compartía modos de la globalización, el entorno cultural politizado promovía lo local sobre lo global sin tanta tensión destacada. Además, gracias a su acercamiento con la industria musical el rock nacional se podía exportar a otros países latinoamericanos. Según Berti, “El rock hecho en Argentina fue uno de los productos de exportación no tradicional que más creció entre 1983 y 1987” (80). Esta exportación promovía el desarrollo de subculturas de rock en otros países del continente a lo largo de los 80.

 

Todos estos procesos sociológicos—la globalización, la identificación, la musicalización de la vida—son claves para entender por qué, a partir de la Guerra de las Malvinas, el rock nacional surgió bajo este nombre en este momento en la Argentina. La explosión del rock nacional aconteció en varios sentidos. Ventas, grabaciones y debuts subieron rápidamente; las fronteras del género se ensancharon para comprender una gran variedad de estilos y artistas; hasta las tapas de revistas proclamando la llegada del rock nacional se propagaron por todo el hemisferio. Finalmente el rock emergió del underground para constituir su propia subcultura dentro de la cultura popular masiva.

 

En su artículo de julio de 1982, “Si al rock le llegó su hora, que no le pase el cuarto”, la periodista y crítica del rock nacional Gloria Guerrero comentó la extrañeza del nuevo fenómeno del rock argentino. Era rarísimo que su padre pudiera escuchar “por FM unos sonidos alteradores del sistema nervioso berreados en castellano” y que éstos se llamaran “canciones del rock nacional” (23). Incluso en ese momento se reconocía que las condiciones eran “altamente provechosas para el surgimiento de un verdadero movimiento de música nacional contemporánea” (27). Charly García, el de los “raros peinados nuevos”, también expresó en una entrevista de septiembre de ese año su alegría con la nueva posición del rock nacional en la sociedad argentina: “Me alegra mucho escuchar rock [argentino] por la radio…. Me parece bárbaro, me despego del tocadiscos” (32). El rock nacional pareció “bárbaro” a muchos argentinos—y otros latinoamericanos—en los 80; no sólo a Charly le gustaban esos raros peinados nuevos

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