Framed Gender Violence: Insights from Latin American Fiction and Film

Hacia el Norte: Las múltiples violencias fronterizas

Como todo análisis visual, el primer paso siempre es entender lo que vemos. La narrativa alrededor de la violencia a grosso modo se enfoca en lo gráfico, lo grotesco, lo intolerable. Esta tendencia es en parte el resultado de una corriente periodística sensacionalista. Las imágenes que captan la atención – las imágenes que venden – son esas imágenes grotescas. En la imagen “Las realidades y otros asuntos” vemos la violencia de forma explícita: un cadáver asesinado en plena calle donde los niños no solo ven, sino casi llegan a tocar la sangre y el cuerpo mismo. De nuevo, una imagen muy llamativa que claramente ilustra la brutalidad y la cotidianidad de la violencia. Sin embargo, es una imagen (o la filosofía de imagen) bastante unidimensionalidad; no vemos el rostro ni la calle, ningún indicio de quién fue la víctima ni el contexto que llevó a su muerte. Visualmente, es solo un muerto más. Contextualmente, el desligamiento de la violencia y los contextos que rodean esa violencia impiden que entendamos las causas de la violencia y, consecuentemente, impiden una acción efectiva para prevenir y amortiguar la violencia. Por eso, más que enfocarnos en el acto violento, es imprescindible entender el “marco” o el contexto específico que produce estas imágenes.

Históricamente la violencia fronteriza se ha considerado sinónimo de la violencia organizada. Según algunos cálculos, de enero de 2006 a mayo de 2021 alrededor de 350,000 personas fueron asesinadas en México en relación al narcotráfico y operaciones gubernamentales relacionadas al narcotráfico y más de 72,000 personas siguen desaparecidas. El narcotráfico es indiscutiblemente uno de los sistemas que impulsa el alto nivel de violencia a lo largo de la frontera, mas sin embargo es una parte de la red sociopolítica que ha causado la situación actual. Por un lado existe esta economía ilícita que parece operar fuera de las instituciones formales, pero por el otro lado tenemos un sistema capitalista que siembra las condiciones sociales necesarias para que crezca esta economía ilícita.
Como bien señala Daniel Ortega en su artículo “Cuidad Juarez: laboratorio del futuro”:

“El régimen laboral de la maquila estableció la atmósfera propicia para la devaluación humana. Trabajador, mujer, joven se hicieron objeto desechable. Nunca la víctima es hija, esposa, hermana, amante de alcalde, legislador, comisario, juez, empresario. Siempre pobres, siempre jóvenes, nunca con poder. ¿Qué hace posible que una tragedia se extienda por veinticinco años? El beneficio que alguien recibe a cambio”.
Es en este choque – el choque entre el crimen organizado, la explotación capitalista y la impunidad gubernamental – que surge la violencia fronteriza.

Estos procesos, sin embargo, no se limitan a la frontera. La explotación y la desigualdad socioeconómica ha caracterizado la economía latinoamericana desde tiempos coloniales y, con el desarrollo del capitalismo y luego el neoliberalismo, esta desigualdad se ha hecho cada vez más marcada. Estos sistemas también han causado altos niveles de violencia. En el caso de Guatemala el genocidio maya se debio en parte a los intereses materiales del gobierno Estadounidense y los inversionistas que representaban; este patron se repite a lo largo del continente desde los años 60s hasta los años 90. Es este proceso de explotación y violencia que ha producido un flujo constante de migrantes hacia la frontera con los Estados Unidos. Llegando a la frontera, sin embargo, se vuelven otra comunidad marginalizada que puede ser explotada con impunidad. Extorsiones, violaciones, asesinatos, desapariciones. Un ciclo de violencia que se sigue reproduciendo y propagando con tal que alguien saque una ganancia.

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