Performance, política y protesta
Performance, política y protesta
Marcela A. Fuentes, Northwestern University
En tanto comportamiento estructurado, performance convoca siempre a considerar las políticas que tienen que ver con el cuerpo. Emplear performance como un lente analítico para estudiar el comportamiento cotidiano permite ver los modos en que se producen y se cuestionan diferentes nociones de corporalidad: desde las prácticas y regulaciones que configuran las formaciones raciales hasta los guiones normativos que estructuran las performances diarias de género y sexualidad, y desde las elaboradas presentaciones de figuras políticas hasta las igualmente elaboradas e igualmente impredecibles manifestaciones populares. La relación entre performance y política abarca un amplio rango de comportamientos, sujetos y agentes que va desde cuerpos individuales hasta los cuerpos de la protesta.
Como comenta Diana Taylor en su intervención en este libro, performance es un concepto que incluye tanto protocolos normativos como actos de rebeldía. Ambas concepciones de performance pueden estar presentes en el mismo acontecimiento: en una marcha podemos interferir estructuras de poder y simultáneamente respetar al pie de la letra las normas de género establecidas dentro del binario masculino/femenino.
El activismo contemporáneo, tanto en su versión “en vivo” como en la web, muestra la estrecha relación que existe entre la estética y la política. Aunque históricamente ha habido numerosos ejemplos de usos tácticos del cuerpo dentro de acontecimientos de desobediencia civil y de denuncia—por ejemplo, las masivas sentadas pacíficas de Gandhi, la negativa de Rosa Parks a obedecer reglas segregacionistas y las rondas de las madres de los desaparecidos en Argentina y en otros países—las protestas contemporáneas recurren con frecuencia al uso de elementos simbólicos y utilizan el cuerpo para comunicar consignas más allá de barreras geográficas e idiomáticas. Ubicados en la sociedad del espectáculo, los manifestantes ponen en práctica una amplia gama de estilos comunicativos y técnicas de movilización que incluyen usos estratégicos de acciones corporales. Movimientos progresistas, así como grupos conservadores, se apropian de prácticas, tales como los cacerolazos y las asambleas o “consultas” que nacieron en Latinoamérica. En algunos casos, como dentro del movimiento Occupy Wall Street o en contextos migratorios, el hecho de utilizar una táctica específica de protesta crea continuidad histórica y afinidad ideológica entre grupos, más allá de fronteras físicas.
Este “alfabetismo performático” demuestra el modo en que los activistas contemporáneos se basan en repertorios de protesta anteriores y los expanden. Cada vez con mayor frecuencia somos testigos y participamos de actos de protesta y solidaridad tanto locales como globales. Estos actos implican configuraciones visuales, sonoras y de comportamiento que los manifestantes consideran eficaces a la hora de hacer reclamos, recuperar espacios y denunciar condiciones abusivas. Por ejemplo, en el año 2011 en Chile los estudiantes bailaron "Thriller" de Michael Jackson (hoy ya un clásico de coreografía de flash mobs) para protestar contra la política educativa del Estado chileno. Los zombies de Michael Jackson constituyeron la clara expresión de los efectos corporales de la postura neoliberal del gobierno hacia la educación: esos muertos-vivos dieron cuenta de cómo la política educacional del gobierno extrae toda la energía vital de quienes de otra manera serían seres joviales y llenos de vida. De modo similar, para oponerse a los inminentes aumentos de la matrícula, en Canadá los estudiantes retomaron una práctica surgida en los años setenta en Chile que consiste en golpear cacerolas como modo de protesta. Ambos grupos de estudiantes, chilenos y canadienses, consideraron que estas acciones coreografiadas eran herramientas efectivas para concitar la atención nacional e internacional y para presionar al gobierno hacia un resultado favorable. Ambas performances, la coreografía de flash mob y el cacerolazo, son métodos para amplificar el alcance y el tono de las protestas locales. Ambas pueden ser eventualmente repetidas en otras partes del mundo, creando así redes de empatía y puntos nodales dentro de un movimiento social más amplio contra el neoliberalismo y el neoconservadurismo.
Esta reproducción de protestas performáticas no ocurre únicamente en sincronía espacio-temporal. A la vez que las protestas antes mencionadas tienen lugar en situ, en espacios públicos hacia los que convergen los manifestantes, éstas también viajan y de este modo se posibilita que se sumen a ellas activistas de todo el mundo. Además de distribuir información y aprobar (“Me gusta”) videos de YouTube que aparecen en Facebook, activistas y manifestantes llevan a cabo cacerolazos como tal (o casi) en Internet. Aquellos que apoyan las causas relacionadas con la aparición de las cacerolas en el espacio público se encuentran en Twitter a través del signo # (hashtag o marcador) o a través de etiquetas (tags) que circulan en otros medios sociales. Esta sería la versión digital de lo que en la protesta callejera se consigue golpeando las cacerolas. A través de estos medios y prácticas de la cultura digital, la protesta se hace notar y puede seguirse tal como sucede en la calle con la emergencia del ruido de las cacerolas. Los manifestantes que golpean cacerolas en la calle se agrupan en la red poniendo en Twitter #cacerolazo (o #casserole en el mundo sajón y francoparlante) y así demuestran cómo se genera hoy la convergencia en diferentes espacios y sitios a través de técnicas que incluyen modalidades digitales y en red. Los cacerolazos en Internet muestran que hoy la cultura digital forma parte integral de los actos de protesta. Los manifestantes contemporáneos encuentran maneras de conectar lo en vivo y lo diferido, lo en situ y lo mediatizado, al transmitir eventos en tiempo real, compartir documentación de marchas o exhibiendo carteles con información sobre medios sociales donde se puede continuar una vez que la protesta haya concluido. El espacio físico y la esfera digital están íntimamente relacionados y se alimentan entre sí.
Las protestas contemporáneas, con su desarrollo en múltiples sitios, presentan un desafío para quienes las estudian ya que nos obligan a repensar nuestras nociones de lo corporal más allá del cuerpo biológico, así como nociones de performance y localización, complicando concepciones anteriores de performance y especificidad de lugar (site-specificity). Las performances en la web expanden las maneras en que performance se redefine como un evento corporalizado, en vivo y en situ que critica e interviene el capitalismo digital transnacional.
Las protestas performáticas también plantean la cuestión del valor y la eficacia de los acontecimientos simbólicos corporales (embodied) en línea y en espacios físicos. Estudiosos de distintas disciplinas emplean performance como lente analítico que permite ampliar los parámetros a utilizar para medir el rol e impacto del comportamiento simbólico en relación con el cambio social. Tomar en serio las protestas performáticas, aun cuando sus resultados a largo plazo sean difíciles de discernir de modo inmediato, nos permite explorar subjetividades políticas contemporáneas (no todas necesariamente progresistas) y los modos en que la relación entre la acción humana y la política se redefinen en contextos poscoloniales, neoliberales y neoconservadores en los que coexisten sistemas históricos y legados de opresión y resistencia.
Este libro en plataforma Scalar trata un amplio rango de estudios de caso, problemáticas e historias que tienen que ver con la relación entre performance y política en un sentido general y con protestas estructuradas o actos de disidencia en particular. En las entrevistas, académicos y artistas discuten temas relacionados con performance y política en el contexto de la guerra con Iraq post 11S (Schechner y Pellegrini), en relación con la violencia de género en México (Reguillo), vinculados con la cultura indígena en México (Serna) y en Chile (Falabella), con las protestas estudiantiles en Chile (Eltit), en el marco de las históricas intervenciones realizadas por ACT UP (Browning) y en el caso de performances realizadas por artistas que rechazan la vigilancia normativa del género y la sexualidad (Case), entre otros ejemplos.
En sus intervenciones, estudiosos provenientes de distintas disciplinas y metodologías reflexionan sobre la política de performance en distintos contextos y perspectivas. Se discute la importancia de la performance como acontecimiento particular dentro de los movimientos sociales y el activismo, así como la relevancia social de performance como lente crítico. Para estudiar comportamientos y acontecimientos como performance, los investigadores se sirven de metodologías de análisis del teatro, la danza, la antropología, y de la cultura visual y digital. Estas metodologías interdisciplinarias sirven, por ejemplo, para estudiar el papel que cumplen fenómenos como la simulación, la teatralidad y la performatividad en los actos de protesta.
En su entrevista, la académica mexicana Rossana Reguillo trae a colación un concepto proveniente de los estudios de la comunicación: el concepto de “acción dramatúrgica” de Jürgen Habermas. Reguillo considera que este concepto de mediados de los años ochenta es el precursor del interés actual por las dimensiones estéticas de lo político (un enfoque que actualmente en el contexto de las ciencias sociales se ha llamado “giro performativo”). Según Reguillo, en Habermas “la acción dramatúrgica” refiere a aquellos actos performativos que tienen el objetivo de producir efectos políticos. Reguillo caracteriza la atención analítica puesta en el vínculo entre las dimensiones estéticas y políticas que se da en las protestas públicas como un esfuerzo por comprender la movilización social “a través de la descomposición o deconstrucción de sus componentes estéticos, éticos, el uso del leguaje, el uso del cuerpo”. A pesar de que los estudios de performance no se han consolidado como campo en Latinoamérica, para Reguillo estos aportan las metodologías necesarias para restituir complejidad al estudio de las acciones que se emplean dentro de acontecimientos políticos masivos para concientizar y generar cambio social. Las metodologías que son parte de los llamados estudios de performance proveen las herramientas analíticas necesarias para evitar un tratamiento superficial del rol de la estética en la cultura o una estetización superficial de la cultura y así enfocarnos en las implicaciones y efectos políticos que se generan a través del uso de elementos estéticos. Reguillo conceptualiza la dimensión performativa de los actos políticos como las “lenguas otras, los lenguajes otros”. Sin perder el foco en los objetivos y mensajes que transmiten los movimientos sociales, Reguillo se interesa por sus tácticas, por su “capacidad de reírse del poder” y su capacidad imaginativa. Reguillo considera que performance es un término útil para caracterizar estas operaciones y para observar cómo se constituye ese mundo que acecha y complica aproximaciones tradicionales provenientes de las ciencias sociales.
A partir de su trabajo sobre minorías perseguidas y cuerpos abyectos, Patrick Anderson, estudioso estadounidense de performance y estudios de la comunicación, y Soledad Falabella, académica de performance, literatura y cultura indígena en Chile, asocian performance y política a la cuestión de la ética. Aunque estos académicos reconocen la utilidad de performance para cambiar dinámicas de poder, enfatizan la importancia del seguimiento sostenido de las comunidades que estudian (Anderson) así como la importancia de focalizarnos en aquellos cuerpos que se consideran abyectos (Falabella). Esto implica interesarnos no solamente por aquello que emerge a través de performance sino también atender aquellos momentos y seres ubicados fuera de escena. Estos académicos enfatizan la importancia de performance como una herramienta de empoderamiento, así como la importancia de performance como un marco que obliga a prestar atención a lo que no se da como acontecimiento performático a priori. En ese sentido, Anderson, quien estudia huelgas de hambre y otras performances extremas, afirma que “performance no es solamente una alegoría para analizar las huelgas carcelarias, sino que requiere que pongamos atención en los modos en que la investigación académica afecta las escenas que estamos analizando”. Como lente analítico que se focaliza en la política del comportamiento, performance obliga a los académicos a reflexionar sobre su práctica misma en tanto performance de poder/saber, y los desafía a que asuman su responsabilidad en los resultados de las investigaciones y en los discursos acerca de las performances y los performers que se estudian. De manera similar, Falabella reconoce performance como un objeto de estudio y como un lente a través del cual analizar las constituciones materiales y subjetivas del espacio público en tanto espacio político. Desde su perspectiva latinoamericana, Falabella advierte sobre la manera en que ciertos “cuerpos abyectos” aún no han tenido acceso al espacio público como espacio de constitución política y permanecen categorizados como “infrahumanos”.
Por su parte, la artista e intelectual chilena Diamela Eltit comparte dos abordajes de performance. El primero, como artista que ha producido “actos estéticos” poniendo el cuerpo en escena en espacios cuya función es política. Eltit fue miembro de CADA (Colectivo de Acciones de Arte), un grupo que llevó a cabo performances en distintos sitios artísticos y no-artísticos, en su mayor parte durante la dictadura de Augusto Pinochet. La primera aproximación de Eltit hacia performance es entonces como realizadora de performances que enfatizaron la relevancia social del arte al interpelar a funcionarios en el poder así como al mercado del arte. La segunda aproximación a performance que Eltit comenta en su entrevista tiene que ver con su análisis del uso y los efectos de performance durante las protestas estudiantiles del 2011 en adelante. A partir de una concepción expandida de performance (que ve la vida como performance más allá de lo que es en sí una o un performance), Eltit analiza el rol central que jugó la performance en el apoyo que obtuvo el movimiento estudiantil chileno. De manera contraria a como los movimientos sociales se caracterizan generalmente por su constitución homogénea, Eltit ubica la eficacia del movimiento estudiantil en sus múltiples puntos focales: los estudiantes formaron pequeños colectivos para manifestarse, para autorrepresentarse dentro de un movimiento mayor que, de ese modo, pasó a tener “focos de autorepresentación”. Para Eltit, la performance constituyó un elemento vital que usaron los estudiantes para representar sus demandas y sus declaraciones políticas de un modo que fuera fácil de comprender. Las protestas estudiantiles utilizaron elementos carnavalescos e incluyeron materiales y acontecimientos que se consideran “light” (especialmente en relación con la cultura latinoamericana de protesta y disidencia) tales como globos, kiss-ins (acciones masivas de besarse), y eventos a gran escala que incluyeron la casa de gobierno (los estudiantes corrieron alrededor de La Moneda, resguardándola simbólicamente, cuestionándola, etc.). Para Eltit, estas performances transmitieron un sentido de seguridad ya que se trató de confrontaciones no violentas. Las performances de los estudiantes dieron forma a lo que Eltit caracteriza como “la buena onda” del movimiento y esto funcionó de manera táctica ya que padres y otros sectores sociales expresaron su simpatía con el movimiento y se vieron representados en sus demandas a pesar de que inicialmente las protestas sólo se centraron en el tema del presupuesto para la educación. Estas performances y los discursos de líderes estudiantiles como Camila Vallejo revelaron de múltiples maneras las ideologías en las que se basa la administración gubernamental de la educación que trata como un negocio lo que los estudiantes consideran un bien social.
Estos ejemplos de usos de performance como comportamiento estructurado y como lente analítico muestran la riqueza de un concepto, una práctica y un abordaje interdisciplinario que se focaliza en los modos en que la estética y la política se interrelacionan y potencian. Las conversaciones y los puntos centrales en los que me he detenido aquí son sólo algunas de las problemáticas políticas que abre el uso de performance. En este libro Scalar pueden encontrar muchos otros, incluyendo la política de la cultura y de la historia oral, la política de la pedagogía, de la fe y el cuerpo, y de la historiografía, así como diálogos hemisféricos sobre los estudios de performance y la (discutida) constitución de un campo académico y epistémico que tiene una multiplicidad de orígenes, redescubrimientos y futuros.
Como comenta Diana Taylor en su intervención en este libro, performance es un concepto que incluye tanto protocolos normativos como actos de rebeldía. Ambas concepciones de performance pueden estar presentes en el mismo acontecimiento: en una marcha podemos interferir estructuras de poder y simultáneamente respetar al pie de la letra las normas de género establecidas dentro del binario masculino/femenino.
El activismo contemporáneo, tanto en su versión “en vivo” como en la web, muestra la estrecha relación que existe entre la estética y la política. Aunque históricamente ha habido numerosos ejemplos de usos tácticos del cuerpo dentro de acontecimientos de desobediencia civil y de denuncia—por ejemplo, las masivas sentadas pacíficas de Gandhi, la negativa de Rosa Parks a obedecer reglas segregacionistas y las rondas de las madres de los desaparecidos en Argentina y en otros países—las protestas contemporáneas recurren con frecuencia al uso de elementos simbólicos y utilizan el cuerpo para comunicar consignas más allá de barreras geográficas e idiomáticas. Ubicados en la sociedad del espectáculo, los manifestantes ponen en práctica una amplia gama de estilos comunicativos y técnicas de movilización que incluyen usos estratégicos de acciones corporales. Movimientos progresistas, así como grupos conservadores, se apropian de prácticas, tales como los cacerolazos y las asambleas o “consultas” que nacieron en Latinoamérica. En algunos casos, como dentro del movimiento Occupy Wall Street o en contextos migratorios, el hecho de utilizar una táctica específica de protesta crea continuidad histórica y afinidad ideológica entre grupos, más allá de fronteras físicas.
Este “alfabetismo performático” demuestra el modo en que los activistas contemporáneos se basan en repertorios de protesta anteriores y los expanden. Cada vez con mayor frecuencia somos testigos y participamos de actos de protesta y solidaridad tanto locales como globales. Estos actos implican configuraciones visuales, sonoras y de comportamiento que los manifestantes consideran eficaces a la hora de hacer reclamos, recuperar espacios y denunciar condiciones abusivas. Por ejemplo, en el año 2011 en Chile los estudiantes bailaron "Thriller" de Michael Jackson (hoy ya un clásico de coreografía de flash mobs) para protestar contra la política educativa del Estado chileno. Los zombies de Michael Jackson constituyeron la clara expresión de los efectos corporales de la postura neoliberal del gobierno hacia la educación: esos muertos-vivos dieron cuenta de cómo la política educacional del gobierno extrae toda la energía vital de quienes de otra manera serían seres joviales y llenos de vida. De modo similar, para oponerse a los inminentes aumentos de la matrícula, en Canadá los estudiantes retomaron una práctica surgida en los años setenta en Chile que consiste en golpear cacerolas como modo de protesta. Ambos grupos de estudiantes, chilenos y canadienses, consideraron que estas acciones coreografiadas eran herramientas efectivas para concitar la atención nacional e internacional y para presionar al gobierno hacia un resultado favorable. Ambas performances, la coreografía de flash mob y el cacerolazo, son métodos para amplificar el alcance y el tono de las protestas locales. Ambas pueden ser eventualmente repetidas en otras partes del mundo, creando así redes de empatía y puntos nodales dentro de un movimiento social más amplio contra el neoliberalismo y el neoconservadurismo.
Esta reproducción de protestas performáticas no ocurre únicamente en sincronía espacio-temporal. A la vez que las protestas antes mencionadas tienen lugar en situ, en espacios públicos hacia los que convergen los manifestantes, éstas también viajan y de este modo se posibilita que se sumen a ellas activistas de todo el mundo. Además de distribuir información y aprobar (“Me gusta”) videos de YouTube que aparecen en Facebook, activistas y manifestantes llevan a cabo cacerolazos como tal (o casi) en Internet. Aquellos que apoyan las causas relacionadas con la aparición de las cacerolas en el espacio público se encuentran en Twitter a través del signo # (hashtag o marcador) o a través de etiquetas (tags) que circulan en otros medios sociales. Esta sería la versión digital de lo que en la protesta callejera se consigue golpeando las cacerolas. A través de estos medios y prácticas de la cultura digital, la protesta se hace notar y puede seguirse tal como sucede en la calle con la emergencia del ruido de las cacerolas. Los manifestantes que golpean cacerolas en la calle se agrupan en la red poniendo en Twitter #cacerolazo (o #casserole en el mundo sajón y francoparlante) y así demuestran cómo se genera hoy la convergencia en diferentes espacios y sitios a través de técnicas que incluyen modalidades digitales y en red. Los cacerolazos en Internet muestran que hoy la cultura digital forma parte integral de los actos de protesta. Los manifestantes contemporáneos encuentran maneras de conectar lo en vivo y lo diferido, lo en situ y lo mediatizado, al transmitir eventos en tiempo real, compartir documentación de marchas o exhibiendo carteles con información sobre medios sociales donde se puede continuar una vez que la protesta haya concluido. El espacio físico y la esfera digital están íntimamente relacionados y se alimentan entre sí.
Las protestas contemporáneas, con su desarrollo en múltiples sitios, presentan un desafío para quienes las estudian ya que nos obligan a repensar nuestras nociones de lo corporal más allá del cuerpo biológico, así como nociones de performance y localización, complicando concepciones anteriores de performance y especificidad de lugar (site-specificity). Las performances en la web expanden las maneras en que performance se redefine como un evento corporalizado, en vivo y en situ que critica e interviene el capitalismo digital transnacional.
Las protestas performáticas también plantean la cuestión del valor y la eficacia de los acontecimientos simbólicos corporales (embodied) en línea y en espacios físicos. Estudiosos de distintas disciplinas emplean performance como lente analítico que permite ampliar los parámetros a utilizar para medir el rol e impacto del comportamiento simbólico en relación con el cambio social. Tomar en serio las protestas performáticas, aun cuando sus resultados a largo plazo sean difíciles de discernir de modo inmediato, nos permite explorar subjetividades políticas contemporáneas (no todas necesariamente progresistas) y los modos en que la relación entre la acción humana y la política se redefinen en contextos poscoloniales, neoliberales y neoconservadores en los que coexisten sistemas históricos y legados de opresión y resistencia.
Este libro en plataforma Scalar trata un amplio rango de estudios de caso, problemáticas e historias que tienen que ver con la relación entre performance y política en un sentido general y con protestas estructuradas o actos de disidencia en particular. En las entrevistas, académicos y artistas discuten temas relacionados con performance y política en el contexto de la guerra con Iraq post 11S (Schechner y Pellegrini), en relación con la violencia de género en México (Reguillo), vinculados con la cultura indígena en México (Serna) y en Chile (Falabella), con las protestas estudiantiles en Chile (Eltit), en el marco de las históricas intervenciones realizadas por ACT UP (Browning) y en el caso de performances realizadas por artistas que rechazan la vigilancia normativa del género y la sexualidad (Case), entre otros ejemplos.
En sus intervenciones, estudiosos provenientes de distintas disciplinas y metodologías reflexionan sobre la política de performance en distintos contextos y perspectivas. Se discute la importancia de la performance como acontecimiento particular dentro de los movimientos sociales y el activismo, así como la relevancia social de performance como lente crítico. Para estudiar comportamientos y acontecimientos como performance, los investigadores se sirven de metodologías de análisis del teatro, la danza, la antropología, y de la cultura visual y digital. Estas metodologías interdisciplinarias sirven, por ejemplo, para estudiar el papel que cumplen fenómenos como la simulación, la teatralidad y la performatividad en los actos de protesta.
En su entrevista, la académica mexicana Rossana Reguillo trae a colación un concepto proveniente de los estudios de la comunicación: el concepto de “acción dramatúrgica” de Jürgen Habermas. Reguillo considera que este concepto de mediados de los años ochenta es el precursor del interés actual por las dimensiones estéticas de lo político (un enfoque que actualmente en el contexto de las ciencias sociales se ha llamado “giro performativo”). Según Reguillo, en Habermas “la acción dramatúrgica” refiere a aquellos actos performativos que tienen el objetivo de producir efectos políticos. Reguillo caracteriza la atención analítica puesta en el vínculo entre las dimensiones estéticas y políticas que se da en las protestas públicas como un esfuerzo por comprender la movilización social “a través de la descomposición o deconstrucción de sus componentes estéticos, éticos, el uso del leguaje, el uso del cuerpo”. A pesar de que los estudios de performance no se han consolidado como campo en Latinoamérica, para Reguillo estos aportan las metodologías necesarias para restituir complejidad al estudio de las acciones que se emplean dentro de acontecimientos políticos masivos para concientizar y generar cambio social. Las metodologías que son parte de los llamados estudios de performance proveen las herramientas analíticas necesarias para evitar un tratamiento superficial del rol de la estética en la cultura o una estetización superficial de la cultura y así enfocarnos en las implicaciones y efectos políticos que se generan a través del uso de elementos estéticos. Reguillo conceptualiza la dimensión performativa de los actos políticos como las “lenguas otras, los lenguajes otros”. Sin perder el foco en los objetivos y mensajes que transmiten los movimientos sociales, Reguillo se interesa por sus tácticas, por su “capacidad de reírse del poder” y su capacidad imaginativa. Reguillo considera que performance es un término útil para caracterizar estas operaciones y para observar cómo se constituye ese mundo que acecha y complica aproximaciones tradicionales provenientes de las ciencias sociales.
A partir de su trabajo sobre minorías perseguidas y cuerpos abyectos, Patrick Anderson, estudioso estadounidense de performance y estudios de la comunicación, y Soledad Falabella, académica de performance, literatura y cultura indígena en Chile, asocian performance y política a la cuestión de la ética. Aunque estos académicos reconocen la utilidad de performance para cambiar dinámicas de poder, enfatizan la importancia del seguimiento sostenido de las comunidades que estudian (Anderson) así como la importancia de focalizarnos en aquellos cuerpos que se consideran abyectos (Falabella). Esto implica interesarnos no solamente por aquello que emerge a través de performance sino también atender aquellos momentos y seres ubicados fuera de escena. Estos académicos enfatizan la importancia de performance como una herramienta de empoderamiento, así como la importancia de performance como un marco que obliga a prestar atención a lo que no se da como acontecimiento performático a priori. En ese sentido, Anderson, quien estudia huelgas de hambre y otras performances extremas, afirma que “performance no es solamente una alegoría para analizar las huelgas carcelarias, sino que requiere que pongamos atención en los modos en que la investigación académica afecta las escenas que estamos analizando”. Como lente analítico que se focaliza en la política del comportamiento, performance obliga a los académicos a reflexionar sobre su práctica misma en tanto performance de poder/saber, y los desafía a que asuman su responsabilidad en los resultados de las investigaciones y en los discursos acerca de las performances y los performers que se estudian. De manera similar, Falabella reconoce performance como un objeto de estudio y como un lente a través del cual analizar las constituciones materiales y subjetivas del espacio público en tanto espacio político. Desde su perspectiva latinoamericana, Falabella advierte sobre la manera en que ciertos “cuerpos abyectos” aún no han tenido acceso al espacio público como espacio de constitución política y permanecen categorizados como “infrahumanos”.
Por su parte, la artista e intelectual chilena Diamela Eltit comparte dos abordajes de performance. El primero, como artista que ha producido “actos estéticos” poniendo el cuerpo en escena en espacios cuya función es política. Eltit fue miembro de CADA (Colectivo de Acciones de Arte), un grupo que llevó a cabo performances en distintos sitios artísticos y no-artísticos, en su mayor parte durante la dictadura de Augusto Pinochet. La primera aproximación de Eltit hacia performance es entonces como realizadora de performances que enfatizaron la relevancia social del arte al interpelar a funcionarios en el poder así como al mercado del arte. La segunda aproximación a performance que Eltit comenta en su entrevista tiene que ver con su análisis del uso y los efectos de performance durante las protestas estudiantiles del 2011 en adelante. A partir de una concepción expandida de performance (que ve la vida como performance más allá de lo que es en sí una o un performance), Eltit analiza el rol central que jugó la performance en el apoyo que obtuvo el movimiento estudiantil chileno. De manera contraria a como los movimientos sociales se caracterizan generalmente por su constitución homogénea, Eltit ubica la eficacia del movimiento estudiantil en sus múltiples puntos focales: los estudiantes formaron pequeños colectivos para manifestarse, para autorrepresentarse dentro de un movimiento mayor que, de ese modo, pasó a tener “focos de autorepresentación”. Para Eltit, la performance constituyó un elemento vital que usaron los estudiantes para representar sus demandas y sus declaraciones políticas de un modo que fuera fácil de comprender. Las protestas estudiantiles utilizaron elementos carnavalescos e incluyeron materiales y acontecimientos que se consideran “light” (especialmente en relación con la cultura latinoamericana de protesta y disidencia) tales como globos, kiss-ins (acciones masivas de besarse), y eventos a gran escala que incluyeron la casa de gobierno (los estudiantes corrieron alrededor de La Moneda, resguardándola simbólicamente, cuestionándola, etc.). Para Eltit, estas performances transmitieron un sentido de seguridad ya que se trató de confrontaciones no violentas. Las performances de los estudiantes dieron forma a lo que Eltit caracteriza como “la buena onda” del movimiento y esto funcionó de manera táctica ya que padres y otros sectores sociales expresaron su simpatía con el movimiento y se vieron representados en sus demandas a pesar de que inicialmente las protestas sólo se centraron en el tema del presupuesto para la educación. Estas performances y los discursos de líderes estudiantiles como Camila Vallejo revelaron de múltiples maneras las ideologías en las que se basa la administración gubernamental de la educación que trata como un negocio lo que los estudiantes consideran un bien social.
Estos ejemplos de usos de performance como comportamiento estructurado y como lente analítico muestran la riqueza de un concepto, una práctica y un abordaje interdisciplinario que se focaliza en los modos en que la estética y la política se interrelacionan y potencian. Las conversaciones y los puntos centrales en los que me he detenido aquí son sólo algunas de las problemáticas políticas que abre el uso de performance. En este libro Scalar pueden encontrar muchos otros, incluyendo la política de la cultura y de la historia oral, la política de la pedagogía, de la fe y el cuerpo, y de la historiografía, así como diálogos hemisféricos sobre los estudios de performance y la (discutida) constitución de un campo académico y epistémico que tiene una multiplicidad de orígenes, redescubrimientos y futuros.
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