Mesa Grande 49
1 2021-01-24T09:48:27-08:00 Joseph Wiltberger & Carlos Baltazar Flores, coeditors c75d2c28ecf735c18870b54b176b24dd7099201d 38574 1 Resettlement town meeting plain published 2021-01-24T09:48:27-08:00 Refugio y Retorno Joseph Wiltberger 18e3f47e29a835cf09d67bd8516fd45738cef754This page is referenced by:
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2021-01-24T09:48:22-08:00
Maria Dolores Dubón
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published
2022-05-15T16:25:00-07:00
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En esta historia oral, María Dolores Dubón relata sus experiencias al huir de El Salvador durante las operaciones militares a principios de la década de 1980 que resultaron en múltiples masacres de civiles en Chalatenango, El Salvador. Como sobreviviente, describe la violencia que ella y su familia presenciaron mientras se escondían e intentaban escapar de la devastadora violencia en el norte de El Salvador. Describe experiencias durante una operación militar conocida popularmente como la Guinda de Mayo y durante las masacres que tuvieron lugar en el río Sumpul y sus afluentes cuando civiles intentaron llegar a Honduras en busca de refugio. Luego comparte experiencias sobre el regreso de miles de refugiados provenientes de los campos de refugiados de Mesa Grande, Honduras y su reasentamiento en Guarjila, El Salvador. También reflexiona sobre su propia participación en el Frente Farabundo Martí de la Liberación Nacional (FMLN) durante la guerra.Tenga en cuenta que parte del contenido de su historia oral describe situaciones violentas que algunos pueden encontrar molestas.
Mi nombre es María Dolores Dubón. Tengo 42 años. Mis padres eran Tomás Alfaro Rivera y Paula Dubón Menjivar.Cuando inició la guerra, yo tenía como seís o siete años. Yo no sabía que el significado de que era guerra.
Me recuerdo que cuando mataron a mi cuñada, yo tenía como siete u ocho años y mi mamá era una persona muy valiente. Ese día, hubiera sido gran matazón, pero gracias a la inteligencia de mi mama, solo fallecieron seis personas. Entre ellas, cuatro mujeres y dos hombres. Una era Bernardina Serrano, la otra era Juana Castillo, la otra era Julia Castillo, la otra era niña Esperanza Ayala, Mariano Rivera Alfara—tío mío—y Miguel Franco Dubon.
Para mí fue muy difícil, pero a la vez me siento satisfecha y orgullosa porque mi madrecita era una persona muy valiente y muy dedicada a ser una mujer servicial.
Ella, casi a todas las mujeres de ese lugar, era la partera reconocida que tenían. La genta la apreciaba mucho. Ella a las horas de la noche le llegaba a buscar, ella no se negaba. Recibió muchos niños en ese entonces, y yo me siento muy orgullosa de eso.
Porque mi mamá, aparte de eso, fue muy valiente con nosotros en las guindas. Después que nos salíamos de las casas, cargaba las tres niñas huérfanas, porque esa vez, que te estoy contando, quedaron alrededor—no me acuerdo bien—pero quedaron como unos doce niños huérfanos. Entre ellos, mis tres sobrinos: Miriam Dubon Castillo, Elva Dubon Castillo y Lucinda Dubon Castillo.
Mi mama andaba la ropa para cambiar a las mujeres, pero como todas eran familia, se quedó como traumada. Y entre ellas había una embarazada. Es muy doloroso porque me tocó a mí estar con mi mamá de testigo en ese momento. Eran los soldados de Patamera que llegaron como as las siete de la mañana. Nosotros no sabíamos lo que les esperaban esas pobres mujeres. Cuando vieron que mi mamá andaba en todo el lugarcito que se llamaba el Cantón los Dubones, avisando a las mismas familias, entonces ellos avanzaron más para llegar al cantoncito. Pero gracias a eso, que mi mama fue avisarle a todas las familias, se pudieron correr, porque hubiera sido más masacre lo que hubiera habido.
Mi mamá tuvo quince hijos unos… mi hermano mayor, Regino Dubon Alfaro, murió. Lo mataron para la guerra. Mi hermano penúltimo (antes de mi) también lo mataron para la guerra, Alberto Dubon. su propio nombre era Prudencio Dubon.
Para nosotros fue muy triste, muy doloroso, porque cuando veíamos también de que mi madre llevaba la ropa para querer cambiarla, y ya cuando ella vio que todo el laberinto de la pobre señora estaba embarazada, yo como apenas—como les digo, no me recuerdo bien, si ya tenía siete años o seis en ese tiempo—pero la señora niña Esperanza Ayala tenía el hueco aquí donde le entro la bala. Como estaba embarazada y ya luego iba dar la luz, y le salió aquí por esta parte. Era grandísima el oyo que tenía. Le quebraron el brazo.
Entonces como solo yo y mi mamá estábamos, y otro niño—que ese niño a él lo tiraron al suelo junto conmigo en una cama y nos maltrataron—entonces a mi mamá la tuvieron topada a la pared antes de que fuéramos a ver a la señora ya muerta, le pegaban en esto de aquí del abdomen.
Entonces como nosotros estábamos pequeños llorábamos los dos cuando vimos que a mi mama le pegaban. Y iba un soldado que quizás era teniente, o el jefe de ellos quizás, ellos les gritaban desde el monte que no los mandaba a asesinar mujeres indefensas, pero ellos no se detuvieron.
Cuando él bajó y llegó a la casa de mi mamá, que estaban torturando a mi mama. La tenían topada a la pared. También le metieron fuego allí a la cocina, pero gracias a Dios, no se quemó porque llegó ese señor que era el coronel quizás. Él gritaba, pero más rápido dispararon. Dejaron a mi mamá, de golpearla, y le dijeron que se encerrara con nosotros y después se fueron para abajo.
Y vimos todito lo que hicieron porque mi cuñada Julia, como las niñas estaban bien pequeñitas, entonces ella había agarrado una aquí en un brazo, la otra en el otro, y la otra en el medio. Y ellos les dijo que si la iban a asesinar, que la asesinaran con sus tres niñitos, porque no querían que las niñas quedaran sufriendo. Son las tres que mi mamá crio.
Ya empezaban con un cipote que se llamaba Audencio, primo mío también. Ellos huían de los fusiles y de la guerra. Él había agarrado un M-16 así de palo. Con ese mismo torturaron a las pobres señoras y les daban duro. Las tiraron boca abajo al suelo. Entre ellas, la tía de mi mamá y la embarazada.
Entonces enceraron a todos los menores en la casita, y después que las torturaron, las llevaron a una quebradita que esta de otro lado de la casa de tía Berna. Entonces allí fue que las asesinaron. Y después, solo las asesinaron a ellas, y se fueron por el otro vallecito de Los Echeverrías, que era donde vivía Juan, mi hermano, y mi tío Mariano.
Entonces a él un franco tirador le disparó en el cerebro. Y andaba un niño con él que se llamaba Nélson. El niño logró correrse cuando escuchó que mi tío, ya en la angustia de la muerte, le gritaba que se corriera. Eso fue ya en el otro vallecito que estaba allí en el frente. Entonces él logró a correrse maleteado pero a mi tío, lastimosamente, como en los sesos le pegaron, quedaron juntados en las piedras.
Para uno es doloroso porque ver que todos eran familia. Y en ese momento mi mamá luchó con todo para ver que si podría rescatar el bebe de la niña Esperanza. Mi mamá vio que le brincaba en el estómago porque le ponía aquí las torundas, y yo le tenía él brazo así, y yo me daba miedo porque yo pensaba que estaba muerta. Pero la señora estaba viva. Ella duró una hora. Mi mamá las mandó para buscar a hombres para que le fueran ayudarle a enterrar a las seis personas.
Pues, nosotros casi sufrimos toda la guerra porque después de eso que les cuento, ya no podíamos [más]—después de esa masacre de Los Duboncitos.
Nos fuimos dos veces para Mesa Grande. La primera vez fue en 1983. Mi hermana Dora estaba embarazada del primer niño, y mi mamá, como cargaba las tres niñas aparte de mí. Y a mi hermano, después de la Guinda de Mayo, se lo llevaron reclutado la güerilla. Porque cuando les cuento de esa masacre, empezaba la guerra.
Nosotros lo que hicimos era irnos a dormir al monte. En el día siguiente llegábamos a la casa, pero en la noche nos íbamos a dormir al monte porque si no nos mataban.
Después de eso, nos fuimos para Santa Anita. Ahí estuvimos guindiando también. Entonces cuando nos pusimos más desesperadas y más abatidas de irnos para Mesa Grande fue cuando vimos de que ya solo era bombardeo y el montón de soldados.
Pero decidimos irnos porque mi mamá, aparte de que tenía todos esos niños y mi hermana, salió embarazada del primer bebé. Le salió a mi mamá una pelota así bien dura. Entonces Victoria se la operó, pero no estuvo con eso. Entonces a ella siempre le resultó. Y ya para ella se le hacía muy difícil para andar con todas las niñas en las guindas. Porque era muy duro andar descalzo, sin comer, aguantando las grandísimas tormentas en el lomo.
Fue así como decidimos en 1983 irnos para Mesa Grande, Honduras. A decirle que no fue fácil, porque con mi mamá, como les dije al inicio, era partera. Entonces en aquel tiempo, las señoras que andaban en las montañas [dependían de ella].
Pero como mi mamá estaba desesperada ya, no quería que la mataran junto a las niñas y con nosotros. Ella hizo todo lo imposible, de escondido, escondido. Íbamos detrás de la gente que iba para Honduras para el lado de La Virtud.
Y luego, despúes de estar en Mesa Grande, mi mama no se sentía bien porque como allá tenía tres hijos: un varón, y dos hijas mujeres. Ya tenía un montón de niños chiquitos. Entonces ella, ya puesto en Mesa Grande, solo el medio se recuperó, mi hermana tuvo el bebe, y ella le cayó otra vez la desesperación que se quería venir. Entonces nos venimos repatriado a seguir guindando aquí a El Salvador, a seguir sufriendo la guerra.
Cuando nos venimos repatriadas, fue muy doloroso, porque veníamos, según nosotros, para Calle Real, que fue un refugio en San Salvador—no sé bien donde es. Entonces venían como—si bien me acuerdo—como dos o tres buses llenitos de gente.
Y lo triste fue que toda la gente ya no se quiso ir para los refugios de Calle Real, si no que toda la gente de población civil nos siguió a nosotros.
Y después, nos sentíamos algo responsables porque mi mamá, según ella, solo la familia de nosotros—mi hermana Dora y ella—nos íbamos a venir para para acá para la zona, pero no fue así.
Porque la última vez que nos venimos, fue como—no me acuerdo si fue como en el 84, pero por ahí así fue no me recuerdo bien este la fecha, va, pero—entonces estaba más peor la guerra.
Desde que pasamos Sumpulito, nosotros dormimos en un puesto. Los soldados…no descubrieron los soldados. Pidieron la aviación. Entonces, ahí lo que quedo fue, cuando llegamos a Chuptal, una señora nos dijo a donde nos podíamos esconder. No eran como diez personas, si no eramos como unas 100 personas aproximadamente que veníamos de Mesa Grande. Entonces entre ellos, abuelitos, señoras bien ancianas, niños.
Y ahí descubrimos también que mi hermana, la que había ido a tener el bebé en Mesa Grande, venia embarazada otra vez. Es bien doloroso. Y me recuerdo que no hallaba adonde esconderme. A mi me escondió en el hueco de un árbol seco que habia, que no nos viera el avión estaba bombardeando. Entonces y ahí me picaron las [hormigas] y me puse bien hinchada de la cara.
Después que nos salimos de ahí, seguimos caminando hasta llegar a La Laguna pueblo, que es de Monte Redondo. Ya veníamos más acá para llegar a la zona de donde queríamos llegar.
Yo, a mi no me consta, pero yo escuché que decía mi mamá y todos los adultos de que habían matado a un señor. Porque como algunos traían cabritos, porque como según ellos, íbamos para Calle Real. Pero nosotros, la intención de nosotros—de la familia de mi madre—no era irnos para el refugio, sino irnos para la zona a buscar a sus hijos que habían quedado acá en Los Amates, Santa Anita, guindiando. Como el amor de una madre es grande, no se termina. Entonces por eso es la razón que nos vinimos.
Fue cuando logramos a llegar nuevamente a los Amates vimos a mi hermano, Patrocino, que se llamaba Gerónimo. Ya mi mamá bien feliz porque ya había visto el primer hijo. Después nos fuimos, pasamos el Río Sumpul. Estaba bastante hondo, pero como mi tío Matilde podía bien nadar, mi hermano Regino (que entonces estaba vivo todavía no habían matado), y Ezequiel, ellos nos pasaron para allá, para pasar para el lado de Santa Anita. Después llegamos al lado de Los Albertos. Y así fue como después, seguimos ya después, nuevamente, en la guerra, sufriendo las guindas y todas las consecuencias que ya venían.
Después que llegamos a Los Albertos, mi mamá encontró a Felipe, mi otro hermano, porque todos andaban guindando. También encontramos a mi hermano Juan—Juan Dubon—también, y mi hermano Regino, con la Juana, su esposa, y todos sus niños…cinco o cuatro niños—no me acuerdo bien—se le murieron dos niños de desnutridos. Fue muy doloroso.
Porque también cuando estuvimos en Los Albertos, después que encontramos a nuestra familia, ahí fue donde viene lo más doloroso. Vino la Guinda de Mayo de 1980.
Entonces el rio estaba bien hondo, el Rio Sumpul. Y mi hermano se nos perdió. Y para la pasada del rio, cuando veníamos para atrás, para Los Amates, nos pasaron una lancha. Yo me recuerdo que dio vuelta la lancha y ahí se ahogó una bebita recen nacida, que mi mamá le había asistido a la señora en Los Albertos. En una trinchera dio luz. Y la niña estaba recién nacida, bien bonita, y ahí se ahogó. Mi tío Matilde quiso rescatarla pero no pudo.
Cuando—no me recuerdo si eran las 7:30 de la mañana ya al siguiente día—cuando mi mamá escuchó un disparo. Y mi mamá les dijo la posta, les dijo ella, “vienen los soldados.” Y quizás la demás gente, como no escuchó bien el disparo, no le creía. Y mi mamá era bastante lista. Entonces, dijo ella, “venganse hijitas mías,” dijo. “Ustedes no se me van a quedar acá,” dijo. “Que nos maten corriendo.”
Entonces nadie le creía y ya cuando escucharon que mi mamá iba corriendo con nosotros de regreso para el lado de Santa Anita para llegar al Rio Sumpul, fue cuando empezó toda la gente a correr. Pero como venían soldados de Chalate, de allá del lado de la represa del Guayabo. Ahí fue donde invocaron toda la gente.
Y yo me recuerdo, como estaba bastante pequeña todavía, verdad, y cuando veía que una muchacha herida, una muchacha bien bonita la compañera, ahí me le quedé perdida a mi mama porque ella decía, “ayúdenme compañeritos,” decía. “Si no me ayuden, mátenme mejor,” decía. Porque ella tenía fracturada la pierna y se arrastraba la pobre muchacha. Y entonces yo, por estar viendo la muchacha quería ya estar grande para cargarla, pero no podía hacer nada. Me le quede perdida a mi mamá también.
Y ya después, cuando—ya íbamos de regreso, como él rio estaba bien hondo—cuando llegué al mero rio Sumpul de vuelta, ya no vi ni a mi hermano, ni a mi mama, [ni] la cunada Rosa que aquí arriba vive. Y entonces estaba recién acompañada con mi hermano. Todavía no tenía niños. Ahí empecé a llorar porque yo no hallaba para donde correr. Miraba él rio bien hondo. Me hubiera ahogado porque ahí—donde está ahora él puente construido—ahí bien hondo. Hay un remolino. Entonces, pero después, Diosito no quiso que me ahogara y que me mataran. Yo siempre seguía caminando, cuando empezaba con miedito a meter los pies al rio.
Vi a Inés, y a Melesia, mi prima. Entonces yo dije, “este es mi oportunidad.” Yo no le pedí permiso. Yo, lo que quería, era salvarme de los soldados y no ahogarme. Me le colgué de las portacinchas del pantalón, y ahí me fui. El llevaba a su esposa agarrada al otro lado, y Adonai, el otro niño, le llevaba en la nuca. Pero él también era buena persona, porque aparte de eso, somos familia. El me dijo, “agarre más duro, niña” me dijo. “Y mi tía, que se hizo?” me dice la Mélecia. “No sé, si ya la mataron o que,” le dije. Pues, ya cuando salimos al otro lado, como pudimos, él—eso fue ya en 1980 pa la guinda de mayo—me dice, cuando llegamos al otro lado ([donde hay] un gran árbol de la Castilo, ahí abajo de Santa Anita), “niña,” me dice, “y va esperar a mi tía o se va a ir con nosotros?,” perdón. “Pues no,” le dije yo, llorando todavía, “yo voy a esperar a mi mamá.” Quién me aseguraba que ella estaba viva?
Y quizás decirles que esa masacre de Jaradasa, yo no estuve ahí. Yo estuve aquí abajo como les estoy diciendo.
Pero el Río Sumpul está bañado de sangre, de niños, ancianos, mujeres embarazadas, personas indefensas. Porque también nosotros, desde antes de salirnos de las casas, venían de cortar cana. Mi papá y otros muchachos que eran del mismo cantón de nosotros, ahí en él puente del Rio Sumpul, ahí por el lado de San José las Flores, bajaron a los seis muchachos y ahí los mataron los torturaron. Solo porque uno de ellos dijo la palabra “compañero.”
Pues fíjense que para la Guinda de Mayo, por ejemplo, después de que—le cuento—que nosotros salimos arriba por él Rio Manaquíl (que le llamaron Vayanpoque), fue muy doloroso para muchas madres y para mi madre también. Porque después de que perdió a mi hermano Alberto que se había perdido, ahí en otra quebrada así aparte del río, estaba—que solo habían matado a la mamá de Rosa, mi cuñada con una bebita que tenía así. No sé si tenía algunos cinco años.
Tanta masacre de gente inocente que hubo. Entonces esas personas fueron unas que nos iban guiando. Me recuerdo que nos llevaron en la tarde. Estuvimos todito el día en una quebrada. Y ahí las mamás, para que no los mataran a todos, le ponían los pechos a las niñas y los niños. Y fue muy doloroso porque, por ejemplo, mi cuñada, se le ahogó a una bebita como de ocho meses que se llamaba Vilma. Bien bonita la niña. Porque no los mataron a todos, ella le ponía el pecho. Y a la Leonsa también se le ahogó otro niño. A una señora que se llamaba Lupe que vive en Los Ranchos, también otra niña ahogada. Pero era porque, por lo mismo, que estaba el Batallón Atlacatl—no sé si el Bracamonte era los que más mataban. Entonces, por eso mismo, por la necesidad, ellas les ponían al pecho para que no se oyeran los gritos de los niños.
Después de eso, ya como a las cinco de la tarde, nos llevaron para una cueva… como estaba pequeña, no me recuerdo si había más de 50 personas, pero era buen grupo de personas. Solo gente civil, mujeres, niños, ancianos… Cuando salimos de la cueva en la noche mi mama andaba buscando agua para darle a las niñas más chiquitas, a Elva y a Miriam. Entonces ya cuando ella regresó, no los encontró en la cueva. Y ahí fue donde los perdimos en la noche. Siempre en la Guinda de Mayo.
A mí me tocó en ese tiempo cargar la niña en el lomo para que no quedara perdida. A los tres días que encontramos a mi mamá.
Ya para irnos nuevamente a Mesa Grande. Fue como a finales del ’85, porque mataron al cuñado Ezequiel, el papá de Neftali.
Pero ya cuando llegamos a Patamera, vimos toda la gente decía que sí iba para Mesa Grande.
Ahí no dejaban pasar a mi mamá. Le pusieron emboscada. No era para hacerle daño si no que no la dejaban ir porque era la partera única que había. Entonces, por eso fue que mi mamá ya no la dejaron ir. Pero mi mamá se fue de escondidas en la noche, fuimos detrás del grupo.
Vimos nosotros una columna de gente que iba por el camino. Llevaban grandes banderas blancas. Entonces eso significaba la paz. Y mi mamá se alegró cuando escuchó y vio la bandera blanca. Y era una delegación de internacionales de otros países que venían. Ellos andaban en zona de pasas con esas banderas blancas, buscando a otras personas civiles para llevarlas a los refugios de Mesa Grande, Honduras. Así fue como a la primera que encontraron fue a mi mamá. Y así fue que como llegamos ya a La Virtud para podernos ir a Mesa Grande, Honduras.
Mi papá estaba en Mesa Grande. Él se fue despúes de que la gente fue la primera vez en 1980. Fueron para Mesa Grande. Entonces él se fue para Mesa Grande.
Siento yo que ya la segunda vez que llegamos a Mesa Grande, como ya entonces, mi mamá ya conocía a más personas. Y la gente siempre la quiso a ella. Desde la primera vez que fuimos la gente nos apreció mucho. Nos dio muchos víveres de los que llevaban.
Le mataron a un sobrino, él vivía en los campamentos de abajo.
Y como la familia dio parte a la ACNUR, que eran las Naciones Unidas que nos apoyaban. Porque ustedes no se podrían pasar, había un lindero, por ejemplo, ahí donde le cuento que estaban las peceras, había una cancha donde iban los jóvenes a jugar futbol y servbal. Entonces me recuerdo tantito que si se los iban la pelota para él manzanar, que le decían, ahí capturaban, o los podían matar como no estaba permitido salirnos para fuera.
Le informaron a ACNUR. El ACNUR, junto con ellos, fueron a buscarlo. Y lo encontraron allá por la quebrada del manzanar. Lo habían dejado, no más dos dedos de afuera para que lo reconocieran. Lo habían enterrado, medio enterrado, con arena y piedras, flotando en el agua.
En Mesa Grande, ella trabajó en maternidad. Ella trabajo—asistió a muchas personas, hondureñas, de los campamentos—fueron miles de niños que recibieron como Partera.
[Para regresar, hicieron] grandes asambleas masivas, con más de cinco mil refugiados, porque éramos un montón de refugiados. Se reunían todos para plantearle porque los querían repatriar para Olancho, más adentro de Honduras. Entonces toda la gente, más que todas las mamas que tenían sus hijos acá en las zonas controladas que le llamábamos, que había guerra siempre, porque no los venimos como no había terminado la guerra. Y fueron tomando en cuenta me recuerdo yo que se hicieron aparte de las asambleas, muchas cartas. Se le llevaron a Ley la Lima por que llegó al campamento cinco.
Lo que llevaba a la gente que llevábamos a plantearles era que nos veníamos a pie, él díez de Octubre, cueste lo que cueste, nos dieran buses o no nos dieron buses, hubiera transporte o no hubiera.
Ellos no estaban muy convencidos no no nos volvieron a pedir otra vez que nos iban hacer otra asamblea general siempre allá bajo en los otros campamentos. Y que querían presencia masiva bastante de los otros dos campamentos. Y fuimos todos la mayor parte de población a plantarle nuevamente que si nos llevaban para Olancho, mejor nos veníamos a pie. Fue así como ellos estuvieron de acuerdo. Se mandaron cartas para la Naciones Unidas para las hermanamientos de Estados Unidos, Alemania, no sé que más países, para las iglesias porque también la iglesia tenía un papel importante…la iglesia luterana, me recuerdo yo, y también él Padre Gerardo porque el Padre Gerardo venía con nosotros cuando nos venimos de Mesa Grande, Honduras. Y me recuerdo yo que cuando ya vieron de que la gente, ya preparando toditito, verdad—animalitos—dijeron que no podíamos traer muchas cosas.
Pero también, quizás, quiero agradecer mucho, también, a todas las organizaciones que en aquel tiempo, cuando más lo necesitamos, nos apoyaron demasiado. Porque la primera gente que llegó nos contaba que sí, los trataron bien, también. Si no fuera sido la ayuda humanitaria de los hermanamiento—delegaciones y todo—no estuviéramos contando también la historia. Y Diosito que nos cuidó también.
Este fue así como ya después dijeron que estaban de acuerdo de proporcionarnos los buses—camiones, decían. “No importa!” decía la gente. Incluso nos ajustaron los buses porque hubiera bastante personas que en carro venían. De esos de carrocería.
Teníamos alegría, pero a la vez teníamos miedo, porque pues sí, y lo otro que—tampoco no nos querían traer para Guarjila.
Nosotros decíamos que cada familia iba para su lugar de origen. Y ellos querían llevarnos siempre para Calle Real, o para otros albergues, decían. Y toda la gente nos pusimos de acuerdo antes de llegar a El Poy, allá en Mesa Grande, de que tenía que ser un solo retorno masivo para un solo lugar. Y en eso nos apoyó la ACNUR porque como estaba en tiempos de guerra.
Cuando llegamos a El Poy, ese día no los dejaron pasar. A estas horas ya estábamos en El Poy. Nos tuvieron ahí, hicimos tremenda fila, para anotarlos, a todos bien estrictos. Y no los dejaron pasar ahí dormimos bien mal en los buses.
Y no me recuerdo si veníamos el diez—lo que decía Marilú—o el once, pero que una fecha de esas. Porque nos íbamos a venir el diez, pero no me recuerdo bien si llegamos acá el 11 o el 12. Pero dormimos una noche en El Poy. Después llegamos a Chalatenango, y que no nos querían dejar pasar para Guarjila. Y más detrás venia el ejército, más detrás de nosotros.
Fue muy duro, pero a la vez, como le digo, alegre, porque íbamos a volver a vernos. Veníamos con la gran ilusión de volver a ver a nuestros nuestros hermanos que estaban en las zonas conflictivas que pidiéndole a Dios que estuvieran vivos, que no los hubieran matado todavía. Y gracias a Diosito así fue como llegamos acá a Guarjila.
Pues era un gran zacatal, no más… por ahí los dejaron a toditita la gente. Llegaba la columna de gente desde la ceiba donde Cancún, hasta por acá por el ranchito donde vivíamos nosotros caminando para el lado de San José las Flores.
Decirles también que teníamos mucho miedo porque había dos ejércitos. Estaba el ejército de los soldados, y el ejército de la guerilla. Y más detrás, solo habíamos llegado, y se habían ido los buses, venían ellos. Estaba muy minado cuando venimos. Había muchas minas, muchas bombas. También murieron niños cuando venimos de Mesa Grande porque como los niños no sabían cuando encontraron las granaditas o encontraban bombas. Como estaban minado, pues, si uno se paraba [se explotaba].
Los únicos que nos recibieron ese día fueron los militares. Después vino la gente de San José las Flores, peligrando también. Traían un micrófono. Y venia la Hermana Tere, que es una hermana religiosa.
La calle no era calle, solo era un caminito bien hondo, como, por las bombas y todo. Había un gran zacatal, que no se veía. Para ir buscar leña, tenía que ir con gran cuidado porque si no, caía en la mina, o los mataba.
No había nadie, estaba solito, solito. Y después cuando ya fuimos nosotros, las primeras casas—también decirles—que tuvimos, a nuestros papás les costó mucho. Por qué las primeras casas que tuvimos eran ranchitos de zacate a la orilla de la calle. Ya después, con los meses, con el tiempito, vinimos con miedo, mi mamá—toda la familia, verdad.
Y hacíamos la comida en colectivo. Porque, tampoco, como aun no hubiéramos hecho milpa, nos ayudaban también. Teníamos que trabajar colectivamente: hacer comida colectiva allá en el grupo viejo. Ahí también se velaba la gente que moría. Y me recuerdo también que ya después, como dice Manuelito, atreves de que fuimos dejando el miedo, venimos a encontrar unas dos casas que ahí por la Radio Sumpul donde es ahora la pasarela. Habían unas casas caídas. Solo eran pedacitos de casa, que tuvimos que trabajar mucho pero las primeras casas que tuvimos fueron de zacate.
Cuando habían balaceras, lo que hacíamos era acostarnos debajo de las mesas si teníamos, o solo pidiéndole a Diosito de que nos cuidara y nos protegiera.
Si no me equivoco, yo digo que tenía 16 años cuando me incorporé. Soy del ’61 (no sé si me he equivocado). Me incorporé porque: una, que cuando venían los militares, como una veía, verdad, le metían mucho miedo a uno. Y otra, que como se decía que se necesitaba la colaboración para poder ponerle fin a la guerra, verdad. Entonces a uno le hacían conciencia, va. Y uno como tenía miedo cuando veía que capturaban personas.
Yo me recuerdo que fui a una marcha en San Salvador. Y de esa marcha, dependió también, que agarré más valor de incorporarme porque ahí golpeaban a muchas personas. Ahí golpearon a un primo mío que se llamaba Chávelo, a él lo mataron para la guerra. Nos tiraban bombas lacrimógenas. A mi sobrina Irma le pelaron la nariz de acá. Toda la gente nos pasaba encima. Pero algo bonito que recuerdo también es que las señoras vendedoras de los mercados del centro de San Salvador eran buenas. Ellas nos daban pañoletas nuevitas con vinagre para que nos taparemos los ojos y la nariz para que no los filtrara mucho los tóxicos de las bombas lacrimógenas.
Tenía mucho miedo al inicio porque es mucho peligro para uno. Un trabajo muy estricto, muy peligroso y muy delicado a la vez porque, decirle que, también uno puede perder la vida. Es muy complicado para hacer ese trabajo.
Sí, me recuerdo que, bueno, yo ese día, cuando se mató ese compañero, me habían dado permiso para irme a bañar. Yo estaba enjabonada, bañándome, cuando escuché la gran detonación. Mi compañero se llamaba Vladimir. Él era de Guillenes, Concepción Guillenes. Él era buen explosivista, buen compañero. Él estaba terminado ya de hacer la granada M16 que estaba haciendo él. Y cuando él le estaba poniendo el tiroflactor, así se le llama, para ponerle la mecha, fue cuando explotó. Y de acá de la cintura para abajo, lo hizo pedacitos todo. Entonces a él quedó hecho pedacitos. Y yo, cuando escuché la explosión, verdad, ya no me terminé de bañar. Me fui desnuda, no me da pena decir, pero me fui corriendo desnuda. Solo me puse los zapatos. Llegué al campamento. No vi a nadie. Seguí las huellas de las botas y ya cuando llegué, ya vi que estaba muerto Vladimir.
Y después hicimos el hoyo ya para enterrarlo, medio enterrarlo solo en una bolsa negra, sin nada. Es muy doloroso porque después uno queda traumado.
Pues fíjese que la guerra significo para mí, muchas cosas, pero más que todo la guerra no fue por ganas de surgir, si no que, contaban mis padres, que fue por la misma violencia. Por que como eran campesinos pobres, la mayoría, que iban a trabajar a las haciendas, a los cafetales, ellos clamaban, pedían, exigían sus derechos. Ellos exigían que les dieran buena comida, que les subieran él aumento del salario.
La guerra significo para mí, muchas cosas, pero más que todo la guerra no fue por ganas de surgir, si no que contaban mis padres que fue por la misma violencia, porque los campesinos pobres, la mayoría iban a trabajar a las haciendas a los cafetales ellos clamaban, pedían, exigían sus derechos. Ellos exigían que les dieran buena comida que les subieran él aumento de salario.
Nosotros no sabíamos el significado de guerra, que significaba. Porque a mí mamá dice que le decían eso. Cuando como ella así, clandestinamente le hablaban de la guerra, porque también era delito, le decían que era como cuando una mujer iba dar a luz, y mentira. La guerra duró 12 años. Quizás más, verdad, porque yo estaba pequeña en aquel [tiempo] entonces, y fue así como surgió la guerra. Porque nuestros papás, nuestras mamás, la gente más pobre, ya estaba cansada de tanto sufrir.