Autorías Escriturales Posthumanas

4. Agencia

Partir de una base de pensamiento posthumanista implica no sólo el entendimiento de que nuestra propia condición está supeditada a modos de emergencia entramados desde la materialidad que nos constituye, sino también que los objetos –sobre todo los objetos técnicos– no son simplemente herramientas protésicas para el cumplimiento de la voluntad, deseos o necesidades humanas. Una ontología relacional posthumana entiende que la materialidad, en sus diversas y heterogéneas iteraciones, no simplemente opera como un intermediario del quehacer humano en cuanto actúa como un mediador que posee agencia. En ese sentido, y siguiendo la estela de Alfred Gell, “se puede atribuir agencia a aquellas personas y cosas [...] que provocan secuencias causales de tipo particular, es decir, sucesos causados por actos mentales, de voluntad o de intención, en lugar de por simple concatenación de hechos físicos. El agente es quien «hace que los sucesos ocurran» en su entorno (48)”. Entender a la agencia como una capacidad de los agentes de influir, a través de sus relaciones con otros, en la realidad en la cual está situado implica dos aspectos fundamentales: que se determina a través de las formas de acción que relacionan a diversos y heterogéneos agentes y que dicha acción “actúa en el mundo material (51)”. 
          Bruno Latour ejemplifica este agenciamiento técnico con un sencillo ejemplo: considera que hay dos visiones principales respecto de la venta prácticamente libre de armas en Estados Unidos, la primera visión es la que busca una regulación para la compraventa que puede reducirse al eslogan “Las armas matan a la gente (251)”, mientras que la segunda visión defendida por el lobby de la National Riffle Association promulga que “La gente mata a la gente; no las armas”. La primera postura, la cual Latour clasifica como materialista, presupone que el actuar de los consumidores está directamente ligado a los objetos que los rodean, que las posibilidades de acción de los ciudadanos dependen de su capacidad de alcance material. Si Estados Unidos es el país con más tiroteos escolares es porque, para la visión materialista, hasta el alumno más ejemplar puede tornarse malvado si tiene acceso a un arma; el ser humano se convierte en lo que tiene, en lo que es capaz de portar y accionar. La segunda postura, definida como moralista, considera que los objetos técnicos son una simple extensión material que nos permite lograr nuestra voluntad, así, si un ciudadano tiene la total certeza de que su voluntad es asesinar a alguien lo hará con cualquier otro tipo de herramienta que le sirva para su propósito. Latour entiende a través de este esbozo, del cual comprende su superficial reduccionismo, que ambas posturas tienen una inclinación tan grande que terminan por volverse ingenuas: la visión materialista por ignorar la capacidad de las personas como agentes con intenciones y fundamentar una visión de lo humano estrictamente como depositario de sus condiciones externaspor otra parte, la visión moralista se ancla en una visión tan sustancialista de lo humano que lo ve como un ser capaz de controlar unidireccionalmente, a través de su voluntad y raciocinio, las formas por las que se relaciona con el mundo material a través de la materialidad misma. Latour descarta ambas vías y propone una tercera: si entendemos que las entidades no-humanas también son portadoras de agencia entonces el verdadero punto de interés no debe centrarse ni sólo en el comprador ni sólo en el arma, sino en la relación –en la red– que conforman: un hombre deja de serlo para convertirse en un hombre-armado mientras que el arma deja de serlo para convertirse en un arma-portada. Latour denomina a estas formas de relación como traducción que entiende como “[...] significar desplazamiento, deriva, invención, mediación, la creación de un lazo que no existía antes y que, hasta cierto punto, modifica dos elementos o agentes (254)”.  Es decir, buscar las condiciones de posibilidad de lo humano desde este tipo de perspectivas no debe tratar de aislarlo para remarcar su condición sustancialmente, sino concebirlo como parte de una compleja red de agentes relacionados desde la colaboración, la disputa, la contradicción y la movilidad. Es desde esta perspectiva que la agencia se vuelve un factor fundamental para rastrear las formas de emerger de la autoría en un ensamblaje de heterogéneos agentes.
              Sin embargo, ampararnos en una ontología relacional no niega la integración de cualidades –aunque no entendidas de forma universalizante ni necesaria– a los agentes aislados. Nos remitimos al experimento mental que propone Graham Harman sobre un trozo de plutonio en el desierto donde no hay ninguna criatura viva cerca. Su alta peligrosidad no depende de si esté operando sobre algún ser vivo en ese momento porque: “existe una realidad adicional en este material artificial extraño que no se agota en las uniones y asociaciones en las que actualmente lo vemos (83)”. Más allá de que actualmente su letalidad no esté siendo expresada en la red en la que forma parte –un vasto e inmenso desierto con sus condiciones climáticas específicas– pensar simplemente al trozo de plutonio “como parte de una red que lo trasciende es solo dar por cierto que puede reducírselo al conjunto de cualidades y relaciones que el objeto muestra en esa red en particular (97)”. Es decir, si bien la agencia como posibilidad de acción dentro de la realidad está determinada a través de la red en la que es llevada a cabo la acción, esto no significa que los agentes sólo sean exclusivamente en su asociación en la medida que esto desembocaría en un ensamblaje de relaciones de nodos como tabulas rasas que sólo van configurándose a través de su integración. Si los agentes tienen la capacidad de mediar y ser mediados por otros agentes es por su heterogeneidad (228). Lo que se promulga aquí es que las formas en las que operan, se integran, se rechazan y se median interdependientemente los agentes insertos en una red no se configura como una estructura profunda que los subyace o los determina. La posibilidad teórica que implicaría, hipotéticamente, establecer la totalidad de la red de agencias que efectúan a la autoría literaria individuada no resultaría en la generación de un marco con orden de aplicabilidad para cada caso concreto. Filosóficamente, la agencia descarta cualquier tipo de causalidad necesaria y debe entenderse como un “hacer hacer (308)”.
          Si la agencia cobra relevancia en los modos que toma su accionar a través de las formas no universales de ensamblaje de agentes, entonces es evidente que la forma de estudiarla siempre será ex post facto: la agencia, a diferencia de la causalidad mecánica, no se profetiza ni se sistematiza, sino que se rastrea. En consonancia con Latour, consideramos que “una agencia invisible que no produce ninguna diferencia, ninguna transformación, no deja rastro y no aparece en ningún relato no es una agencia (82)”. Por lo tanto, la agencia siempre tiene un grado de rastreabilidad material que da cuenta de su existencia y de la posibilidad de seguirla. Para Latour, por ejemplo, la red a la que refiere la Teoría del Actor-Red no es que esté necesariamente tejida a través de sustancias como conexiones o palabras, “sino que es el rastro que deja algún agente en movimiento (192)”. La rastreabilidad se vuelve profundamente material en la medida en que cada conexión de un agente con otro implica un esfuerzo, un gasto energético o material para ser efectuada. Las marcas escriturales depositadas en una hoja de papel a través de una máquina de escribir son imposibles sin un coste energético y mecánico a través del tecleo. Más allá de que la autoría pueda fungir como un agente dentro de una vasta red o bien la autoría se efectúe como una condición procesual emergente de la interacción de una red compleja, la vía para su comprensión es a través de este rastreo agencial. Pero ¿cómo debe operar este rastreo?
          Catherine Adams and Terrie Lyon Thompson, en Researching a Posthuman World, proponen diversas heurísticas para la investigación posthumana. Una de ellas se articula a través del seguimiento de actores (33) y sugieren al investigador hacer los siguientes cuestionamientos: primero, subrayar una actividad o práctica como la prioritaria a examinar –en este caso la emergencia de la autoría– para luego preguntarse: ¿qué microprácticas son discernibles? ¿Quién o qué está actuando y qué es lo que está haciendo específicamente? ¿Hay actores con más protagonismo que otros? ¿Cómo se han reunido los agentes y que tipo de relaciones entablan? ¿Qué tipo de trabajo pretende hacer el ensamblaje? ¿Cuál es su sociabilidad? ¿Cuál es su materialidad? Es evidente que la investigación de la agencia debe ser considerada desde la condición situada del pensamiento posthumano. Queda por preguntarse respecto de la agencia: ¿cómo se puede ejercer este tipo de investigación respecto de la autoría en un ensamblaje donde se relacionan agentes tan diversos como escritores, máquinas de escritura, instituciones, leyes sobre la protección de la propiedad intelectual, etc.?
          Para N. J. Enfield y Paul Kockelman que, aunque no parten de una base de pensamiento estrictamente posthumana, consideran que son dos los componentes clave en el estudio de la agencia: la flexibilidad y la responsabilidad (xiii).  Por flexibilidad entienden tanto la diversidad de agentes y las diferentes formas que pueden tomar sus relaciones; la responsabilidad se entiende como la rendición de cuentas –ya sea moral, jurídica, económica, política, etc.– tanto de las acciones como de los efectos generados por éstas. Así debería considerarse, por ejemplo, qué diversos grados de responsabilidad tienen los escritores, las editoriales, los modelos de almacenaje, distribución, venta y consumo de libros, la Ley Federal de Derechos de Autor, el Instituto Nacional del Derecho de Autor en una autoría centrada en individuos particulares. Consideramos, en consonancia con Janneke Adema que (véase el subrayado de la página 90):


Distribuir la autoría más allá del sujeto lírico, del sujeto de derecho, del genio creador es también distribuir la responsabilidad de lo autorado.

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