Autorías Escriturales Posthumanas

2. La abstracción de lo humano

El sujeto trascendental que se convierte en el  ̶a̶u̶t̶o̶r̶ ̶a̶s̶e̶s̶i̶n̶a̶d̶o̶  por Barthes responde a un ideal de humanismo –como filosofía centrada en el hombre como centro ontológico y epistemológico del universo– que no puede ser entendido sin el lenguaje en cuanto logos y, por lo tanto, sin la escritura; véase la consideración que tiene el propio Barthes al ponderar que no es el hombre el que remarca y define lo que es el lenguaje, sino que el lenguaje mismo posibilita la conformación de lo humano. Peter Sloterdijk considera al respecto que “la esencia y función del humanismo: humanismo es telecomunicación fundadora de amistades que se realiza en el medio del lenguaje escrito. Eso que desde la época de Cicerón venimos denominando humanitas es, tanto en su sentido más estricto como en el más amplio, una de las consecuencias de la alfabetización (21)”. Desde la fascinación de los humanistas renacentistas, como máxima expresión de un ideal de humanismo, por los antiguos textos griegos como ideales de hombre –que no de mujer– la búsqueda de una forma perfectible de lo humano ha sido comprendida desde la escritura. El ideal de hombre moderno siempre ha sido la figura del hombre letrado, de aquel que se sirve de la escritura para civilizar al otro (7-15).Tony Davies considera que la concreción occidental del hombre surge como modelo del pensamiento ilustrado, como aquellos individuos que nacen como una tabula rasa, susceptibles de ser moldeados por completo a través de la educación alfabética; de igual forma considera que, en términos filosóficos, el idealismo trascendental de Kant con su giro copernicano, así como el sujeto cartesiano, son los que ponen al sujeto como centro de la realidad. Sobre este entender ilustrado, Michel Foucault considera que: “ʻ¿Qué es la filosofía moderna?ʼ; quizá se le podría responder como en eco: la filosofía moderna es la que intenta responder a la pregunta lanzada, hace dos siglos, con tanta imprudencia: Was ist Aufklärung? [¿Qué es la Ilustración?] (72)”. La pregunta, lanzada por Kant en 1784, encontrará en él mismo su más célebre respuesta.
          Kant concentra en su respuesta en lo que se convirtió en el lema del proyecto ilustrado: “Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! (83)”. A lo largo del pequeño ensayo se propone una serie de principios que puedan funcionar como guía para que los individuos superen su minoría de edad la cual es entendida como el ser "incapaz de utilizar su propio entendimiento (84)". En ese sentido, la razón de la que parte Kant funciona como un universal que es inamovible para los individuos a los que invita a ilustrarse. Cuando afirma que “[u]na época no puede aliarse y conjurarse para dejar a la siguiente en un estado en que no le haya de ser posible ampliar sus conocimientos (sobre todo los más apremiantes), rectificar sus errores y en general seguir avanzando hacia la ilustración. Tal cosa supondría un crimen contra la naturaleza humana, cuyo destino primordial consiste justamente en ese progresar (88-89)”. Esta naturaleza humana lleva implícita una determinación ahistórica. El propio Isaiah Berlin menciona que ésta es una de las más grandes críticas que se pueden conjurar contra el pensamiento ilustrado en cuanto “que las variaciones locales e históricas carecían de importancia comparadas con el constante núcleo central en términos del cual los seres humanos podían ser definidos como una especie [...] que una estructura lógicamente conectada de leyes y generalizaciones susceptible de demostración y verificación podía ser construir y remplazar la caótica amalgama de ignorancia (141)”. Asimismo, Kant otorga a esa naturaleza inmutable un fin con la misma condición: su progreso. Medita que para poder alcanzar el progreso humano –a través del uso facultativo de su razón– sólo “[...] se requiere libertad y, a decir verdad, la más inofensiva de cuantas pueden llamarse así: el hacer uso público de la propia razón en todos los terrenos [...] Por uso público de la razón entiendo aquél que cualquiera puede hacer, como alguien docto, ante todo ese público que configura el universo de lectores (85-86)”. Al restringir el uso privado de la razón y cumplir rigurosamente con las responsabilidades ciudadanas, como pagar los impuestos y respetar las leyes, Kant sugiere que los cambios del proyecto ilustrado se dan lentamente, pero de forma gradual, en gran parte gracias a las proclamas públicas contra la ignorancia realizadas por los hombres doctos
          ¿A qué tipo de individuos está dirigiéndose Kant? Si bien promulga a su proyecto ilustrado como uno con afanes contingentemente universales, realmente está dirigido a aquel hombre, aunque supuestamente incluyendo a “todo el bello sexo (84)”, que es capaz de dirigirse a un universo de lectores que sea capaz de replicar y cuestionar su razonamiento. El individuo en aras de alcanzar la mayoría de edad está necesariamente sujeto a su escritura como medio para buscar su propio progreso. Si se atiende a la generalización de Jacinto Choza en su Historia cultural del humanismo en cuanto éste puede ser entendido como “[...] la concepción de la esencia humana y el conjunto de prácticas articuladas para su realización efectiva (18)”, entonces la humanidad planteada por el proyecto ilustrado entroniza un ideal de universalidad posible sólo a través de la educación, una educación racional mediada en la escritura. El propio Choza delimita que: “[e]l humanismo ilustrado tiene como objetivo la emancipación. Los niveles infrahumanos de los que libera y salva a los hombres son, como en el caso de los humanismos anteriores, el salvajismo de la superstición y las venganzas sangrientas, la animalidad brutal de lo inmoral y lo incivil, y la ignorancia y estrechez de los analfabetos y los rudos (69)”. En consonancia, piensa que en todas las diversas formas en las que se ha establecido una noción de humanismo éste conlleva un enemigo del cual defenderse y volcar la ofensiva: la barbarie de los pueblos no romanos, el pecado medieval y la ignorancia del vulgo han sido formas en las que se ha determinado un obstáculo que debe ser superado para una realización plena de lo humano.
          Las características que tomó el humanismo ilustrado en cuanto formulación de un ideal de hombre derivaron en preocupaciones intelectuales que tuvieron como principal motivo de desvelo el estudio de la misma naturaleza humana como medida de todas las cosas. Anthony Pagden llama tradicionalistas a una serie de pensadores –donde incluye intelectuales como Herder, Gadamer y Lyotard– que rechazan un estudio de lo humano a partir de una abstracción racionalizada de éste: “[l]a razón no puede aislarse de las personas que razonan, de las tradiciones, de los límites y las creencias que forman parte del mundo en el que todo razonar acontece (35)”. Entiende, a través realizar una generalización de las principales críticas hechas por estos pensadores a la visión ilustrada de lo humano, que:

[e]l tradicionalismo afirma que el concepto de “humanidad” y, por tanto, el concepto de “naturaleza humana” es una mera ilusión [...] el tradicionalismo afirma que los seres humanos sólo existen como miembros de un grupo. En consecuencia, su naturaleza es colectiva y contingente. Se trata de entidades incrustada en la naturaleza y la historia [...] la vida humana, si aspira a tener algún sentido como tal, necesita de un mundo moral permanente y preexistente. La razón no puede aislarse de las personas que razonan, de las tradiciones, de los límites y de las creencias que forma parte del mundo en el que todo razonar acontece (34-35).

De igual forma, desde una perspectiva feminista, Hernando Almudena encuentra que la idealización del hombre –que prioriza sobre todo su propia razón como conducto para la captación del mundo– construye una barrera epistemológica indisoluble entre el cuerpo y la mente que conduce aislamientos individuados, como las formas de autoría modernas que se sujetan en gran medida al concepto de propiedad, en cuanto que: (véase el subrayado de la página 17)



Esta misma individuación conduce a un cierto carácter contradictorio respecto de la importancia de las relaciones materiales con el sujeto. La complejización de lo que Roger Chartier llama las realidades materiales del libro se vuelve fundamental para “[c]omprender los principios que gobiernan el ʻorden del discursoʼ supone que se descifren en rigor las leyes que fundan los procesos de producción, de comunicación y de recepción e los libros (y de los otros objetos que vehiculizan lo escrito (20)". Es decir, tanto de un análisis de un feminismo que entiende como primordial una epistomologización del cuerpo así como un análisis material de las formas de la escritura, es posible afirmar que el gran problema del ideal del sujeto moderno es su propio ideal, es decir, sus pretensiones de universalidad que lo desvinculan de su misma condición situada. 
          La falta de reflexión de un sujeto que se define a través de su individuación y separación de su entorno natural, social, tecnológico, etc., ha derivado en que sus formulaciones y aproximaciones hacia la autoría simplemente se vuelvan una especie de actualización, de ajuste del mismo tipo de humano en un contexto variable. Poner en tela de juicio no sólo la variabilidad de lo que atraviesa y constituye lo humano, sino la humanidad misma en su relacionabilidad es una condición necesaria para lograr ponderar las exigencias de abordajes materiales o sexualizados, por poner un par de ejemplos, sobre una configuración no puramente abstracta ni universal de lo humano.  

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