CEC Journal: Issue 5

“¡Por eso las matan!”

“No son las catástrofes, los asesinatos, las muertes,
las enfermedades las que nos envejecen y nos matan;
es la manera como los demás miran y ríen y suben las
escalinatas del bus”. (Virginia Woolf, El cuarto de Jacob, 1922)

La frase más famosa de Simone de Beauvoir aludía a que toda la opresión, sometimiento y limitación que históricamente hemos padecido las mujeres, no es producto del sexo biológico con el que nacemos, no es natural, no es determinante. Se es mujer porque nos convertimos en ello, pensamos como “mujer” suponiendo que es la única manera de hacerlo, que no hay alternativa. Boda, hijos, frágil, sexy, son palabras de las cuales no hemos logrado desprendernos y no solo porque la sociedad nos las atribuya, sino porque las hemos apropiado. Esto no es nada nuevo para ninguna mujer en el mundo. Sin embargo, cada zona, cada área geográfica, cada país incluso y, en ocasiones como es mi caso, cada ciudad, puede reproducir esa misma jaula con diferentes barrotes.

Ciudad Juárez es junto con Tijuana una de las ciudades fronterizas más importante del norte de México. Su cercanía con Estados Unidos siempre ha sido un atractivo muy grande para la migración interna del país, y externa de Centro América. Además, en las décadas 60’s y 70’s la industria manufacturera se apoderó de la economía local. Yo nací en 1997, para esa fecha los primeros casos de feminicidio ya tenían más de 10 años, yo no sabía dónde había nacido, yo crecí siendo una niña de clase media, iba a un colegio, y aun así, poco tardé en darme cuenta de lo es ser mujer en Ciudad Juárez.

Tenía 7 años cuando sentí por primera vez el miedo. Una niña con la que compartía edad y ciudad había sido asesinada. El caso sonó no solo por el hecho mismo de que fuera una niña, sino por las brutales muestras de violencia que sufrió. Traten de imaginarme, pensé muchas cosas. La televisión bombardeaba con imágenes explícitas y altamente violentas, ya no era uno, eran varios los casos. A lo largo de mi crecimiento escuchaba cada vez más las advertencias o amenazas de que “tengo un cuerpo muy llamativo”, “que si me visto así voy a terminar violada”, “que es peligroso para mi salir porque soy mujercita”. De nuevo el temor me invadió y me fue inevitable pensar o añorar el “¿porqué no nací hombre?

Yo veía cómo los niños sí podían salir a jugar sin supervisión, andar libres en shorts o sin camisa sin miedo, sin precaución alguna. Es entonces ineludible para mí pensar que ellos gozan de libertades que por ser mujeres nosotras no podemos. Algo importante de recalcar es que no es el hecho que ellos no corran riesgos, ¡vaya! Juárez fue alguna vez catalogada como la “ciudad más peligrosa del mundo”, pero estoy hablando de cómo en mi ciudad  y en muchas otras ciudades, las mujeres, como dije antes, somos privadas de ciertos derechos por ser mujer, como si fueran privilegios reservados solo para el sector masculino de la población.

Hay tres momentos cumbres en mi vida, que me hicieron darme cuenta de quién era, dónde estaba parada, a lo que me preparaba y quién quiero ser. Todos y cada uno de ellos, a causa de ser mujer.

Para antes de mis 12 años, dos hombres cercanos a mí, de manera aislada y en constantes ocasiones habían intentado abusar de mí. Acerca del primer hombre tarde alrededor de 3 años en siquiera pensar en intentar contarle a mi mamá y a mi papá; con el segundo hombre me tomó más de 10 años hablarlo. Y a pesar de saber que siempre contaba con el apoyo de mi familia, lo acepté pues pensé que me lo merecía o al menos que era algo de esperarse. Ya me lo habían advertido otras personas antes, sabía a lo que me atenía por ser yo. Mi temor se había convertido en resignación, resignación hacia lo que me tocaba vivir, hacia lo que me tocaba soportar. Contenerme era la solución, desde sentarme con las piernas cerradas hasta no salir a la calle en shorts cortos o falda, inclusive aunque fuera una niña aún.

Así como yo a las niñas de mi ciudad nos toca aprender a ser la mujer que necesitamos ser para poder sobrevivir en un mundo de hombres y para hombres. Como escribía el sociólogo Pierre Bourdieu en su libro “La dominación masculina”: “El dominio masculino está suficientemente bien asegurado como para no requerir justificación”, con base en esto y mis experiencias, yo me pregunto ¿por qué nosotras debemos aguantarnos?, ¿por qué en vez de educarnos a nosotras a las costumbres salvajes, opresoras y violentas del hombre, mejor no educan a éste a no tocarnos, a no chiflarnos, a no levantarnos la falda, a no abusar de cualquier manera de nosotras?

Cuando tenía alrededor de 13 o 14 años mi papá me llevo un evento en el que el Comité de Madres y Familiares con Hijas Desaparecidas tendría una plática. En ese momento al escuchar la tristeza pero a la vez fuerza en aquellas madres, el miedo que tenía se convirtió en coraje. Ese día me di cuenta que en Juárez somos muchas las enojadas, las hartas de esta situación. No era solo la niña de 7 años asesinada y violada, no era solo yo, somos todas. Es la mujer que no puede usar el transporte público, la estudiante que no puede ir en vestido a la escuela, la joven que no puede beber  a gusto en una fiesta, la niña que no puede salir a jugar sola, todo por miedo a ser violada, desaparecida y/o asesinada. La santa trinidad de riesgos para nosotras que escuchamos todos los días. Siempre supe que no debía tener miedo, que tenía que ser “canija” como me decía mi mamá, pero aun así no quitaba de mi cabeza ese pánico tan grande de que me pasara alguna de las tres cosas mencionadas anteriormente, pero a partir de todo eso entendí que mi papel como mujer en Ciudad Juárez no era ser un juguete para usar y tirar. Mi papel es ser fuerte, luchar, expresarme, jamás callarme, jamás dejar de tener esperanza por vivir en paz.

Citando nuevamente a Simone de Beauvoir “el problema de la mujer siempre ha sido un problema del hombre” recuerdo uno de los momentos que más me siguen haciendo eco. Mientras debatía intensamente con un compañero en clase sobre por qué el término “feminicidio”, sí debía contemplarse en el código penal, otros dos estudiantes me gritaron “¡por eso las matan!” al parecer su masculinidad había sido amenazaba por mí. Cabe a resaltar que estudio la licenciatura en derecho, es decir era un salón lleno de futuros abogados. Fue decepcionante el escuchar cómo los próximos juristas de mi ciudad veían el bienestar de la mujer como un lujo y no como una necesidad. Aparte de que parecen incapaces de respetarnos, quieren jugar a ser dioses y elegir nuestras vidas, lo que podemos y no podemos hacer a partir de lo que ellos quieran hacer con nosotras; y todavía tienen el descaro de siquiera pensar que tienen el derecho de elegir si somos dignas o no de ser contempladas como sujetos salvaguardados por la ley. Procurar la justicia a favor de las mujeres no es para querer ser tratadas con mayores beneficios, no porque sea frágil o no pueda cuidar de mi misma, no porque quiera que me abran la puerta, ni quiero que me cedan el lugar en el autobús, es para que entiendan que mi dignidad vale y que lo sé. Porque hay cuentas por saldar y justicia por hacer.

Al decir que soy de Ciudad Juárez automáticamente la gente me dice “pobrecita”. No. Yo considero que ser de Ciudad Juárez me ha puesto en una situación más consciente de a lo que me enfrento y quiero atacar. Hasta no hace tanto yo también decía “pobrecita de mí”, “que lástima tengo de mí”. Ya no más. Ya que por cada grito que se escuche de “¡por eso las matan!” habrá dos más que le contesten “¡ni una más!”.

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Michell Moreno nació y creció en Ciudad Juárez, México, y ha vivido la violencia contra las mujeres desde pequeña. Actualmente es estudiante de la licenciatura en Derecho de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

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