CEC Journal: Issue 5

A Mexican rainbow: Manifiesto de tres actos de un queer mexicano

Estoy frente a la pantalla haciendo una transcripción de una reflexión sobre las políticas de la comunidad Trans. Saco de mi maleta las hojas con tinta negra, empiezo a trabajar. Bajo a la cocina por un café, regreso con mi taza y le doy play al nuevo disco de Kesha. Se escucha Praying, pauso mi escritura y solo me acuesto a escuchar la canción.

‘Cause you brought the flames and you put me through hell

I had to learn how to fight for myself

And we both know all the truth I could tell

I’ll just say this is “I wish you farewell”

I hope you’re somewhere prayin’, prayin’

I hope your soul is changin’, changin’

I hope you find your place

Falling on your knees, prayin’

La canción termina y la comparto en Twitter. Voy a mi repisa y tomo un libro de Judith Butler y preparo unas preguntas para mi asesor de tesis. Minutos después suena Rainbow. Vuelvo a detener mis actividades y me dedico a que todo mi cuerpo sienta la canción.

I used to live in the darkness

Dress in black, act so heartless, but now

I see that colors are everything

Got kaleidoscopes in my hairdo

Got back the stars in my eyes, too, yeah now

I see the magic inside of me

Me resulta normal, en esta parte de mi vida, ser capaz de identificarme como queer, vestir de falda en la Universidad y tener en la repisa de mi habitación una colección de libros sobre la sexualidad. Considero fácil estar en una marcha y discutir sobre la necesidad de reconocer los derechos de toda la comunidad LGBT. Me resulta sencillo, también, escuchar a Kesha, pero Rainbow me recordó que estoy escribiendo en este momento después de vivir una (quasi)pesadilla. Una (quasi)pesadilla que me llevó a identificarme como queer y darme razones para discutir sin parar sobre el género. Había decidido olvidar esos recuerdos. Sin embargo, creo pertinente el momento para recordar como he llegado a este lugar, en el que puedo ser libre, en el que me amo y me siento seguro de lo que soy.

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Dear readers, this won’t be the typical story of resistance. I will tell you in the next pages my honest story of how  I constructed my resistance against violence and subordination. To answer this question, I need tell you my memories of childhood, puberty and youth; which intersect with my theoretical reflection of these life periods.

This will be a story that nobody completely knows. A violent story. A story which still scares me. For that reasons, I think it’s important to make a brief clarification: I come from a Mexican and conservative context; where violence has been a common element in daily life. This doesn’t mean that violence is allowed, but that excess of force has been normalized and its impact has been undervalued.

I hope that my story helps us (readers and I) to re-think the meanings of resistance and violence in a non Western context. But, I principally hope that writing my story helps me to deconstruct myself and allows me to see my mistakes, triumphs and scars. Because, like Kesha sings: “… I know that I’m still fucked up, but […] our scars make us who we are”.

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Acto I

Siempre niego acordarme de mi infancia. Finalizo cualquier pregunta sobre ella con un “no me acuerdo”. Es fácil presumir ignorancia de una parte de mi vida de la que solo recuerdo lágrimas; la cachetada de mi padre y mi sangre en la pared de la cocina; las burlas de mis compañeros de clase, y el cinturón que golpeaba mis glúteos una vez por semana a lo largo de 10 años.

Recuerdo ir caminando a mi colegio, una primaria católica de religiosas. Entro a mi salón y en la pizarra hay cierto tipo de ejercicio sobre escritura cursiva. Volteo hacia los lados para hablar con mis compañeros y ellos empiezan a burlarse de que soy incapaz de pronunciar la “r”. No me acuerdo los detalles, solo sé que entro en un estado de histeria. Empiezo a llorar, a lanzar mis libretas y patalear. Quiero arruinar el día de todos aquellos que me molestaron. La profesora me sujeta, me ve a los ojos y dice que les hablará a mis padres. Esto me quiebra y empiezo a suplicarle que no lo haga, que él me pegará.

Finaliza el día de clases, mi madre viene por mí al colegio harta de que suceda lo mismo cada día. Ella sujeta la mano de mi pequeña hermana y me advierte que espere la llegada de mi padre.

Me encuentro en la cocina, oigo a lo lejos que mi padre acaba de estacionarse y, en seguida, corro hacia mi cuarto. Él llega gritando, no me acuerdo de los insultos que me dice, y sube a mi habitación. Se quita el cinturón, hace que me baje los pantalones y me golpea siete veces, si tengo suerte. Al terminar, solo siento mi cuerpo hincado, no puedo sentir las piernas y tengo la cara cubierta de lágrimas. Mi madre, después de que mi padre haya bajado a comer, se acerca a mí y trata de consolarme. No la puedo perdonar. Odio a mi padre por golpearme, pero no puedo entender porque mi madre lo permite.

Es de noche y sueño que estoy en una ruleta rusa, en la que cada casilla hay un muñeco masculino que me golpea. Duermo, pero en mi mente solo pienso en huir de mi casa y nunca volver. Decido que no hablaré nunca en público. Declaro que odio mi voz, mi cuerpo y mi vida.

Nowadays, I can better understand my childhood. My experience, as many other Mexican families, is a reflection of power relations defined by patriarchy. In other words, the violence I suffered was a consequence of the domination of masculine values.

When I cried after the aggressions of my classmates, I was being, in my father’s eyes, less manly. According to patriarchy, crying is a girly action and must be avoided by men. The patriarchal system allows certain men, like my father, to think that, because they are “stronger”, “smarter”, and “more clever” than non-masculine individuals, they have the right to use force against non-manly persons with complete freedom. Because of that, he had enough reasons to hit me, as a punishment for my failed masculinity.

Patriarchy also uses violence as a tool for the construction of masculinity. When a man excessively uses force, his action is interpreted by the system as a reaffirmation of his masculinity. For that reason, my childhood story could be interpreted as the following ritual: My crying and punishment labeled me as a non-manly subject. With each lash, I felt the patriarchal force over my body. Each time I cried at night, I accepted my inferior role in front of my father. At the same time, the punishment allowed my father to reaffirm his virility and, then, his domination over the family.

Now, also I understand my mother’s behavior as a symptom of the patriarchal system. My mom didn’t defend me because she also was afraid of my father. Her inactivity wasn’t an approval sign, it was a sign of her subordination under patriarchy. As a woman and wife, she is seen as an inferior being, who doesn’t have the right to oppose her husband’s order. She didn’t say anything because her voice didn’t have a value.

However, the consolation that my mother gave me was the only space where she could take care of me in the ritual of punishment. It’s amazing how a small action was a transgressive act to my father’s order.

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Acto II

A los 13 años me identifiqué como homosexual. Me encontraba cursando el segundo año de secundaria y a las únicas que les conté fue a mis amigas. Suponía que mis padres y hermanas se darían cuenta. En fin, no era necesario decirles si me escapaba.

Crecí como homosexual solo, sin tener nadie con alguien hablar. No tuve ningún guía que me explicará qué es la homosexualidad, qué es el sexo seguro gay o que solo me escuchará. Tuve que enfrentar y aprender la realidad de ser parte de la “diversidad sexual” por mi cuenta, en un tiempo y lugar en que la educación sexual consistía en el abstencionismo, que se presumía la heterosexualidad y que lo peor que le podría suceder a una familia era tener “un marica por hijo”.

Ser homosexual implicaba ser vulnerable a las agresiones y burlas de mis compañeros. Ser homosexual era ser el puto/desviado del salón. Aprendí a sobrellevar las batallas a causa de mi identidad siendo una perra.

Para ser una perra tenía que tener un grupo de amigas, el cual estuviera preparado para entrar en conflicto con otros cliques de la escuela. Consistía en ser chismosa y estar al tanto de todo lo que pasaba con la vida de mis compañeros de clase. También consistía en ser hipócrita y destruir la autoestima de toda presa vulnerable del salón. En otras palabras, ser una perra era crear una burbuja de protección que, al simular un supuesto egocentrismo, encubría mi miedo al mundo.

Otra parte de ser una perra era ser una libertina sexual. Pretender tener una vida sexualmente activa, hablar de sexo sin pudor y buscar ser el más lindo.

 ¿Qué es ser lindo? Pues, no ser gordo. Temía subir un gramo de peso. Tiraba a la basura el lonche que mi madre me preparaba y buscaba mil maneras para perder peso. 50 kilogramos era el número ideal. 50 con una pequeña cintura, con un cuerpo ligero. 50 es un número alejado de la obesidad.

 ¿Qué otra cosa significa ser lindo? Significa ser una fácil. Estar en un coche durante la noche con un sujeto que, con 20 años más que tú y que triplica tu peso, te penetra sin tu consentimiento. Pensar que este acto es normal, que ganaría el reto de ser la primera persona sexualmente activa de mi salón. Sobre el sujeto, no conozco su nombre, no recuerdo su cara. Sí recuerdo su sombra, la presión que hacía sobre mi cuerpo y su olor.

Por varias noches lloré. Mi madre se acercaba algunas veces y me preguntaba “¿qué tienes hijo?” Preferí olvidar. Olvidé mis deseos de detener el dolor. Estaba cansado de llorar, llorar en la ducha para que las gotas de agua se confundieran con las lágrimas sobre mi cuerpo. Harto de contar cada caloría ingerida y de cada miligramo que subía.

When I review my puberty through the lenses of feminism, it has been hard to find an approach that helps me to understand what happened with my sexuality. From a radical feminist perspective, sexual acts are essentially violent and lack agency. Liberal feminism doesn’t help because it ignores the sexist structure, which determines power relations, and creates a false idea of sexual freedom. Because of this  reason, I consider that a queer approach ( Paul Preciado, Judith Butler and Gayle Rubin) has better interpretative tools to analyze the construction of my sexuality. Queer theory allows me to identify both micro-relations of power and oppression, and what agencies and structures have a more dynamic relationship.

My identity expression through puberty (being a perra) was my decision. But, I made that decision because it was the principal option of sexuality given to me by  the traditional sexual regime. This regime is designed as a heteronormative system, which establishes heterosexual values as desirable. The sexual regime gives two principal options: being a masculine homosexual or being a perra. The first option consists in being as close to a macho as possible; being a virile, and strong gay. The second option, directed to effeminate homosexuals, indicates gays must follow the feminine values of objectification and subordination.

 As an effeminate homosexual, I was expected to follow the objectification and subordination rules (aka. seek to be the sexual object of others). Being an object of desire implicates achieving certain beauty and sexual norms. I had to be skinny, try to reduce each possible gram, and never deny a sexual offer. If I said no, men could anyways penetrate me anyway. Because I was an object,  my “no” didn’t have value. In other words, heteronormativity indicates that the men who penetrate have the final word.

I accepted being a sexual object because it is easily confused with sexual liberation. To replicate the sexual values of heteronormativity -which are perpetuated through media- gives you relief in two ways. First, it makes one think that you are sexually free and that your actions are transgressing the conservative norms. At the same time, by agreeing to be objectified according to the system, you are relieved of the idea of being socially excluded in an indirect way. In sum, accepting heteronorms gives you the idea that you are sexually free without breaking the rules of society. The particularity of the heteronormative system is that you are never conscious of your own objectification. Heteronormativity makes the decision of being a perra look normal.

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Acto III

Dije basta. Me cansé de llorar en la ducha. Me fastidié de tener que esconder mis opiniones y vigilar cada minuto mis palabras y expresiones. Más aún, estaba harto de obedecer a mi padre y cumplir con las expectativas de mi sexualidad. No quiero ser su objeto de deseo (y abuso). Quiero ser imprudente al hablar, transgresor con mi cuerpo y hacer ruido en la misma sociedad que permitió que me violentaran durante años.

No recuerdo una fecha o momento específico. Creo que no dije “basta” en un momento determinado, sino que fue un proceso. Todo inició en unas clases. En octubre de 2015, mi universidad abrió un Diplomado de Género impartido por (ahora, mis mentores) Estefanía Vela y Alejandro Madrazo. Después de suplicar que me admitieran al curso, dado que era un alumno de primer semestre, el diplomado comenzó en días próximos al Día de Muertos. Recuerdo mi fascinación por las lecturas y que podía pasar horas leyendo en mi habitación, mi cuerpo estaba tranquilo. Al leer a las feministas Joan Scott, Marta Lamas, Catherine MacKinnon y Gayle Rubin la vida parecía tener mayor sentido. En otras palabras, entre las palabras de las escritoras me sentía seguro.

El feminismo, y la universidad, me dieron una voz. Una voz para gritar y decir nunca más… ser golpeado, abusado ni humillado; pero también para nunca más agredir, burlarme ni mentir. Después de un largo tiempo, era libre de alzar mi voz y emprender una búsqueda para averiguar mi identidad, debatir sobre el género y defenderme, con cada oración, de las memorias de mi pasado.

Recuerdo que, en una noche de Navidad de 2015, toda mi familia se encontraba en la casa. Mi padre entró en ira porque mi hermana se negó a ir a misa. Él alza su mano y yo alzo mi voz. Por primera vez, después de 18 años, le digo que se detenga. El me voltea a ver, me toma de mi brazo y me grita “¡deja de gritar, que no puedes ser un hombrecito de una vez!” En este momento, confirmo en mi interior que soy feminista y queer. No quiero ser un “hombrecito” ni cumplir con sus estúpidas ideas de encarnar la masculinidad, esa misma que tenía mi abusador, mi padre y mi bully. Acepto practicar la transgresión en mi cuerpo. Reconozco que mi género es fluido y que mi sexualidad no debe estar sujeta al deseo de los demás.

Inicié a saturar mis conversaciones con feminismo y diversidad sexual. Cada vez que hablan de pobreza, discuto la feminización de la clase baja y la planificación familiar. Al discutir la Guerra contra las Drogas, comento los casos de violencia sexual y las estrategias de limpieza social. Cuando alguien festeja el matrimonio igualitario, recuerdo que los derechos de la comunidad Trans son ignorados. Comencé a ir e invitar a mis amigos a las marchas y a utilizar, sin miedo, falda y tacones en mi universidad.

Después de unos meses, la revista digital Quintaesencia me invitó a colaborar como escritor mensual y uní fuerzas con organizaciones LGBT para realizar proyectos de investigación sobre economía sexual. Con las anteriores acciones trato de hacer, al menos, ruido sobre las actitudes violentas que la mayoría de las personas dan por normales.

At this point of my life, I think that my actions could be interpreted according to performative theory. This approach understands that the body, and its expressions,  reflect cultural and social norms (performance). The body is the first resource to communicate an idea or proposal. Through the body, the sexual and gender orders perpetuate, but also, it’s the place where transgression must first begin. Our corporal expression and decisions, while following rules  can also make changes.

In this sense, the performative approach is possible because power is fluid and multiple. If power was equal to money, political influence, or force, only a few people could reform paradigms. Power exists in different levels, with different magnitudes and impacts. In every moment, power is present (i.e. when we dress up, go to the bathroom, take a bus or send a letter). For that reason, corporal expression is also the space where power exists and moves between us and our bodily representations

In my childhood and puberty, my performance followed the patriarchal and heteronormative system. First, my body (literal) was subordinate to my father. Then, my body accepted being a sexual object. Now, my performance is my first resource to make noise. I dress with skirts in a society which indicates that it’s a female cloth. I identify as a gender fluid guy in a regimen of gender binarism. I talk about sex amongst those  who want to abolish and censure it. So, my body is my first line of activism.

I don’t think that I will change all the world with my own transgressive performance. I’m only a single individual. But, neither do I think changes have to be done through formal institutions, law reforms or presidential acts. Those actions only accept gradual and soft changes, which end up being part of the same violent system. The change is possible with collective performance. In other words, with a massive group in which each individual uses her/their/his body to transgress violent norms. If we achieve this collective performance, we can start discussing formal actions.

Era verano del año pasado y una facilitadora/amiga me preguntó: “Geras, ¿cómo haces para mantener vivo a tu unicornio?” En ese momento no supe qué contestar, la respuesta no es sencilla. Los recuerdos de mi pasado siguen aterrando mi cuerpo y sus marcas nunca se borrarán. Sin embargo, estas memorias, que por mucho tiempo he ignorado, forman parte de la persona que soy ahora. Mi pasado me ha dado una razón para luchar día con día contra la injusticia y violencia que viven miles de personas que no encajamos en el modelo estándar de la sociedad. Así pues, mantengo “vivo a mi unicornio” recordando que mi lucha podrá contribuir a que nunca más otra persona (niñx, mujer, migrante, trans) tenga que sufrir experiencias similares a las mías.

Finally, I consider that the best way to conclude this text is with the same words that inspired me to write: Rainbow of Kesha. These lyrics, or resistance lyrics as I call them, have given me a resource to find hope, courage, and stamina to still fight. I hope that you, dear readers, find the same stamina.

And I know that I’m still fucked up

But aren’t we all, my love?

Darling, our scars make us who we are, are

So, when the winds are howling strong

And you think you can’t go on, hold tight, sweetheart.

You’ll find a rainbow, rainbow, baby

Trust me, I know life is scary

But just put those colors on, girls

Come and play along with me tonight

You gotta learn to let go, put the past behind you

Trust me, I know, the ghost will try to find you

Come and paint the world with me tonight.

Kesha, Rainbow (2017).

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Gerardo Contreras es activista por los derechos LGBTTIQ+ y las trabajadoras sexuales. Actualmente estudia Políticas Publicas en el Centro de Investigación y Docencia Económica, en México.

Gerardo Contreras is an activist for the rights of the LGBTTIQ+ community, and sexual workers. They study Public Policies in the Center for Research and Teaching of Economics, in Mexico.

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