de Anabelle Contreras Castro
Universidad Nacional de Costa Rica
El trabajo de Elia muestra su proceso de probarse en muchas cosas y lugares. Ese jugar con fuego comenzó en la Universidad de Costa Rica con educación formal en teatro, pero ahí no se quemó. Entonces huyó a Estados Unidos en donde se alistó en las filas de la inmigración ilegal y, por vías sinuosas, llegó al cine, a la performance, a la poesía, a la instalación, al video, a la fotografía, al teatro experimental y, en algún momento, a la legalidad. Sus trabajos, ya individuales, de voz personal (I Have So My Stitches that Sometimes I Dream that I’m Sick y Stretching my Skin Until it Rips Whole) o colectiva (The Party, dirigiendo a The Sacred Naked Nature Girls o Jupiter 35 co-dirigida con LAPD), ya grupales, con comunidades diversas (With Our Breasts on the Table) y con otros artistas (Unchanging Evidence of Identity), suman casi treinta años de experimentación. El cambio constante de geografías la ha llevado a mudanzas radicales de diversos tipos. Si en Wyoming, al inicio de su exilio voluntario, cambió de piel al ser convertida en latina-morena-inmigrante-hispana-ilegal, y su próximo puerto, New York, la obligó por su incursión en el cine a pensar fuera del teatro con el paisaje por escenografía, fue en Los Ángeles donde cambió de género, como puede sucederle a quien camine: pasó del teatro a la performance. Más tarde, durante los años vividos en el desierto Joshua Tree pasó a la performance con el entorno como escenario (Primera mujer en la luna) y, al llegar a Houston, se despidió de “el género” y saltó hacia la promiscuidad, etiquetada a veces como live performance (Death count), video/painting installation (Tricorn Black and The Golden Era), photo-performance (The Gulliver Series), video-performance (The Mourning of the Pin-Up Girl), participation art (Sexy Attack con Performance Art Lab), sculpture performance (The Long Count), live installation (Light Green/Dark Green), performative installation (The violence of certainty), o mostrada con cruces sin nombre. De ahí que saber quienes la han influido es fácil, basta con echar un ojo rápido a su obra para que el recuento incluya muñecos (Bread and Puppet Theatre), travesties y homeless (grupo Los Ángeles Poverty Department), mucamas de hotel (Make up room, Please do not disturb), soldados de almas mutiladas en Irak (The fifth commandment), personas infectadas con SIDA (No le digas a nadie), señoras que confeccionan sombreros en la costa atlántica (The Gulf Coast Art Corridor y Project Row Houses), poetas y gentes de barrio (The Fruitvale Project), por hablar de algunos. Otras influencias han venido de personas como ella, de diversas procedencias, que han encontrado en la performance una posibilidad de hacer de sus cuerpos, ardidos por las dinámicas de la migración y del racismo, el sexismo, la homofobia, y otras estrategias similares, campos políticos para la acción permanente. Sola y acompañada, Elia ha instrumentalizado su cuerpo y lo ha ofrecido para el espectáculo convirtiéndolo en atracción-rechazo pues, marcado por las dinámicas de su vida nómada, le ha servido para poner en movimiento historias a la vez propias y ajenas, como portadora que es de todo un saber pues, a partir de cierto momento, ya no pudo más ir de un lado a otro sin mostrar sus quemaduras, son memoria que le exige, sin dejarla descansar, la provocación del recuerdo, su escenificación, su traducción a palabra y movimiento. Elia vive ahora en Costa Rica a donde volvió solo a regenerar células porque de la performance no hay punto de retorno, una vez que se toca la muerte no resulta más que una nueva geografía.
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